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Las muchas muertes de Castro
por Carlos Raúl Hernández  
martes, 1 agosto 2006

 

Inquirido Carlos Alberto Montaner hace un tiempo por la muerte, una de las muchas muertes, de Fidel Castro, respondió con el sentido del humor que siempre carga en el bolsillo y su irrevocable acento cubano: “la verdad es que me alegra mucho, pero debo confesar que estoy a punto de alcoholizarme de la cantidad de veces que la he celebrado”. No se debe descartar la posibilidad de que resucite de nuevo como tantas otras veces. Cuentan que dado por cadáver, Stalin abrió los ojos para espanto de la corte de aduladores que ya celebraba su viaje a lo eterno. Otros escriben que no había terminado de morir cuando Beria, el más abyecto de sus incondicionales, su sicario personal, en descarga histérica de pánico, abofeteó los restos del monstruo yacente.

Las caídas del régimen, las muertes de Castro y las transiciones fallidas han sido ocupaciones mentales de los que quieren una vida decente para los cubanos de la isla, desde hace por lo menos quince años. Cantidades de foros, simposios, conferencias, encuentros se han realizado para discutir “la transición”. Una vez avanzado el “socialismo de mercado” de Deng en China por 1977, y luego de la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, parecía que el desenlace estaba cercano. No podría sobrevivir –se decía- no sólo por la pérdida del subsidio de cinco millones de dólares al día que le daba la URSS, sino por la del subsidio espiritual.

¿Cómo mantener un modelo de vida cuyas bases espirituales habían demostrado ser inservibles y que se había desmoronado con un estruendo histórico inenarrable? si los chinos estaban construyendo una economía de mercado (vale recordar la frase de Deng Siaoping: “el mercado no es capitalista ni comunista. Es un patrimonio de la Humanidad”, y los países excomunistas llamaban inversiones extranjeras, ¿qué quedaba para esa pequeña isla sufriente y empobrecida que no fuera seguir el camino? Y en efecto, el incremento de la miseria, obligó a un cierto recodo en el árido estatismo y comenzó una tímida experiencia de privatización que permitió la inversión de capitales europeos en la industria hotelera y turística en general, el surgimiento de los “paladares” y la circulación del dólar como moneda corriente.

El paquete neoliberal en Cuba

El paquete de reformas, dirigido por el hoy consagrado Carlos Lage, operó por un tiempo, el “período especial”, hasta que el propio Castro lo desactivó en 1994.

A partir de esa fecha de retroceso lo que quedó a los cubanos fue apretarse nuevamente el cinturón y presenciar como la sociedad se hundía cada vez más profundamente en la degradación y la miseria. Me decía un poeta exiliado... “era imposible tomar café. El día que conseguías un poco, no había agua. Y cuanto lograbas que hubiera agua y café, no te quedaba gas”... “era lo más parecido posible al infierno. Pero un poco peor”. Se habían deshecho las nunca demasiado claras maravillas sociales que daban argumentos a los defensores de “la revolución”. Cuba era un país desnutrido, con unos rudimentos de seguridad social y atención médica muy inferiores a los de Costa Rica, Chile o Venezuela. Pero para Castro, quien veía que la apertura económica minaba su poder, la opción apareció claramente: apretar la represión, la ferocidad y aplastarle los nudillos a los que tocaban las puertas de la democracia.

Cuba ya se había convertido en el totalitarismo más terrible del siglo XX, el más desalmado, cruel que pudiera alguien imaginarse. Hitler, Stalin, Mao, Ho Chi Min, Pol Pot, murieron en el intento pero Castro demostró que era superior a ellos. No en vano protagonizó, si no nos equivocamos, la dictadura más larga del siglo XX. A eso lo ayudó, sin duda, la torpeza de los gobiernos norteamericanos, que cuando tuvieron la ocasión de ayudar a tumbarlo lo apoyaron y cuando debían quedarse quietos lo agredieron y han mantenido en ambas circunstancias la locura del embargo comercial. No conozco ninguna experiencia de embargo que haya debilitado a un dictador y si juzgamos por Saddam, más bien la especie se fortalece.

El testamento político

No sabemos si Castro por lo menos vio y aprobó esa suerte de “testamento político” donde nombra la sucesión “provisional”. Recordemos que en sus últimos momentos de lucidez, Lenin hizo el suyo donde le daba el espaldarazo a Trotsky y juzgaba a Stalin “demasiado brutal” para heredar el poder. Pero los testamentos en política no garantizan nada, si los herederos no defienden lo suyo y ya sabemos lo que pasó. Lo mismo en China, a la muerte de Mao, Den Siaoping barrió con el maoísmo y la “banda de los cuatro” que capitaneaba la viuda de Mao.

En todo caso pareciera que la fórmula de Raúl Castro, Carlos Lage, José Ramón Balaguer, Ramón Machado Ventura y Esteban Lazo era la más parecida a lo que tolerarían el Partido Comunista, el Ejército y el stablishment. Y como en todas las transiciones, en el entendido de que Castro no se devuelva de las puertas del infierno, viene una profunda lucha por el poder en el seno de la nomenclatura. Lo menos probable es que el régimen sobreviva intacto y sobre eso se ha escrito mucho. Un caudillo de esas dimensiones de Fidel Castro que conjugue en si mismo todas las propiedades maquiavélicas del poder à volonté (carisma, falta de escrúpulos, habilidad política, flexibilidad, inhumanidad, crueldad, inteligencia, valor) es insustituible y una vez ido, el sistema tenderá a implotar, entre otras cosas porque no habrá un cemento que pueda infundir miedo suficiente para mantener las ambiciones en sus embases. Para aterrar a los adversarios Castro condenó personalmente a un disidente a morir de sed y no tuvo empacho en fusilar a quien cuyo delito fue únicamente cumplir sus órdenes escrupulosamente, como Arnaldo Ochoa, para mandar un mensaje a EEUU (de que luchaba contra las drogas).

¿Raúl: una transición hacia una transición?

Raúl Castro un burócrata militar que fue agente de la KG
B, trabajador y metódico pero también gris, capaz y borracho, pero al final vacío de “duende” en el sentido andaluz, no parece tener las condiciones para enfrentar un terremoto de esas proporciones. Por lo tanto amenaza con abrirse la confrontación sucesoral en primer lugar entre los que aparecieron en el “testamento” (¿o será autotestamento?) pero también entre otros que se consideran aptos para la sucesión aunque no hayan sido investidos. Estaríamos en las puertas de la formación de facciones, precursores antediluvianos de los partidos políticos. ¿Tendrá esa burocracia totalitaria instinto de conservación para mantener la disciplina ahora sin la presencia del amo terrible?

En la cuarteta no hay duda de que la distribución del poder favorece a Raúl Castro, el delfín oficial, natural, “constitucional” en esta monarquía totalitaria y al que le quedan las funciones de mando político militar. Después de él, pareciera ser Lage el segundo a bordo, con un sólido curriculum profesional y revolucionario, sin mácula hasta ahora, pues se ha mantenido muy lejos de las pequeñas conspiraciones y luchas intestinas que explicarían la exclusión de Alarcón, por ejemplo, al que se consideraba miembro natural de la sucesión. Ese es un candidato a dar la pelea y agitar las aguas. Súmese a eso que tanto Raúl como Lage tienen fama de “neoliberales” en el lunfardo de los intelectuales de izquierda. El primero, partidario del socialismo de mercado estilo chino vietnamita (que alguien le informe a Chávez) y el segundo aperturista del pasado, como ya relatamos y tal vez el más vinculado a la comunidad económica internacional.

 
 
 
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