El
fin justifica los medios, escribió Maquiavelo hace cinco
siglos. La cuestionable sentencia parece inspirar la
conducta de quienes hoy abusan del poder en Venezuela.
Quieren mantenerlo a toda costa. Y no escatiman estupideces
para tal efecto.
El miedo les
ha venido arrugando la sindéresis. Y van de ridículo en
ridículo, sin poder ocultar el desespero. Provocando risa y
lástima.
Pásese
revista al último show de Hugo Chávez.
Como su
discursito rosa no se lo creyó ni el espejo, el domingo 22
buscó el aplauso recitando coplitas amarillentas y
zapateando sin orden un joropo. Su infantil presentación
concluyó gritando unos cursilísimos versos, de su propia
inspiración, dedicados a su abuela. Si la pobre señora
hubiera estado viva, se muere de la pena.
Luego vino
lo de siempre: el insulto y la descalificación. Pero tuvo un
desliz. Se burló de los Frijolitos, como llama
despectivamente a sus contrincantes electorales. Olvidó que
el último de los Frijolitos (quien lo llamó gallina y lo
tildó de asesino), es hoy su embajador en la ONU.
La siguiente
bufonada tuvo que ver con su frustrado intento de asaltar el
Consejo de Seguridad de la ONU. Allí lo revolcaron. Y quiso
hacer del revolcón una victoria.
Señaló, en
efecto, que el objetivo había sido causarle daño al imperio.
Y que se había logrado. De tal forma que su plan era
fastidiar a Bush. Era mentira aquello de convertirse en la
voz de los oprimidos. Además de necio, el tipo es falso.
Necias y
falsas fueron también las declaraciones del descerebrado
canciller, quien enseguida salió a cacarear la victoria
moral (excusa de perdedores) del régimen chavista en la ONU.
Como un boxeador que termina con un ojo morado, la nariz
fracturada y un diente menos, pero se declara ganador
sentimental.
La ronda de
payasadas continuó. Hugo Chávez, experimentado correlón,
negó la posibilidad de debatir públicamente con el otro
candidato. El despilfarro, la incapacidad y la corrupción
que han caracterizado los ocho años de gobierno chavista no
aguantan el escrutinio público.
Como todo
cobarde que se respete, Chávez inventó una excusa para
eludir el reto: el oponente no le da la talla. Como si se
tratara de quien grita más duro o dice los más gruesos
insultos. De quien tiene más real o echa más plomo. Como si
no se tratara de comparar proyectos y medir realizaciones.
Un
lamesuelas de oficio se apresuró a refrendar el discurso del
amo, señalando que un debate entre Chávez y Rosales sería
una pelea de burro contra tigre. Lo que no dijo fue quién
era qué. La gracia se le convirtió en morisqueta.
La gente
descubre fácilmente quien se acerca más al burro. Y piensa
en quien rebuzna continuamente por pretender saberlo todo.
En quien, sin digerir ninguno, mezcla socialismo con
cristianismo y con bolivarianismo. En quien, a propia
confesión, lleva ocho años aprendiendo a gobernar y no lo ha
logrado.
Se acerca
más al burro quien dispara coces cada vez que se altera.
Quien ha hecho del patear a los otros una forma de vida.
Quien ofrece su lomo para llevar la carga de un socialismo
putrefacto y de un terrorismo cruel e inhumano.
Definitivamente, Chávez y su gente no saben gobernar… pero
entretienen.
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |