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¡Las masas siguen a Chávez! 
por Carlos Blanco - El Universal
domingo, 25 septiembre 2005

 
Sí, a todas partes. Lo que ocurre es que ahora lo siguen para protestar en tonos cada vez más iracundos. Un cierto airecillo de rebelión social comienza a recorrer al país. Este régimen, en nombre de las masas, derritió a las instituciones y ahora esas masas se sienten con el derecho de achicharrar a sus mentores. La victoria total contra la institucionalidad es la causa de la implosión que amenaza al régimen.

La destrucción. El Parlamento en todo país democrático es un espacio de representación y de diálogo. El fundamento de la acción de parlamentar no es el mero hablar, sino hablar para entenderse, para generar acuerdos y crear espacios de conciliación entre los que son, por definición, diversos. Esa función desapareció en Venezuela. Se habla; pero, no se escucha; ni hay oportunidad alguna para el encuentro. El Gobierno, de esta manera, mató a la Asamblea Nacional en lo que es su función esencial. Esa institución ha desaparecido en su más íntima naturaleza; lo que queda es un remedo, en el cual se aprueba lo que el caudillo quiere, se mantiene con dineros públicos a un sector de la élite política y los miembros de la oposición asisten, impotentes, a su defunción institucional.

El Poder Judicial en una democracia es la herramienta de la justicia, la que restaura o crea los equilibrios que el ejercicio del poder impide o deshace por su propia lógica interna. La justicia procura por los más débiles, por los que no tienen el dominio, por los que carecen de mando, mediante la aplicación recta de la ley. Esa función, que estaba muy maltrecha, desapareció en Venezuela. El Gobierno logró que el aparato judicial, desde arriba hasta abajo, se convirtiera en el instrumento de la legitimación jurídica de toda acción del autoritarismo. No hay ninguna materia que tenga causas o consecuencias políticas que no sea decidida en los términos que el régimen ordena.

En el camino se ha destruido el tejido social. No es que se ha creado odio de la nada y por eso los venezolanos de hoy aparecen separados; el problema es más complejo: se ha destruido la mayor parte de la trama que unía a los ciudadanos (sistemas amistosos, familiares, vecinales, gremiales, sindicales, asociativos en general) y, como resultado, se ha instalado una relación no cooperativa y de feroz confrontación. El odio es el resultado.

Ese sistema de instituciones y de relaciones sociales no ha sido sustituido por ninguno alternativo. Entre otras razones, porque el autoritarismo militar-socialista que encabeza Chávez, necesita concentrar todo el poder en éste, para avanzar sin disensión alguna en su proyecto. No hay intermediaciones válidas.

Especialmente crítica es la situación de los partidos políticos. Todos, sin excepción, venían mal o, en el caso de los nuevos, fueron atacados por la infección mortal del envejecimiento prematuro. La sociedad se deshilachó y ninguno tuvo la capacidad ni la posibilidad de representar a sectores más o menos homogéneos; menos aun a una clase media disminuida y fragmentada. Los partidos de hoy, víctimas de la implacable onda demoledora, escasamente se representan a sí mismos; porque en realidad, sólo representan a algunas de las fracciones que se mueven en su interior.

Las masas al garete. Sin instituciones, sin partidos, sin mecanismos que agreguen los intereses colectivos, sin canales para hacerse escuchar, sin taquillas públicas en las cuales solicitar o reclamar, sólo queda, porque así lo ha querido el orden que se implanta, la figura todopoderosa de Chávez. Allí está él, como el origen y el fin de las cosas en esta pamplina militarista. Todo lo domina, según la fantasía al uso, y sus partidarios y algunos "ablandados" se dirigen a su pedestal a rendir pleitesía; pero, al mismo tiempo, encaminan su mirada hacia él para pedir lo que las instituciones licuadas o desvanecidas ya no pueden hacer. Se ha convertido en el centro de los reclamos. Chávez está siendo perseguido por Chávez.

Como se observa, las masas furiosas comienzan a pedir cuentas. Lina Ron está alzada; Ramón Machuca, en Sidor, también; una parte de los Tupamaros que recibió su dosis de Willian Lara se rebela; los que trancan vías andan por la libre; los que reclaman en los diferentes organismos no aceptan más tente-allá; en su conjunto expresan una sola cuestión: "Chávez, tú eres el líder, tú eres el dueño de los recursos y tú tienes el poder; entonces, tú tienes que resolver las cosas. Si no lo haces, te sacamos".

El Presidente tuvo éxito en disolver el tejido social e institucional; roció el ácido disolvente a su alrededor. No dejó nada que no empapara con el fluido militarista-socialista; una vez pasada la nube que todo lo ha envuelto, el personaje descubre que reina en una espantosa soledad; que está rodeado de subordinados fantasmas que sólo se ocupan de imaginar lo que pueda complacerlo, pero que no tienen aptitud de gobernantes ni de administradores. La adulancia que despliegan es sólo el indicador de que su centro de atención es adivinar el pensamiento de su jefe y en muchas oportunidades se quedan paralizados porque descubren que el Jefe no tiene pensamientos en muchas materias de urgente demanda. En ese momento, los adulantes quedan sólo con la mueca de la más despreciable sumisión.

Rebelión en la granja. Al margen de la parafernalia de las alturas; de los aprestos electorales; y del juego político más o menos "normal" que se cuece en los escombros del sistema, lo que se observa es un estado creciente de desobediencia. No es que se siga una consigna de algún estado mayor inexistente, sino que hay una respuesta frente a la aparición de núcleos caóticos en diversos espacios, sin ninguna posibilidad de orden. Y todo intento de imponerlo se traduce en incremento del caos. Véase, como indicio, que el conato de solicitud electrónica de pasaportes colapsó el primer día de su puesta en marcha. Del mismo modo, la iniciativa para recoger la basura en Caracas provocó, inmediatamente, que el basural aumentara en forma geométrica.

Tal vez uno de los mejores indicadores de la propensión al caos es el ridículo insondable de todas las unidades policiales antiterroristas cuando aparecieron los esqueletos danzantes diseminados por el grupo "Cambio"; realmente asustaron al Gobierno, porque es indicador de que algo se cuece allá abajo, en el sótano de la sociedad.

La resistencia al régimen no es como el Gobierno supone, una especie de insurrección violenta; tampoco es, como la oposición oficial lo define, para burlarse de quienes así piensan ("álcense pues, atrévanse") un bochinche de desesperados; es, más bien, una actitud permanente que se niega a la aceptación de lo que ocurre y que en cualquier lugar puede manifestarse; sea con unos esqueletos guasones, sea con el reclamo rabioso de trabajadores y desempleados, o también con la negativa de entregar sin chistar las propiedades que el Gobierno confisca a sus legítimos propietarios. La rebeldía está a la orden del día.

carlosblancog@cantv.net

*   Artículo publicado en el diario El Universal, 25 septiembre 2005

 

 
 
 
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