La
masacre de La Paragua puso de nuevo a la Fuerza Armada
venezolana en las páginas rojas. El suceso es otra
lamentable muestra de la insania y el irrespeto por la vida
que han hecho nido en los cuarteles. Diez mineros muertos
fue el indignante saldo.
De no ser
por los medios de comunicación, el episodio hubiera quedado
enterrado con los cuerpos. En el corazón de la selva. Sin
registro y sin protesta. Pero los medios se convirtieron en
eco de sobrevivientes y familiares. Y el gobierno no ha
podido, por ahora, echarle tierra al asunto.
Sin haber
procesado la rabia, el país ha tenido que soportar el
descaro de algunos dirigentes oficialistas que atribuyen la
conmoción a una conspiración mediática para desprestigiar a
la Fuerza Armada…Su fanatismo los lleva a cuestionar la
crítica, no el evento que la produce.
Y uno se
pregunta: ¿Quién desprestigia realmente a la Fuerza Armada?
¿Los que denuncian el repudiable suceso… o los hombres que
el 22 de septiembre usaron las armas de la República para
matar cobardemente? ¿Los que piden justicia o los que se
ríen de ella a la sombra de una boina militar?
¿No la
desprestigian los efectivos que asesinaron a mansalva a ocho
personas en La Victoria el pasado mes de julio? ¿Y los
integrantes del Batallón de Honor que la noche del 12 de
septiembre casi matan a cuatro jóvenes por cometer el delito
de pasar, rumbo a sus hogares, frente a la residencia
presidencial?
¿No la
desprestigian quienes, en marzo del 2004, prendieron fuego a
ocho soldados en la sala disciplinaria de Fuerte Mara? ¿Y el
efectivo que quemó vivos a dos soldados en la sala de
castigo el Batallón de Cazadores de Cumaná en marzo de 2004?
¿Y los que por negligencia permiten estos desmanes?
¿No la
desprestigia la Guardia Nacional con la salvaje embestida
contra damas y niños durante los desalojos de Los Semerucos
en septiembre del 2003? ¿Y la desmedida reacción de la Casa
Militar, dos años después, contra un grupo de féminas que
protestaban frente a Miraflores?
¿No la
desprestigian los generalotes que, frente a las cámaras de
TV, eructan, muerden micrófonos y atropellan a mujeres? ¿Y
los efectivos que agredieron a Elba de Diamante enero del
2003, o a Elinor Montes un año después? ¿Y no la
desprestigian quienes condecoran a los agresores y alaban a
los rufianes?
¿No la
desprestigian los militares que hicieron su agosto con el
Plan Bolívar 2000 durante los primeros años del desastre
chavista? ¿Y los oficiales involucrados en el escándalo del
Complejo Agroindustrial Azucarero Ezequiel Zamora en el
2004? ¿Y quiénes apañan la corrupción desde el seno mismo
de la Fuerza Armada?
¿Y no la
desprestigia el Alto Mando Militar cuando permite la
penetración de agentes cubanos en la institución? ¿Y los que
han puesto a la Fuerza Armada al servicio de un proyecto
desquiciado, anacrónico e inhumano? ¿Y los que juegan a la
guerra asimétrica?
El
desprestigio no viene de afuera. Viene del intestino grueso
de la institución militar. El lector sabe lo que allí se
almacena.
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |