Inquirido
Carlos Alberto Montaner hace un tiempo por la muerte, una de
las muchas muertes, de Fidel Castro, respondió con el
sentido del humor que siempre carga en el bolsillo y su
irrevocable acento cubano: “la verdad es que me alegra
mucho, pero debo confesar que estoy a punto de alcoholizarme
de la cantidad de veces que la he celebrado”. No se debe
descartar la posibilidad de que resucite de nuevo como
tantas otras veces. Cuentan que dado por cadáver, Stalin
abrió los ojos para espanto de la corte de aduladores que ya
celebraba su viaje a lo eterno. Otros escriben que no había
terminado de morir cuando Beria, el más abyecto de sus
incondicionales, su sicario personal, en descarga histérica
de pánico, abofeteó los restos del monstruo yacente.
Las caídas del
régimen, las muertes de Castro y las transiciones fallidas
han sido ocupaciones mentales de los que quieren una vida
decente para los cubanos de la isla, desde hace por lo menos
quince años. Cantidades de foros, simposios, conferencias,
encuentros se han realizado para discutir “la transición”.
Una vez avanzado el “socialismo de mercado” de Deng en China
por 1977, y luego de la caída del muro de Berlín y de la
Unión Soviética, parecía que el desenlace estaba cercano. No
podría sobrevivir –se decía- no sólo por la pérdida del
subsidio de cinco millones de dólares al día que le daba la
URSS, sino por la del subsidio espiritual.
¿Cómo mantener
un modelo de vida cuyas bases espirituales habían demostrado
ser inservibles y que se había desmoronado con un estruendo
histórico inenarrable? si los chinos estaban construyendo
una economía de mercado (vale recordar la frase de Deng
Siaoping: “el mercado no es capitalista ni comunista. Es un
patrimonio de la Humanidad”, y los países excomunistas
llamaban inversiones extranjeras, ¿qué quedaba para esa
pequeña isla sufriente y empobrecida que no fuera seguir el
camino? Y en efecto, el incremento de la miseria, obligó a
un cierto recodo en el árido estatismo y comenzó una tímida
experiencia de privatización que permitió la inversión de
capitales europeos en la industria hotelera y turística en
general, el surgimiento de los “paladares” y la circulación
del dólar como moneda corriente.
El paquete neoliberal en Cuba
El paquete de reformas, dirigido por el hoy consagrado
Carlos Lage, operó por un tiempo, el “período especial”,
hasta que el propio Castro lo desactivó en 1994.
A partir de esa
fecha de retroceso lo que quedó a los cubanos fue apretarse
nuevamente el cinturón y presenciar como la sociedad se
hundía cada vez más profundamente en la degradación y la
miseria. Me decía un poeta exiliado... “era imposible tomar
café. El día que conseguías un poco, no había agua. Y cuanto
lograbas que hubiera agua y café, no te quedaba gas”... “era
lo más parecido posible al infierno. Pero un poco peor”. Se
habían deshecho las nunca demasiado claras maravillas
sociales que daban argumentos a los defensores de “la
revolución”. Cuba era un país desnutrido, con unos
rudimentos de seguridad social y atención médica muy
inferiores a los de Costa Rica, Chile o Venezuela. Pero para
Castro, quien veía que la apertura económica minaba su
poder, la opción apareció claramente: apretar la represión,
la ferocidad y aplastarle los nudillos a los que tocaban las
puertas de la democracia.
Cuba ya se había
convertido en el totalitarismo más terrible del siglo XX, el
más desalmado, cruel que pudiera alguien imaginarse. Hitler,
Stalin, Mao, Ho Chi Min, Pol Pot, murieron en el intento
pero Castro demostró que era superior a ellos. No en vano
protagonizó, si no nos equivocamos, la dictadura más larga
del siglo XX. A eso lo ayudó, sin duda, la torpeza de los
gobiernos norteamericanos, que cuando tuvieron la ocasión de
ayudar a tumbarlo lo apoyaron y cuando debían quedarse
quietos lo agredieron y han mantenido en ambas
circunstancias la locura del embargo comercial. No conozco
ninguna experiencia de embargo que haya debilitado a un
dictador y si juzgamos por Saddam, más bien la especie se
fortalece.
El testamento político
No sabemos si
Castro por lo menos vio y aprobó esa suerte de “testamento
político” donde nombra la sucesión “provisional”. Recordemos
que en sus últimos momentos de lucidez, Lenin hizo el suyo
donde le daba el espaldarazo a Trotsky y juzgaba a Stalin
“demasiado brutal” para heredar el poder. Pero los
testamentos en política no garantizan nada, si los herederos
no defienden lo suyo y ya sabemos lo que pasó. Lo mismo en
China, a la muerte de Mao, Den Siaoping barrió con el
maoísmo y la “banda de los cuatro” que capitaneaba la viuda
de Mao.
En todo caso
pareciera que la fórmula de Raúl Castro, Carlos Lage, José
Ramón Balaguer, Ramón Machado Ventura y Esteban Lazo era la
más parecida a lo que tolerarían el Partido Comunista, el
Ejército y el stablishment. Y como en todas las
transiciones, en el entendido de que Castro no se devuelva
de las puertas del infierno, viene una profunda lucha por el
poder en el seno de la nomenclatura. Lo menos probable es
que el régimen sobreviva intacto y sobre eso se ha escrito
mucho. Un caudillo de esas dimensiones de Fidel Castro que
conjugue en si mismo todas las propiedades maquiavélicas del
poder à volonté (carisma, falta de escrúpulos, habilidad
política, flexibilidad, inhumanidad, crueldad, inteligencia,
valor) es insustituible y una vez ido, el sistema tenderá a
implotar, entre otras cosas porque no habrá un cemento que
pueda infundir miedo suficiente para mantener las ambiciones
en sus embases. Para aterrar a los adversarios Castro
condenó personalmente a un disidente a morir de sed y no
tuvo empacho en fusilar a quien cuyo delito fue únicamente
cumplir sus órdenes escrupulosamente, como Arnaldo Ochoa,
para mandar un mensaje a EEUU (de que luchaba contra las
drogas).
¿Raúl: una transición hacia una transición?
Raúl Castro un burócrata militar que fue agente de la KGB,
trabajador y metódico pero también gris, capaz y borracho,
pero al final vacío de “duende” en el sentido andaluz, no
parece tener las condiciones para enfrentar un terremoto de
esas proporciones. Por lo tanto amenaza con abrirse la
confrontación sucesoral en primer lugar entre los que
aparecieron en el “testamento” (¿o será autotestamento?)
pero también entre otros que se consideran aptos para la
sucesión aunque no hayan sido investidos. Estaríamos en las
puertas de la formación de facciones, precursores
antediluvianos de los partidos políticos. ¿Tendrá esa
burocracia totalitaria instinto de conservación para
mantener la disciplina ahora sin la presencia del amo
terrible?
En la cuarteta
no hay duda de que la distribución del poder favorece a Raúl
Castro, el delfín oficial, natural, “constitucional” en esta
monarquía totalitaria y al que le quedan las funciones de
mando político militar. Después de él, pareciera ser Lage el
segundo a bordo, con un sólido curriculum profesional y
revolucionario, sin mácula hasta ahora, pues se ha mantenido
muy lejos de las pequeñas conspiraciones y luchas intestinas
que explicarían la exclusión de Alarcón, por ejemplo, al que
se consideraba miembro natural de la sucesión. Ese es un
candidato a dar la pelea y agitar las aguas. Súmese a eso
que tanto Raúl como Lage tienen fama de “neoliberales” en el
lunfardo de los intelectuales de izquierda. El primero,
partidario del socialismo de mercado estilo chino vietnamita
(que alguien le informe a Chávez) y el segundo aperturista
del pasado, como ya relatamos y tal vez el más vinculado a
la comunidad económica internacional.