Sí,
a todas partes. Lo que ocurre es que ahora lo siguen para
protestar en tonos cada vez más iracundos. Un cierto airecillo
de rebelión social comienza a recorrer al país. Este régimen, en
nombre de las masas, derritió a las instituciones y ahora esas
masas se sienten con el derecho de achicharrar a sus mentores.
La victoria total contra la institucionalidad es la causa de la
implosión que amenaza al régimen.
La destrucción. El Parlamento
en todo país democrático es un espacio de representación y de
diálogo. El fundamento de la acción de parlamentar no es el mero
hablar, sino hablar para entenderse, para generar acuerdos y
crear espacios de conciliación entre los que son, por
definición, diversos. Esa función desapareció en Venezuela. Se
habla; pero, no se escucha; ni hay oportunidad alguna para el
encuentro. El Gobierno, de esta manera, mató a la Asamblea
Nacional en lo que es su función esencial. Esa institución ha
desaparecido en su más íntima naturaleza; lo que queda es un
remedo, en el cual se aprueba lo que el caudillo quiere, se
mantiene con dineros públicos a un sector de la élite política y
los miembros de la oposición asisten, impotentes, a su defunción
institucional.
El Poder Judicial en una
democracia es la herramienta de la justicia, la que restaura o
crea los equilibrios que el ejercicio del poder impide o deshace
por su propia lógica interna. La justicia procura por los más
débiles, por los que no tienen el dominio, por los que carecen
de mando, mediante la aplicación recta de la ley. Esa función,
que estaba muy maltrecha, desapareció en Venezuela. El Gobierno
logró que el aparato judicial, desde arriba hasta abajo, se
convirtiera en el instrumento de la legitimación jurídica de
toda acción del autoritarismo. No hay ninguna materia que tenga
causas o consecuencias políticas que no sea decidida en los
términos que el régimen ordena.
En el camino se ha destruido el
tejido social. No es que se ha creado odio de la nada y por eso
los venezolanos de hoy aparecen separados; el problema es más
complejo: se ha destruido la mayor parte de la trama que unía a
los ciudadanos (sistemas amistosos, familiares, vecinales,
gremiales, sindicales, asociativos en general) y, como
resultado, se ha instalado una relación no cooperativa y de
feroz confrontación. El odio es el resultado.
Ese sistema de instituciones y
de relaciones sociales no ha sido sustituido por ninguno
alternativo. Entre otras razones, porque el autoritarismo
militar-socialista que encabeza Chávez, necesita concentrar todo
el poder en éste, para avanzar sin disensión alguna en su
proyecto. No hay intermediaciones válidas.
Especialmente crítica es la
situación de los partidos políticos. Todos, sin excepción,
venían mal o, en el caso de los nuevos, fueron atacados por la
infección mortal del envejecimiento prematuro. La sociedad se
deshilachó y ninguno tuvo la capacidad ni la posibilidad de
representar a sectores más o menos homogéneos; menos aun a una
clase media disminuida y fragmentada. Los partidos de hoy,
víctimas de la implacable onda demoledora, escasamente se
representan a sí mismos; porque en realidad, sólo representan a
algunas de las fracciones que se mueven en su interior.
Las masas al garete. Sin
instituciones, sin partidos, sin mecanismos que agreguen los
intereses colectivos, sin canales para hacerse escuchar, sin
taquillas públicas en las cuales solicitar o reclamar, sólo
queda, porque así lo ha querido el orden que se implanta, la
figura todopoderosa de Chávez. Allí está él, como el origen y el
fin de las cosas en esta pamplina militarista. Todo lo domina,
según la fantasía al uso, y sus partidarios y algunos
"ablandados" se dirigen a su pedestal a rendir pleitesía; pero,
al mismo tiempo, encaminan su mirada hacia él para pedir lo que
las instituciones licuadas o desvanecidas ya no pueden hacer. Se
ha convertido en el centro de los reclamos. Chávez está siendo
perseguido por Chávez.
Como se observa, las masas
furiosas comienzan a pedir cuentas. Lina Ron está alzada; Ramón
Machuca, en Sidor, también; una parte de los Tupamaros que
recibió su dosis de Willian Lara se rebela; los que trancan vías
andan por la libre; los que reclaman en los diferentes
organismos no aceptan más tente-allá; en su conjunto expresan
una sola cuestión: "Chávez, tú eres el líder, tú eres el dueño
de los recursos y tú tienes el poder; entonces, tú tienes que
resolver las cosas. Si no lo haces, te sacamos".
El Presidente tuvo éxito en
disolver el tejido social e institucional; roció el ácido
disolvente a su alrededor. No dejó nada que no empapara con el
fluido militarista-socialista; una vez pasada la nube que todo
lo ha envuelto, el personaje descubre que reina en una espantosa
soledad; que está rodeado de subordinados fantasmas que sólo se
ocupan de imaginar lo que pueda complacerlo, pero que no tienen
aptitud de gobernantes ni de administradores. La adulancia que
despliegan es sólo el indicador de que su centro de atención es
adivinar el pensamiento de su jefe y en muchas oportunidades se
quedan paralizados porque descubren que el Jefe no tiene
pensamientos en muchas materias de urgente demanda. En ese
momento, los adulantes quedan sólo con la mueca de la más
despreciable sumisión.
Rebelión en la granja. Al
margen de la parafernalia de las alturas; de los aprestos
electorales; y del juego político más o menos "normal" que se
cuece en los escombros del sistema, lo que se observa es un
estado creciente de desobediencia. No es que se siga una
consigna de algún estado mayor inexistente, sino que hay una
respuesta frente a la aparición de núcleos caóticos en diversos
espacios, sin ninguna posibilidad de orden. Y todo intento de
imponerlo se traduce en incremento del caos. Véase, como
indicio, que el conato de solicitud electrónica de pasaportes
colapsó el primer día de su puesta en marcha. Del mismo modo, la
iniciativa para recoger la basura en Caracas provocó,
inmediatamente, que el basural aumentara en forma geométrica.
Tal vez uno de los mejores
indicadores de la propensión al caos es el ridículo insondable
de todas las unidades policiales antiterroristas cuando
aparecieron los esqueletos danzantes diseminados por el grupo
"Cambio"; realmente asustaron al Gobierno, porque es indicador
de que algo se cuece allá abajo, en el sótano de la sociedad.
La resistencia al régimen no es
como el Gobierno supone, una especie de insurrección violenta;
tampoco es, como la oposición oficial lo define, para burlarse
de quienes así piensan ("álcense pues, atrévanse") un bochinche
de desesperados; es, más bien, una actitud permanente que se
niega a la aceptación de lo que ocurre y que en cualquier lugar
puede manifestarse; sea con unos esqueletos guasones, sea con el
reclamo rabioso de trabajadores y desempleados, o también con la
negativa de entregar sin chistar las propiedades que el Gobierno
confisca a sus legítimos propietarios. La rebeldía está a la
orden del día.
carlosblancog@cantv.net