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Chávez el
curandero
por Daniel Romero Pernalete
jueves, 3
agosto
2006
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Chávez
heredó un país enfermo. Aquejado por múltiples males.
Hastiado de políticos que no aliviaban sus dolores. El país,
desahuciado, terminó cayendo en manos de un curandero de
escaso brillo y de mucha labia. Y probó sus brebajes. Y los
menjurjes agravaron la crisis.
La deuda social acumulada se ha ido hinchando. Las limosnas
oficiales no alcanzan a saldarla. Miseria, desempleo,
inseguridad, desatención y violencia han erigido sus tronos
sobre un país que, paradójicamente, se ahoga en dólares.
Cuando Chávez llego al poder, en Venezuela abundaban hambre
y miseria. Desocupación e inseguridad. En lugar de buscar
soluciones por la vía del empleo productivo, Chávez tomó el
atajo de la dádiva degradante. De los créditos sin
reembolso. De las asignaciones sin contraprestación.
Chávez Institucionalizó las miserias. La miseria económica
que reclama atención y la miseria moral que negocia la
migaja. Chávez necesita de los pobres. Necesita que dependan
de sus favores. Los necesita amarrados al bramadero de sus
limosnas.
A esa acción irresponsable se suma una prédica estúpida.
Aquello de que ser rico es malo. Aquello de que el pueblo
debe defender la revolución aún desnudo y hambriento. La
pobreza dejó de ser una indeseable condición para
convertirse en parte sustantiva del proyecto hegemónico de
Chávez.
Cuando Chávez asumió el poder, la crisis educativa y
hospitalaria decía mucho de la torpeza de nuestra dirigencia
de finales de siglo. En lugar de reorganizar los servicios
de educación y salud, Chávez prefirió cercarlos con las
barracas de las misiones. Los cubanizó. Los degradó.
La medicina se adentró en el barrio, pero desprovista de
condiciones y herramientas. Asociada con individuos de
dudosa calificación. Sin reválidas que dieran fe de su
formación. Mientras tanto, los hospitales continúan sumidos
en una prolongada agonía. Desprovistos de todo.
Administrando excusas y reclamos.
La educación también subió los cerros. Pero llegó
renqueando. Adoctrinando más que alfabetizando. Repartiendo
títulos a granel, con exigencias mínimas. Al gobierno sólo
le interesa la cantidad. La calidad no abulta índices ni
gráficos. Los títulos no reflejan esfuerzo intelectual. Dan
cuenta, más bien, del sometimiento al proceso. Es decir, a
los caprichos de Chávez.
Cuando Chávez probó el poder, la violencia social enseñaba
los dientes. Asomaba el morro. Antes que combatirla, Chávez
ha optado por cultivarla. La abona con odios políticos y con
resentimientos sociales. La riega con justificaciones
absurdas. La rocía con un patriotismo ramplón. La tutora con
armas y discursos belicistas.
Del país se adueño la violencia. La que tiñe con sangre y la
otra, más sutil. La que niega el trabajo al disidente. La
que condiciona el pensamiento y la palabra. La violencia
simbólica de un fusil en la mano y un verbo desquiciado.
Quien diga o insinúe que Hugo Chávez ha empezado a cancelar
la deuda social con el pueblo venezolano pasa, en el mejor
de los casos, por ingenuo.
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |
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