Uno
de los argumentos predilectos de los promotores de concurrir a
votar en diciembre es descalificar la actitud abstencionista
acusándola de que es un "no-hacer", la denuncian como si
equivaliera a quedarse en la casa comiendo papitas fritas,
tomándose una "fría" y viendo Globovisión. Mientras que, por
el contrario, "hacer algo" sería levantarse heroicamente de la
cama y asistir a votar con bravura y furia. Frente a los
abstencionistas declarados en estado de coma y cama el 4 de
diciembre, estarían los valientes que se atreverían a desafiar
el sol o la lluvia al concurrir a la mesa de votación. Esta
visión, que varios dirigentes de los partidos declaman,
profundiza la voluntad abstencionista. Además, revela
incomprensión y desprecio a un sector de la ciudadanía que
tiene una actitud política que considera correcta, con tanto
derecho como los que quieren votar.
Razones. Los partidos han
esgrimido razones para ir a las elecciones; sin embargo, la
fundamental de las cuales es que abstenerse no conduce a
ninguna parte. Lo que no terminan de explicar los dirigentes
es cómo, en el marco de un descomunal fraude institucional, se
puede lograr algo, que no sea que algunos de sus dirigentes
_muy pocos, en verdad_ sean electos para la Asamblea Nacional.
Es cierto que si la
abstención es masiva, el 5 de diciembre el país puede amanecer
con una AN totalmente chavista, para que el régimen pueda
hacer lo que le dé la gana. Si la abstención no fuera masiva,
el 5 de diciembre el país puede amanecer con una AN casi
(léase bien, casi) totalmente chavista, para que el régimen
pueda hacer igualmente lo que le dé la gana.
Si en ambas posiciones el
resultado será aproximadamente igual, en el sentido de que el
tipo de control absoluto que el régimen procura lo va a
obtener de todos modos, no por los votos sino por el fraude en
marcha, entonces la discusión debe desplazarse hacia otro
lado. Entre otras cosas porque se notará que varios de los
dirigentes que están en campaña son diputados y tienen
notables expedientes de inasistencia a la AN, para cuya
elección vuelven a solicitar los votos de los electores; lo
cual demuestra, en los hechos, que la AN se ha vuelto, al
menos para algunos diputados, un lugar irrelevante para la
lucha política.
Si el problema real a
resolver no es ganar unas elecciones cuyos resultados ya están
resueltos de antemano, cabe entonces preguntarse cuáles son
los objetivos que la sociedad democrática debe abordar con
este evento electoral.
Hay muchas cuestiones por
resolver; sin embargo, dos son esenciales: la unidad popular
democrática y la dirección política de ese movimiento. Salvo
por razones de propaganda, no se puede decir que la alianza
electoral de un grupo de partidos sea "la unidad de la
oposición". Eso no es cierto y, peor aun, no lo cree nadie.
Ese es un entendimiento limitado, sin demasiada ambición
histórica, realizado entre partidos que tienen muchas dudas
sobre los pasos que dan en este momento y apremiados por
contradicciones internas en torno a esta materia, que no
logran resolver. Sin embargo, más allá de esta circunstancia,
la unidad es necesaria y pasa porque los partidos reconozcan
la separación que hay entre ellos y un sector significativo y
muy potente de la sociedad civil.
La unidad que tiene sentido
es la que se podría construir entre esos partidos y el
movimiento ciudadano disidente, a partir del reconocimiento de
la realidad en la cual se encuentra éste, que no es otra que
la de un total descreimiento respecto de las bondades de la
participación electoral. El camino para ese encuentro está a
la mano: exigir el cumplimiento de condiciones irrenunciables,
sin las cuales no se participará en la bufonada electoral. Si
se dieran _cosa a estas alturas improbable, pero no imposible_
todos, incluidos los abstencionistas, participarían. De no
darse; todos, incluidos los partidos que han postulado
candidatos, se unirían en un formidable frente que denunciaría
el fraude en marcha.
El encuentro entre los
partidos y la sociedad civil crea unas bases para que pueda
emerger con más propiedad _y madurez_ una dirección política.
El día despues. Varios de los
partidarios de ir a votar inquieren sobre el día después, el 5
de diciembre, y, como queda dicho, no hay manera de superar el
"ratón" si se espera algo distinto al fraude diseñado, sea que
se vote, sea que no se concurra. De allí que la solución al
dilema del 4 de diciembre no está en ese día sino, muy
probablemente, antes de ese día. Piénsese, por ejemplo, si AD
y Primero Justicia, cuyas voluntades de participación
electoral están fuera de duda, emplazan de manera terminante a
los dueños de las elecciones con las condiciones que Súmate ha
difundido hasta la saciedad.
Si esas condiciones no se
aceptan se pueden tener dos resultados antes del 4 de
diciembre: el primero es la evidencia compacta ante los ojos
del país, de los observadores y del mundo, de la magnitud del
fraude diseñado; segundo, la reunificación progresiva de los
sectores de oposición.
Desde esta perspectiva, no
conviene el choteo que algunos tienen con respecto a quienes
invocan el artículo 350 de la Constitución o en relación con
quienes hablan de resistencia pacífica o desobediencia civil.
Puede que hoy no se sepa con qué se come eso; pero lo que es
cierto es que la sociedad democrática anda en una búsqueda de
cómo hacer para enfrentarse al militarismo socialista. Todas
esas son exploraciones, como las suelen hacer las sociedades,
en su aprendizaje para desembarazarse de las autocracias. Unos
hacen muñecos, esqueletos o colocan auyamas; otros organizan
manifestaciones; los de más allá interpretan los alcances del
artículo constitucional que ampara la rebelión; algunos se
organizan para la resistencia pacífica; y no faltan quienes
crean que lo mejor es participar en las elecciones, así sea
para recibir "con la frente en alto", como se dice ahora entre
los políticos, el ultraje del fraude.
Descalificar esas búsquedas
no sólo es impropio de quienes tienen en sus alforjas una
colección de errores innecesarios, sino que son los
principales responsables de que las fuerzas democráticas se
encuentren al garete. Puede que hoy el 350, la resistencia, la
desobediencia y otros términos no sean más que palabras, pero,
sin necesidad de recordar que al principio fue el verbo, son
símbolos de cómo las sociedades buscan caminos. Es posible que
más pronto que tarde esas palabras-palabras se conviertan en
palabrasfuerza o en palabras-combate. La aparición de un
Comando Nacional de Resistencia le comienza a dar forma a lo
que no era sino un número perdido en los huecos negros de la
Constitución.
El susto oficial por los
esqueletos, fantasmas y auyamas no es más que el indicio de un
miedo que sube por la rabadilla, se trepa al cuello y se
instala en los cerebritos de los próceres. Noviembre brinda el
tiempo suficiente para reajustar políticas y tácticas.
carlosblancog@cantv.net