Entre
Caracas y Miami los aviones van llenos por estos días. A bordo,
cuando no intentan dormir o vencer el aburrimiento, los
pasajeros hacen otro tipo de viaje desde su asiento. A veces en
silencio, otras en voz alta, sus historias reflejan esta marea
migratoria latinoamericana que vuela sobre fronteras y enlaza
ciudades como si una fuese la continuación de la otra.
Rumbo al norte, las incertidumbres y
esperanzas. Ahí va el que dejó un sueldo insuficiente para
inventarse una nueva vida sin saber muy bien como será, la que
tiene un primo dueño de una tienda y piensa que es mejor ser
vendedora de fantasías que desempleada a tiempo completo, los
que remataron todo lo que tenían y con sus ahorritos se meterán
en un lío de créditos que los dejará al borde la bancarrota, el
que no aguantaba más la política y dentro de varios años
aparecerá en la portada de una revista como exitoso ejemplo de
un empresario hispano, la que tampoco aguantaba la política pero
igual lleva en su equipaje un decodificador de Direct TV para
conectarse a las noticias desde su town house en El Doral.
Rumbo al sur, las dudas e ilusiones.
Ahí va el que decidió que es mejor pelar en su tierra que ser
valet parking en la playa, la que pasará tres semanas en la
ciudad para evaluar que tan buena o mala están las cosas y así
considerar el regreso pues anda falta de afectos, los que con 10
años afuera y una vida próspera vienen a visitar a los padres y
apenas aterricen estarán aterrorizados por la inseguridad y la
miseria, el que vive en Coral Gables pero tiene su empresa en
Boleíta y ha logrado enchufarse en buenos negocios por lo que
siempre dice “las cosas están mal pero a mi me va bien”, la que
tenía ocho años sin visitar Caracas y viaja con miedo de
encontrarse una ciudad que ya no entienda ni la comprenda.
¿Dónde prefieren estar? ¿Dónde son,
o serán, más felices?
En las Ciudades Invisibles, Italo
Calvino escribe que no tiene sentido dividir las ciudades entre
felices e infelices, sino en otras dos: las que a través de los
años y las mutaciones siguen dando forma a los deseos y aquellas
en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son
borrados por ella.
Quizás la gente que viaja a bordo de
estos aviones también podría dividirse en dos: los que borraron
sus deseos de regresar y los que no logran borrar la nostalgia.
Pero ¿regresar a dónde? ¿a la casa, al país, a la patria? Ubicar
ese lugar no es tan fácil una vez que se ha salido, mucho menos
después que ha pasado el tiempo.
Desear una ciudad, como se desea un
amor. Sentir la distancia y las formas del recuerdo y el olvido.
En estos tiempos los aviones van
llenos de gente que se pregunta dónde se podrá hacer mejor vida,
y mientras tanto, los mapas de esas ciudades se van tejiendo con
los fuertes hilos del deseo que va y viene.
ebravo@unionradio.com.ve

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