De
un tiempo para acá, Chávez ha hecho del socialismo del Siglo
XXI una promesa recurrente. O una amenaza cotidiana, más
bien. Los líderes históricos del comunismo son hoy objeto de
su adoración. La revolución rusa, la china, la cubana y la
venezolana han sido hermanadas por el verbo desubicado de
Hugo Chávez.
Chávez se ha
cuidado, eso sí, de marcar distancia con ciertas ideologías
que retóricamente adversa: el fascismo y el nazismo. Llamar
fascistas a los opositores lo emociona. Comparar a Bush con
Hitler lo erotiza.
Lo que
Chávez no sabe es que desde hace rato se ha desnudado la
esencia totalitaria de todos esos modelos. Mussolini, Hitler,
Stalin, Mao y Castro entran en un mismo saco. Chávez también
cabe. Los rasgos definitorios de sus regímenes son
similares.
Las
distintas expresiones del totalitarismo, por ejemplo, han
implicado la succión de la sociedad civil por el Estado y el
sometimiento de éste a la voluntad del jefe. El líder, a
través del Estado y en nombre del pueblo, controla todos los
aspectos de la vida del ciudadano. El líder expresa al
pueblo. Lo suplanta.
Por esa vía
transita Venezuela. El esquema justificador es sencillo: el
poder es del pueblo, Chávez es el pueblo, entonces el poder
es de Chávez… y hace con él lo que le venga en gana. El
dictadorzuelo conserva así la hojita de parra populista que
tapa sus autocráticas inclinaciones.
El
totalitarismo, en cualquiera de sus formas, desprecia las
instituciones republicanas, la pluralidad, la libertad de
expresión, el derecho de disentir y de elegir. El líder se
legitima con procesos eleccionarios amañados, vacíos de
contenido.
Por esas
arideces camina Venezuela. Prostituidas las instituciones,
constreñidas las garantías, Chávez organiza consultas
electorales en las cuales el encantamiento, el miedo y el
fraude producen los resultados que el ordena. Se conserva,
no obstante, el himen de la participación democrática.
Todo modelo
totalitario supone cierta forma de imperialismo. Cierto afán
de expandir sus influencias más allá de sus fronteras, a
punta de bayonetas o de billetes. Sobre la base de
mitificaciones del pasado, casi siempre.
Chávez
pretende extender su movimiento político a todo el
continente, movido por los sueños transnacionales de los
libertadores. Y armado con una riqueza petrolera que nutre
sus generosas donaciones. Chávez, taimado, cubre sus
acciones con un manto de solidaridad… que ha empezado a
deshilacharse.
El
militarismo es otro rasgo distintivo de los regímenes
totalitarios. El cuartel se convierte en gobierno. Se
estimulan actitudes típicamente militares: la subordinación
sin pataleo, la disciplina cerrada, la obediencia ciega. Se
impregna la lucha política con una verborrea bélica. Todo
adversario es un enemigo. Todo proceso cívico, un combate.
En estos
menesteres anda Hugo Chávez. Copando de uniformes la
estructura del Estado. Comprometiéndose en guerras que ni él
mismo comprende. Reclamando obediencias y lealtades.
Repartiendo fusiles. Amenazando a quien no se le arrodille.
Confundiendo elecciones con batallas.
Definitivamente, el socialismo chavista no es otra cosa que
un nuevo fascismo con camisa encarnada. La misma basura en
diferente pipote.
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |