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Melancolías revolucionarias 
por Carlos Blanco - El Universal
domingo, 26 marzo 2006

 

Comentan a este escribidor que hace pocas semanas Chávez se quejaba amargamente con un subordinado sobre cómo la corrupción se estaba comiendo a la revolución. "No son los escuálidos _habría dicho_, es nuestra propia gente la que está hundiendo el proceso". En otro contexto, un diputado del MVR le comentó a un amigo, ahora de la oposición, que "el proceso no era sostenible" por el grado de corrupción que lo ahogaba.

Al margen de que la quejumbre responda a convicciones o a la atmósfera mortuoria que rodea a una revolución fatigada, lo cierto es que la corrupción se come desde adentro y desde el fondo a este experimento. Puede durar más o menos tiempo, pero la decadencia moral es el signo del séptimo año de lo que ha querido ser la redención venezolana y latinoamericana.

Virtudes de la corrupción. El pudrimiento no es sólo obra de personajes inescrupulosos. Cumple una función política y obedece a fuerzas que el régimen no puede manejar ni controlar.

La corrupción que presencia Venezuela no es el fenómeno casual o azaroso que en toda sociedad existe, cuando algún funcionario estatal o algún empresario privado ávido de rentas rápidas estira la mano y la mete donde no debe. No se trata de unos "vivos" que se aprovechan de la cercanía al Estado para contravenir leyes y reglas en forma ocasional, aun cuando pueda ser despiadada. El enriquecimiento con fondos públicos ha acompañado la historia de los países y la de Venezuela es pródiga en ejemplos.

La corrupción revolucionaria parte de otras bases. El fundamento es la concepción según la cual "la justicia" debe prevalecer sobre "la ley". Es decir, si la ley demora, distorsiona o frena la justicia, la ley debe ser desconocida. En este sentido, todo aquello que favorezca a la revolución, sea legal o no, debe ser colocado en el primer lugar de las prioridades. Sobre ese paraguas conceptual, el robo de los dineros públicos se ha institucionalizado. Si hay que tomar unas partidas de aquí para una necesidad política allá, se hace sin ningún miramiento. Si los camaradas acullá demandan que algo chorree por trascorrales, allá va la manguera para la provisión de los fondos revolucionarios. Si algún oficial muestra cierto nerviosismo institucional, pues nada, algún tornillo de su antigua estricta conciencia puede ser aflojado con un maletín ávido de gasto.

Lo que se observa en el plano internacional _petróleo a cambio de neutralidad_ es lo que tiene lugar en dimensiones más privadas del acontecer patriótico. Así se han comprado lealtades a montones; con el inconveniente de que esas lealtades requieren alimento permanente. Un maletín no basta; tiene que venir otro y otro; y cada cual comienza a competir con el de al lado.

No puede dudarse que Chávez tiene apoyo popular, pero el sostén que proviene de las instituciones está fundamentado en una red de corrupción que cuando se destape va a dejar a Guzmán Blanco como un honradísimo estadista.

Este ya no volverá a ser el desinteresado apoyo de quienes querían conquistar el cielo por asalto, sino el calculado chantaje de los que tasan su lealtad en comisiones.

El ejemplo del presidente. No tiene este narrador pruebas de que el Presidente ande en tejemanejes con cuentas privadas u otras manifestaciones guzmancistas. Los acontecimientos de Barinas en los que antiguos y nuevos colaboradores señalan la codicia familiar, no tienen que comprometer a Chávez, más allá de su ruidoso silencio. Lo que sí es comprobable es que su conducta institucional favorece la corrupción.

Chávez es el primero que se salta la Constitución y las leyes en el manejo de los dineros públicos. El traspaso de partidas de un destino a otro, la creación de un presupuesto paralelo y sin control, la política de disponer de recursos que administra a su antojo sin ninguna programación y tampoco fiscalización, la administración de las finanzas públicas en vivo y directo desde su programa dominical, son elementos que generan un torbellino de desórdenes administrativos y fiscales que se proyectan hacia todo el aparato del Estado. Esta conducta es repetida por ministros, gobernadores y alcaldes oficialistas, y es por eso que no hay manera de que las cuentas del Estado cuadren y, por cierto, esta práctica incuba en el futuro una tragedia fiscal y monetaria de altísimas proporciones.

No es sólo el desorden. Es algo más profundo, que tropieza con la fibra moral de esta revolución. Se trata de la conducta del Presidente, que más que un hombre de la República semeja un jeque que no distingue entre la hacienda personal y la pública. Chávez es el hombre más rico de Venezuela y uno de los más ricos del planeta, no porque sea propietario (legal) sino porque es el poseedor (de hecho) de la fortuna del Estado venezolano, que administra como si fuera propia. No hay procesos administrativos, diseño de políticas públicas, requerimientos fiscales o monetarios; lo único que existe es la voluntad, más bien los antojos, del líder, sin que nadie, absolutamente nadie, se atreva a reconvenirlo. Entre otras cosas porque más de uno lo imita en su respectivo ámbito de acción. No molestar las liberalidades del jefe para que no intervenga en la de los acólitos, es la consigna. Chávez no se parece a Fidel Castro en la sobriedad que éste ha transmitido con su uniforme de faena a lo largo de su dictadura, sino que semeja más bien al sultán de Brunei ahíto de oros y moros, deslumbrado por los almíbares de un status al que no quiere renunciar.

¿Cual revolución? La corrupción ha permeado demasiado al régimen como para devolverse. La conseja urbana da cuenta de los Hummer bolivarianos comprados a granel, de las casas inmensas en manos de las familias de la revolución _por supuesto, no de los funcionarios_, de las cuentas que los cónyuges, hijos o padres, amasan como resultado de sus sorpresivas habilidades comerciales, también da cuenta de los oficiales militares (aun algunos opositores a Chávez) que no se apartan del hálito pegostoso de los millones.

De lado del sector privado, hay unos cuantos de los viejos y muchos de los nuevos que ahora pregonan su condición de empresarios apolíticos, para entrar en la rebatiña de asociaciones con los hermanos, primos, esposas, esposos, novias, novios, padres o hijos, de los jerarcas.

No es un fenómeno aislado. Algunos hasta lo justifican porque "si esto no dura, hay que tener recursos para la contraofensiva revolucionaria futura". El resultado es que buena parte de la nueva élite del país está corrompida hasta el cogote, ahogada en los miasmas de una revolución que perdió los valores en un océano de petróleo y de ausencia de principios.

Han comprado lealtades para sostener al régimen, pero esas lealtades, como vigas corrompidas, no pueden sostener el edificio bolivariano. Cada vez que se destapa una pústula es sólo la antesala de muchas otras. No pueden investigar un caso, de manera "controlada", porque siempre se les viene un tsunami de pudrición contra el mero rostro de la revolución bonita.

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  Artículo publicado en el diario El Universal, 26 marzo 2006

 
 
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