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Las
guerras de
Chávez
por Daniel Romero Pernalete
jueves, 6
julio
2006
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Son
falsas las prédicas pacifistas de Hugo Chávez. Son pura
hipocresía sus cuestionamientos a las guerras de Bush.
Chávez no está hecho para la paz y la convivencia. Sus
actitudes, su conducta y sus decisiones revelan la esencia
terrorista, militarista, guerrerista e intervencionista de
su gestión.
Chávez se emociona hasta el éxtasis describiendo en vivo y
en directo el material bélico que compra. Como muchacho con
juguete nuevo, manosea morbosamente un fusil ruso. Apunta al
país a través de las cámaras. El alto mando militar aplaude
aborregado.
Por si el mensaje no queda claro, le pone texto. No se va a
dejar derrotar por los enemigos de la patria, dice. Ni por
los que están afuera ni por los que están adentro. Ni por el
imperialismo ni por sus lacayos. En esta última categoría
caben cómodamente instalados todos y cada uno de quienes lo
adversan.
A Bush y a sus marines no los asustan los cacareos de
Chávez. La intimidación es endógena. Chávez amenaza con la
fuerza para imponer obediencia interna. Induce el miedo para
provocar conformidad. En buen castellano eso se llama
terrorismo de estado.
Chávez se embelesa contemplando un desfile de tropas y de
tanques. Lo embarga la más grande emoción que un soldado
pueda sentir. Lo confiesa, arrobado, en cadena de radio y
televisión. El alto mando militar se refocila.
El tipo se siente más soldado que ciudadano. Lo rubrica su
manía de uniformarse sin derecho. Su preferencia por el
verde oliva a la hora de escoger a sus colaboradores. El uso
de términos bélicos para nombrar estructuras y procesos del
quehacer democrático.
La preponderancia del hombre, la política o el espíritu
militar en una nación es lo que en correcto castellano se
denomina militarismo.
Chávez, con sus desplantes, invoca una guerra. Quiere entrar
en la historia por la puerta de los mártires. Los otros
accesos los clausuraron su incapacidad y su ambición.
En su afán para arañar la historia, Chávez intoxica a la
juventud venezolana con mensajes belicistas. En lugar de
futuro les ofrece fusiles. Quince mil, ha dicho, para los
adolescentes del Frente Francisco de Miranda. Les impone la
tarea de defender sus delirios. Con la vida, incluso. El
alto mando militar calla. Es decir, otorga.
Ese apego a la guerra, la destrucción y la muerte para
sostener su proyecto político tiene nombre: guerrerismo.
Chávez no se contenta con meter lengua y dinero en los
procesos internos de países vecinos. No le basta con
respaldar movimientos subversivos. Ahora amenaza
directamente.
Ha cambiado el nombre del Ejército. Ejército Libertador, se
llama ahora. Como el de Bolívar. Repartidor de plomo en el
propio patio y en el patio ajeno. Ya ofreció sangre
venezolana para sostener a Castro en Cuba y a Morales en
Bolivia. El alto mando sonríe complaciente.
Ese ejercicio reiterado de intromisión en asuntos de otros
países se llama, en cualquier parte del mundo,
intervencionismo.
Terrorismo, militarismo, guerrerismo e intervencionismo son
parte sustantiva (no mero aderezo) del proyecto político de
Hugo Chávez y sus cómplices. La estructura que lo sostiene.
Lo que hoy lo hace fuerte, sin embargo, puede terminar por
aplastarlo. Está sembrando vientos. Recogerá tempestades.
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |
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