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El color del odio - por Eli Bravo
viernes, 8 abril 2005

 

 

Echado en el sofá de su casa en San Luis, Missouri, Frank Weltner transmite su programa de radio por Internet. Cuántos oyentes tiene, resulta difícil saberlo, pero cuando lanza sus llamados de amor a la raza blanca, a preservar los genes europeos en suelo estadounidense y a proteger a la nación de la inmigración que esta oscureciendo su rostro, Weltner no está solo. Según reporta esta semana Kirk Johnson en el New York Times, los grupos racistas en Estados Unidos trabajan de forma activa y se valen de las nuevas tecnologías y nuevas estrategias para avivar los viejos prejuicios que sobre todo albergan jóvenes rurales empobrecidos y sin trabajo.

Del otro lado del Atlántico los 60 años de la liberación de Auschwitz no han servido para mitigar el antisemitismo. En Rusia el número de ataques contra judíos e inmigrantes aumenta un tercio cada año y Francia es el país europeo con el mayor número de incidentes violentos. Incluso países tan liberales como Holanda han experimentado un aumento de la retórica racista y los gestos humillantes de algunos fanáticos del fútbol español cada vez que un jugador negro toma la pelota, son una señal de que el miedo y el rechazo “al otro” cualquiera que sea su procedencia es un fantasma indómito.

También en América Latina afloran estas espinas. En Bolivia los líderes indígenas vociferan su desprecio hacia los blancos, un retruque del mismo sentimiento que los descendientes de europeos han manifestado contra la mayoría india. Y hace pocos días el presidente del Instituto de Tierras de Venezuela, Eliézer Otaiza, llamo a la población a odiar a los Estados Unidos como preparación hacia la guerra asimétrica. En Africa despuntó de nuevo Zimbabwe, donde el presidente que durante 25 años ha llamado diablo al hombre blanco barrió en unas dudosas elecciones parlamentarias. Odiar es una inversión de tiempo que rinde dividendos políticos y económicos.

Las víctimas del odio varían según las sociedades y las razones detonantes no son fáciles de precisar. Prejuicios añejos, sensación de desplazamiento o expropiación, sueños de grandeza entre amigos pandilleros, manipulación de líderes religiosos, sistemas sociales que colapsan, pura y simple rabia, no hay una explicación única. Lo que aterra, y debe llamar la atención, es que algunas sociedades se han vuelto más permisivas ante estas manifestaciones y legitiman el discurso racista como parte del debate público. Como señala la revista The Economist al analizar los reporte de violencia anti-semita que presentaron a comienzos de año el ministro israelí Natan Sharansky y el Departamento de Estado de EE.UU., existe una aceptación social del discurso anti-judío en Europa. Y así también contra africanos, latinoamericanos, musulmanes o los Estados Unidos, país donde también se observa este fenómeno de tolerancia ante el discurso racista.

 ebravo@unionradio.com.ve 

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