Ahora
vienen por
los
muchachos por Daniel Romero Pernalete
jueves, 20
julio
2006
Autocracia
y totalitarismo avanzan a paso de vencedores. El gobierno de
Hugo Chávez tapona todos los respiraderos de la libertad en
Venezuela. Asfixia los valores esenciales de la democracia.
Pretende controlarlo todo.
Desde hace rato Hugo Chávez dirige personalmente todos los
poderes. Chávez dicta sentencias a través de un sistema
judicial complaciente y servil. Legisla por intermedio de
una asamblea de obedientes nulidades. Da órdenes a un
organismo electoral que teje fraudes a la medida de sus
requerimientos.
Hace bastante tiempo que Chávez maneja sin cortapisas dos
poderosos mecanismos de sometimiento y control social: el
dinero y las armas. Con el primero manipula ambiciones y
hambres. Con las últimas administra el terror.
A este poder, coercitivo y formal, se suma un aberrante
culto a la personalidad, cuyos principales oficiantes son
una élite política con pocas luces y una cúpula militar sin
dignidad.
Con los hilos reforzados del poder en sus manos, Chávez y su
jauría han salido a la caza de dos valiosas expresiones de
la sociedad civil: los medios de comunicación y las
organizaciones no gubernamentales
A los medios los acosan con restricciones arbitrarias. Con
decisiones judiciales caprichosas. Con medidas fiscales
atrabiliarias. Con ataques a instalaciones y a periodistas.
Con abiertas amenazas por parte del propio presidente.
A las organizaciones no gubernamentales se las persigue. El
ejecutivo las descalifica. La Fiscalía las acusa de
cualquier cosa. La Asamblea Nacional las investiga. Se las
castra con la Ley de Cooperación Internacional. Chávez no
admite disidencias. Le han hecho creer que es infalible.
Los poderes públicos sometidos a su arbitrio, la renta
petrolera a su disposición, las armas al alcance de sus
ganas y la sociedad civil arrinconada, han envalentonado a
Hugo Chávez. Chantajea y amenaza a discreción.
De la posición frente al gobierno dependen muchas cosas. La
permanencia en un empleo oficial, por ejemplo. O el acceso a
cualquier beneficio estatal. O el derecho a expresarse
libremente. O el tono de los fallos judiciales. La libertad,
incluso. Y hasta la vida a veces.
Todas estas formas de represión y de intimidación son
fácilmente identificables. Porque son externas a la propia
persona. No son, por lo tanto, las más peligrosas. Las más
dañinas son aquellas que se instalan como esquemas mentales
en la sesera de los individuos.
Y hacia allá apuntan las intenciones del gobierno. El
Ministro de Educación lo ha confesado sin reparo. Quieren
una educación al servicio de la revolución. Es decir, del
chavismo. Una educación que produzca fanáticos en lugar de
ciudadanos. Que fabrique vasallos en vez de hombres libres.
Que entrene a la juventud para la guerra y no para el
trabajo productivo.
Quieren que la nueva generación crezca creyendo que Chávez
no se equivoca. Que el Che Guevara era casi un santo. Que
Bolívar y Jesucristo eran socialistas. Que ser pobre es
rentable. Que la violencia es la partera de la historia. Que
el trueque es la mejor forma de intercambio. Y todas esas
idioteces que pululan en el discurso de Hugo Chávez.
El gobierno cierra el cerco. Ahora vienen por los muchachos.
Y el tiempo empieza a escasear.
*
Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela)