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¿Qué les pasó?
por Carlos Blanco
domingo, 28 agosto 2005

 
El 15 de agosto 2004 la dirección de la oposición no reaccionó frente al fraude electoral, salvo para prometer una investigación que, según ha anunciado estos días Enrique Mendoza, está a punto de finalizar. Se esconden en el misterio las razones por las cuales una dirección convencida de que su victoria estaba siendo objeto de un escamoteo no pudo, quiso o supo responder a los millones de venezolanos que depositaron su confianza en ella.

Este recuerdo sonaría fastidioso e improductivo si no fuera porque varios de esos mismos dirigentes están reclamando la misma confianza de la que disfrutaron el año pasado en su empeño por llegar, no a la gloria como se prometió entonces, sino al más modesto purgatorio de la Asamblea Nacional.

La vacilación. Muchos de los entonces dirigentes de la oposición han sido figuras que, en el pasado, han dado muestras de arrojo personal; de tal manera que la tesis de la cobardía que a muchos satisface como explicación, no suena demasiado convincente para explicar la conducta de varios de los más conspicuos dirigentes de ese momento.

Tampoco parece plausible la idea de que estuvieran persuadidos de la victoria del gobierno porque todos dijeron, en ese instante y los días subsiguientes, que el oficialismo había cometido un monumental fraude. Es decir, su indecisión no fue producto de que creyeran el cuento chino del gobierno. Una muestra de que creían que se había cometido un fraude descomunal son las recientes declaraciones de Mendoza sobre su demoradísima investigación, y las del diputado de AD, Alfonso Marquina, reafirmando la tesis del fraude, a propósito del libro-confesión del CNE.

En síntesis, el 15 de agosto estaban al mando de la oposición varios personajes que en otras circunstancias habían demostrado coraje personal y que en ese momento estaban convencidos del fraude. Entonces, resulta inexplicable que hayan fallado de manera colosal.

Han debido intuir que el titubeo se los cobraría la sociedad democrática con el mismo vigor conque había aceptado, a veces a regañadientes, su conducción.

Ese desastre ocurrió el 7 de agosto y, tal parece, puede ocurrir en las próximas elecciones.

Una razón para la vacilación es, sin duda, que la dirección de la oposición se preparó, en lo esencial, para ganar; pero, nunca admitió la tesis que sostenía que el Gobierno no iba a aceptar derrota alguna. Y no la aceptaron no porque no hubiese quien se los dijese mil veces.

Los que llegaban más lejos pensaban que Chávez impediría esa derrota mediante una renuncia previa o que si intentaba desconocer los resultados, Gaviria y Jimmy Carter le torcerían el brazo o, si fuese necesario, el pescuezo. La victoria estaba, si había la consulta electoral, garantizada.

Cuando 60% a favor de la oposición se convirtió después de la extensión de la jornada electoral en 60% a favor del Gobierno, los dirigentes no supieron qué hacer.

La madre del cordero. Lo que parecen los dos errores de concepción que la mayor parte de los dirigentes de entonces cometieron son: 1. Los relativos a la movilización popular; y 2. Su visión sobre el gobierno de Chávez.

Los jefes políticos tenían entonces en su memoria el origen del paro cívico.

Ese paro, cuya responsabilidad se les achaca a Carlos Ortega, Carlos Fernández y Juan Fernández, en realidad fue impuesto por las masas, que en la calle lo concibieron como instrumento para provocar la renuncia de Chávez o la convocatoria adelantada a las elecciones. Ortega y los demás dirigentes eran increpados por no convocar al paro, hasta que se hizo inevitable, y luego nadie supo cómo terminarlo.

A partir de entonces, los dirigentes de los partidos asumieron que unas masas ciudadanas movilizadas en forma permanente podrían radicalizarse e imponer conductas desde abajo, que impidieran las negociaciones que aquellos llevaban a cabo con el Consejo Nacional Electoral y que habrían de "blindar" el referéndum revocatorio.

Los dirigentes se asustaron con la fuerza incontenible de lo que entonces se llamaba con orgullo, "la calle".

Especialmente, después de las jornadas del 27 de febrero de 2004 en las que se desarrolló un inicio, bastante espontáneo, de insurrección. A partir de ese momento se privilegió la negociación en contra de la manifestación; y las marchas que hubo _que las hubo muy buenas_ fueron objeto de un manejo político por parte de los dirigentes.

El control de las tarimas, de los oradores y el pescueceo regulado de los jefes, fue testimonio de que la etapa heroica había pasado. La manifestación inmensa del jueves antes del referendo revocatorio en la autopista del Este terminó con una tarima manejada por dos grupos políticos que, a los pocos días, iban _pensaban ellos_ a asumir el poder.

El segundo de los errores es igual de trágico. Para la fecha del RR había muchos precandidatos presidenciales, lo cual era explicable por la confianza en la victoria; incluso alguno tenía un equipo de notables que estaba en plan de selección de ministros.

Esta visión no sería más que un detalle cultural si no fuera porque varios de estos dirigentes nunca entendieron la naturaleza del proyecto de Chávez. Nunca entendieron que no hay posibilidades de relevo democrático del núcleo que controla el poder.

Tal convicción no implica, de suyo, que hay que desistir siempre de la concurrencia electoral; sólo significa que esa concurrencia, cuando se hace aconsejable, no es para que Chávez acepte sus eventuales derrotas, sino para crear una crisis política. Así ocurrió cuando Fujimori intentó su tercer mandato: Toledo compitió, se evidenció el fraude; se armó un escándalo nacional e internacional, entonces Fujimori tuvo que aceptar que no había obtenido 50% de los votos y que debía concurrir a una segunda vuelta, Toledo se retiró y se generó una crisis que lanzó al autócrata a su exilio japonés.

En Venezuela, la oposición ganó el RR. La imposibilidad de cobrar esa victoria retiró a un sector significativo de la concurrencia electoral. Una porción importante de la ciudadanía estima que esa participación garantiza puestos a los partidos pero no victorias a la sociedad que ha combatido. A partir de esta convicción, algunos de esos jefes ejercen un chantaje intolerable con esa parte de la sociedad que los censura; le dicen que si no es la vía electoral, las otras son golpistas. Dilemas absolutamente falsos, que pretenden arrinconar a los ciudadanos.

La resistencia pacífica en la que ha entrado una porción del país crea las bases para que en un momento del futuro, cuando la sociedad democrática geste una dirección política renovada, puedan plantearse nuevas movilizaciones, tan sonoras como las de antes, que se constituyan en el escenario de las salidas políticas, incluidas las electorales.

La vuelta de los ciudadanos a la calle como actores políticos principales es la clave para resolver a favor de la democracia la crisis política latente. Ya comienzan a hacerlo.
 

*

 Artículo publicado en el diario El Universal, edición del domingo  28, agosto 2005

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