Comentan
a este escribidor que hace pocas semanas Chávez se quejaba
amargamente con un subordinado sobre cómo la corrupción se
estaba comiendo a la revolución. "No son los escuálidos _habría
dicho_, es nuestra propia gente la que está hundiendo el
proceso". En otro contexto, un diputado del MVR le comentó a un
amigo, ahora de la oposición, que "el proceso no era sostenible"
por el grado de corrupción que lo ahogaba.
Al margen de que la quejumbre
responda a convicciones o a la atmósfera mortuoria que rodea a
una revolución fatigada, lo cierto es que la corrupción se come
desde adentro y desde el fondo a este experimento. Puede durar
más o menos tiempo, pero la decadencia moral es el signo del
séptimo año de lo que ha querido ser la redención venezolana y
latinoamericana.
Virtudes de la corrupción. El
pudrimiento no es sólo obra de personajes inescrupulosos. Cumple
una función política y obedece a fuerzas que el régimen no puede
manejar ni controlar.
La corrupción que presencia
Venezuela no es el fenómeno casual o azaroso que en toda
sociedad existe, cuando algún funcionario estatal o algún
empresario privado ávido de rentas rápidas estira la mano y la
mete donde no debe. No se trata de unos "vivos" que se
aprovechan de la cercanía al Estado para contravenir leyes y
reglas en forma ocasional, aun cuando pueda ser despiadada. El
enriquecimiento con fondos públicos ha acompañado la historia de
los países y la de Venezuela es pródiga en ejemplos.
La corrupción revolucionaria
parte de otras bases. El fundamento es la concepción según la
cual "la justicia" debe prevalecer sobre "la ley". Es decir, si
la ley demora, distorsiona o frena la justicia, la ley debe ser
desconocida. En este sentido, todo aquello que favorezca a la
revolución, sea legal o no, debe ser colocado en el primer lugar
de las prioridades. Sobre ese paraguas conceptual, el robo de
los dineros públicos se ha institucionalizado. Si hay que tomar
unas partidas de aquí para una necesidad política allá, se hace
sin ningún miramiento. Si los camaradas acullá demandan que algo
chorree por trascorrales, allá va la manguera para la provisión
de los fondos revolucionarios. Si algún oficial muestra cierto
nerviosismo institucional, pues nada, algún tornillo de su
antigua estricta conciencia puede ser aflojado con un maletín
ávido de gasto.
Lo que se observa en el plano
internacional _petróleo a cambio de neutralidad_ es lo que tiene
lugar en dimensiones más privadas del acontecer patriótico. Así
se han comprado lealtades a montones; con el inconveniente de
que esas lealtades requieren alimento permanente. Un maletín no
basta; tiene que venir otro y otro; y cada cual comienza a
competir con el de al lado.
No puede dudarse que Chávez tiene
apoyo popular, pero el sostén que proviene de las instituciones
está fundamentado en una red de corrupción que cuando se destape
va a dejar a Guzmán Blanco como un honradísimo estadista.
Este ya no volverá a ser el
desinteresado apoyo de quienes querían conquistar el cielo por
asalto, sino el calculado chantaje de los que tasan su lealtad
en comisiones.
El ejemplo del presidente. No
tiene este narrador pruebas de que el Presidente ande en
tejemanejes con cuentas privadas u otras manifestaciones
guzmancistas. Los acontecimientos de Barinas en los que antiguos
y nuevos colaboradores señalan la codicia familiar, no tienen
que comprometer a Chávez, más allá de su ruidoso silencio. Lo
que sí es comprobable es que su conducta institucional favorece
la corrupción.
Chávez es el primero que se salta
la Constitución y las leyes en el manejo de los dineros
públicos. El traspaso de partidas de un destino a otro, la
creación de un presupuesto paralelo y sin control, la política
de disponer de recursos que administra a su antojo sin ninguna
programación y tampoco fiscalización, la administración de las
finanzas públicas en vivo y directo desde su programa dominical,
son elementos que generan un torbellino de desórdenes
administrativos y fiscales que se proyectan hacia todo el
aparato del Estado. Esta conducta es repetida por ministros,
gobernadores y alcaldes oficialistas, y es por eso que no hay
manera de que las cuentas del Estado cuadren y, por cierto, esta
práctica incuba en el futuro una tragedia fiscal y monetaria de
altísimas proporciones.
No es sólo el desorden. Es algo
más profundo, que tropieza con la fibra moral de esta
revolución. Se trata de la conducta del Presidente, que más que
un hombre de la República semeja un jeque que no distingue entre
la hacienda personal y la pública. Chávez es el hombre más rico
de Venezuela y uno de los más ricos del planeta, no porque sea
propietario (legal) sino porque es el poseedor (de hecho) de la
fortuna del Estado venezolano, que administra como si fuera
propia. No hay procesos administrativos, diseño de políticas
públicas, requerimientos fiscales o monetarios; lo único que
existe es la voluntad, más bien los antojos, del líder, sin que
nadie, absolutamente nadie, se atreva a reconvenirlo. Entre
otras cosas porque más de uno lo imita en su respectivo ámbito
de acción. No molestar las liberalidades del jefe para que no
intervenga en la de los acólitos, es la consigna. Chávez no se
parece a Fidel Castro en la sobriedad que éste ha transmitido
con su uniforme de faena a lo largo de su dictadura, sino que
semeja más bien al sultán de Brunei ahíto de oros y moros,
deslumbrado por los almíbares de un status al que no quiere
renunciar.
¿Cual revolución? La corrupción
ha permeado demasiado al régimen como para devolverse. La
conseja urbana da cuenta de los Hummer bolivarianos comprados a
granel, de las casas inmensas en manos de las familias de la
revolución _por supuesto, no de los funcionarios_, de las
cuentas que los cónyuges, hijos o padres, amasan como resultado
de sus sorpresivas habilidades comerciales, también da cuenta de
los oficiales militares (aun algunos opositores a Chávez) que no
se apartan del hálito pegostoso de los millones.
De lado del sector privado, hay
unos cuantos de los viejos y muchos de los nuevos que ahora
pregonan su condición de empresarios apolíticos, para entrar en
la rebatiña de asociaciones con los hermanos, primos, esposas,
esposos, novias, novios, padres o hijos, de los jerarcas.
No es un fenómeno aislado.
Algunos hasta lo justifican porque "si esto no dura, hay que
tener recursos para la contraofensiva revolucionaria futura". El
resultado es que buena parte de la nueva élite del país está
corrompida hasta el cogote, ahogada en los miasmas de una
revolución que perdió los valores en un océano de petróleo y de
ausencia de principios.
Han comprado lealtades para
sostener al régimen, pero esas lealtades, como vigas
corrompidas, no pueden sostener el edificio bolivariano. Cada
vez que se destapa una pústula es sólo la antesala de muchas
otras. No pueden investigar un caso, de manera "controlada",
porque siempre se les viene un tsunami de pudrición contra el
mero rostro de la revolución bonita.