Es
una lástima que nuestra prensa, en líneas generales, conceda tan
escasa importancia a los pronunciamientos del Presidente Hugo
Chávez sobre cuestiones ideológicas. Lo mismo ocurre con buena
parte de los comentaristas, que o bien ignoran el asunto o bien
lo tratan como algo exótico, otra manifestación de la
personalidad un tanto excéntrica del Jefe de Estado venezolano.
No obstante, es un error subestimar el tema ideológico y su
papel en la revolución de Chávez. Tal vez, por los momentos, en
tanto se sostenga la abundancia fiscal originada por el alto
precio del petróleo, el populismo y la demagogia resulten
suficientes para el proceso
revolucionario. Pero esta revolución tiene el firme propósito de
perdurar en el tiempo y hacerse irreversible. El Presidente
Chávez
trabaja hoy para asegurar el futuro, y él también sabe que la
bonanza
fiscal no será eterna.
Una vez más, hace pocos días, Chávez arremetió contra el
capitalismo y reivindicó el socialismo. En concreto, afirmó que
"es el capitalismo el que fracasó". Aseverar esto luego del
derrumbe de la URSS, del patente fracaso cubano, del horror
norcoreano, y de la decisión china de resucitar el capitalismo
salvaje e inundar el planeta de baratijas, requiere algo más que
audacia. Exige realmente una notable ignorancia y la voluntad
indoblegable de escapar de la realidad. Esta ignorancia, y el
deseo de aferrarse a la utopía por encima de lo que sea, se
hacen aún más obvios si tomamos en cuenta que es la economía de
Estados Unidos la que sostiene al mundo, incluida Europa, y que
los socialistas como Lula, Lagos, Kirschner, los
socialdemócratas europeos y los radicales asiáticos, hace rato
entendieron que el socialismo no genera riqueza y
hunde a los pueblos en la miseria.
Pero Hugo Chávez es diferente. Es un verdadero revolucionario,
que une en su visión la misma mezcolanza de violencia feroz y
romanticismo utópico de un Che Guevara, hoy celebrado por un
Hollywood que prefiere olvidar los fusilamientos ordenados por
el guerrillero argentino.
Insisto: por ahora Chávez actúa en dos planos. De un lado admite
la
continuación del capitalismo de Estado en Venezuela, acepta la
inversión extranjera en sectores clave, y tolera a aquél
empresariado local que se pliega al régimen o en todo caso
abandona la política. Pero por otro lado, Chávez construye con
tenacidad y visión a largo plazo los mecanismos de control
político y económico que le permitirán sobrevivir cuando las
circunstancias cambien, y la revolución ingrese a un territorio
mucho menos complaciente del que hoy transita en medio de
millones que se disiparán, y de un apoyo popular destinado
inexorablemente a la mengua.
En ese orden de ideas, cabe enfatizar que las convicciones
anti-capitalistas de Chávez son profundas, y tienen que ver, en
primer
término, con la tendencia colectivista tan arraigada en la
especie
humana, producto de siglos de tribalismo, tendencia que siempre
está
allí en lo más recóndito de nuestros espíritus, y que fue
analizada con
gran lucidez por Friedrich Hayek y Carlos Rangel, entre otros.
Por otra parte, el anticapitalismo de Chávez se enraíza en el
resentimiento de los que menos tienen o han tenido, en el culto
cristiano-comunista a la pobreza, en un igualitarismo violento y
envidioso, y en la percepción (acertada por lo demás) de que
sólo un
sistema comunista será capaz de asegurar el control político
necesario para que la revolución se extienda "hasta el
infinito", como lo anunció alguno de los acólitos del régimen en
días recientes.
De allí que los analistas que hoy hacen mofa de las diatribas
anticapitalistas de Chávez, de su fervor pro-comunista, de sus
alianzas internacionales con Cuba, Corea del Norte e Irán, y de
su incontenible antiyanquismo, cometen de nuevo la equivocación
de subestimarle, y pierden de vista que lo esencial es enfocar
el sentido de dirección de la revolución y no sus veleidades
presentes, algo silenciadas bajo la sordina del boom petrolero.
Por todo ello, cabe una vez más aclarar que las llamadas
"reservas"
militarizadas del régimen no son otra cosa que milicias, es
decir, el
brazo armado de un proyecto y un régimen, brazo armado que está
siendo construido ahora para ser usado más adelante. Su
verdadera función no será la defensa externa sino el control
interno de la sociedad. Más específicamente, el control de lo
que reste de la FAN tradicional, la ocupación de espacios
públicos para impedir que se repitan las grandes protestas de
oposición, la intimidación permanente de la población, y la
garantía de que el régimen sólo sea reversible a sangre y fuego.
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