“…sea usted muy circunspecto en las órdenes, proclamas y
decretos que se hayan de publicar, y mucho más en las que hayan
de imprimirse, así apruebo mucho que no se imprima la que ha
dado usted últimamente en Santafé. En semejante caso un bando de
una autoridad subalterna produce el mismo efecto y no se
compromete la autoridad suprema. Un papel acalorado suele
descubrir el estado de un gobierno o de los gobernantes.”
Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, 1º de noviembre
de 1819.
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Ya los historiadores de estas menudencias
bolivarianas tendrán el tiempo suficiente como para explicarnos
si el “acalorado papel” de las expropiaciones de Barreto
desenmascaran la verdadera situación por que atraviesa el
gobierno – un caos, una guerra de todos contra todos, un sálvese
quien pueda - o si, en su defecto, Barreto debe ser considerado
un funcionario subalterno que recibe desde Pekín el encargo de
poner la plasta sin salpicar el buen nombre de los funcionarios
alternos, como Diosdado Cabello y José Vicente Rangel. O incluso
el del mismísimo presidente de la república, que si a ver vamos,
todos los infrascritos cojean del mismo cáncer: son
revolucionarios y se entienden.
Sea como fuere, un alterno acaba de poner en su
lugar al subalterno porque, sin querer queriendo provocar el
devastador efecto que suscitara en sus propias filas, el decreto
edilicio excretado por Johnny Barreto ha venido a poner de
manifiesto el comprometido papel en que se encuentra el gobierno
del ausente teniente coronel Hugo Chávez. Precisamente cuando
más frágil es el piso político de su gobierno, en plena campaña
electoral. Y en su momento de máxima debilidad, que es cuando se
halla ausente. Y es lógico que esa ausencia le pegue y duro:
nadie se pasa uno de cada tres días viajando o hablando por
cadena nacional sin comprometer no sólo su buen nombre, sino el
futuro del régimen que preside y el del país que desgobierna.
Que es la razón del por qué salta esta liebre expropiatoria y se
le comienza a echar leña a la candela.
Quien haya tenido el ocio suficiente como para
dedicarse a seguirle la pista a los procesos electorales desde
que Chávez asaltara el Poder, tendrá que reconocer un hecho
palmario: sus éxitos estuvieron precedidos de mensajes
pacificadores, de acercamientos gentiles y convincentes hacia
las clases medias, de bajarle la presión a las amenazas y vestir
la piel del cordero: por lo menos en las cercanías a los hechos
electorales mismos.
¿Qué ha cambiado, entre tanto, como para que Barreto
modifique la señal y desate las iras y las furias más temidas
por esos sectores? ¿Qué es lo novedoso como para que el terror
reemplace a la seducción, el amedrentamiento a la simpatía y la
ofensa, la diatriba y el insulto al buen entendimiento?
Más complejo aún: ¿qué está pasando en las filas de
la nomenclatura como para que Juan Barreto rompa lanzas contra
Diosdado Cabello y José Vicente Rangel se vea obligado a
terciar en nombre de una política que parece cogida con pinzas?
Huele por los predios de Miraflores, y no precisamente a rosas.
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Cuando todos tienen la razón pero están en
desacuerdo es que algo muy profundo está fallando. Chávez,
cómodo en su bonapartismo, tendrá que terciar. Lo hará a favor
de Barreto en cuanto a la esencia. Lo hará a favor de Diosdado y
José Vicente en cuanto a la forma. De lo que se trata es de la
circunstancia. Barreto cree que llegó la hora de apretar a
fondo, arrinconar a la oposición, desbancar a Rosales y aplastar
por la calle del medio cualquier atisbo de disidencia. Cree
expresar el más íntimo sentimiento del castro-chavismo. Las
revoluciones no usan guantes blancos. Y él, montonero de barrio
abajo, no es de los que se limpian las botas para no manchar la
alfombra.
Es perro fiel a la posición del chavismo con Chávez:
patear el tablero de una vez y sin ninguna conmiseración.
Aplastamiento sangriento de la oposición, cárcel y destierro
para los renuentes, expropiación absoluta y control total de la
sociedad en manos del Estado. Pero deseos no preñan: el horno no
está para esos bollos. Diosdado, por su lado, considera que aún
no ha sonado la hora de decretar el totalitario imperio
revolucionario. No están dadas las condiciones. Cabe incluso la
duda acerca de sus propias dudas existenciales: ¿es Diosdado
Cabello bolchevique o menchevique? ¿Coincide su proyecto
político personal con el revolucionario proyecto de Chávez? ¿O
tiene el suyo propio como para osar desbancar al caudillo y
esperarlo en la bajadita?
Bolívar, siempre afectuoso con un Santander
mezquino, roñoso y miserable le recomendaba prudencia. Que la
imprudencia muchas veces desenmascara el estado calamitoso de
los gobiernos que recurrían a “papeles acalorados”. Aunque a la
larga la razón histórica – no siempre la razón de los mejores –
estuvo de lado de Santander, no de Bolívar.
El escenario no es el mejor para el chavismo con
Chávez. Tampoco para el chavismo sin Chávez. Obligado a medirse
electoralmente, los vientos parecen serle aparentemente
favorables: la gente comienza a tomarle el gusto a presentarse a
las urnas. Lo cual se compadece con su proyecto de legitimación
por la vía comicial. La gente parece dispuesta a votar incluso
consciente de que las condiciones son turbias y pantanosas – por
decir lo menos. Lo que para el chavismo con Chávez es miel sobre
hojuelas. Pero la gente, por esa vía, comienza a alimentar una
gigantesca aspiración a salir de Chávez electoralmente.
Contaminando incluso a los sectores aledaños al chavismo que
también sienten ganas de terminar con la pesadilla este mismo 3
de diciembre. Arrastrando en su anhelo a amplios sectores de la
clientela electoral chavista, que luego de ocho años de promesas
incumplidas aún no terminan por verle el queso a la tostada.
Asediados ahora por los cantos de sirena de Rosales y el Conde
del Guácharo, que hablan su lenguaje. Lo que comienza a aterrar
a los cogollos chavistas de toda condición. Imaginamos a sus
sectores más concientes temiendo ser barridos en diciembre.
Bueno el cilantro electoral, pero tampoco tanto como para
arriesgar la botija.
Es en ese contexto de advertencia y preocupación
ante la ofensiva política que parece encontrarse por ahora en
manos de los candidatos opositores – Rosales y Rausseo – y el
efecto disolvente que están teniendo sobre las bases sociales
del chavismo, que salta la liebre de Barreto y el escándalo que
suscita en el seno del MVR y las altas instancias de gobierno.
Lo grave, lo gravísimo de la situación es que se
está poniendo buena. El trámite electoral comienza a coger carne
y color. Aunque en el seno de la oposición tampoco la situación
luce todo lo claro y diáfano que se quisiera.
3
La oposición tendrá que resolver una grave
contradicción y al más corto plazo posible si quiere llegar al
3-D en elementales condiciones de triunfo: acompañar al
sentimiento popular aprestándose a participar del proceso
electoral, pero hacerlo sin hipotecarse a un CNE tramposo y
sometido a condiciones electorales no sólo desventajosas sino
muy posiblemente amañadas y fraudulentas.
Suena a cuadratura del círculo: ir a votar sabiendo
que el voto en Venezuela no elige. Insistir en reiterar las
tristemente célebres jornadas del 15 de agosto de 2004. Aunque
esta vez confiando en que se hará lo que entonces no se hizo:
denunciar el fraude urbi et orbe, exigir un conteo manual y voto
a voto de los resultados electorales, paralizar el país de ser
necesario. A riesgo de desatar una guerra civil. Como en
Ucrania. Incluso como en el México de López Obrador.
No es lo que promete el candidato Rosales, que muy
posiblemente termine alzándose con el derecho a representar la
ofensiva opositora. Es, en cambio, lo que promete el candidato
Rausseo: pasar por caja y exigir se le pague lo que ganare en
buena lid. ¿Aguaje?
La clave secreta del 3-D – unidad a todo evento -
sigue en manos del abstencionismo y los sectores políticos que
lo han representado. En el liderazgo de AD, de Alianza Popular,
del Movimiento 4 de Diciembre, de Alianza Bravo Pueblo, del
Frente Nacional de la Resistencia, de Verdad Venezuela y de
todos aquellos grupos y personalidades que reclaman condiciones
de transparencia y legitimidad electoral hoy más que dudosos.
Rosales o Rausseo, cualquiera que resulte el
candidato único y unitario, necesita de ese acopio electoral que
sin duda hará la diferencia. Una oposición unida podría
representar un enemigo invencible, sobre todo si animada en
alma, corazón y vida por un nuevo sueño de país. Pero para
lograr esa unidad con el abstencionismo en buena lid debe el
eventual candidato sellar con esos sectores un compromiso de
irrestricta defensa a los derechos electorales hoy conculcados.
Debe comprometerse a participar, vencer y cobrar. Dirigiendo las
luchas por la defensa del triunfo con sangre si es preciso.
Pues una cosa es decir ahora, como lo hacen los voceros de
Rosales, que hay que aceptar las condiciones impuestas por el
CNE, pues aún bajo dichas condiciones el triunfo es posible y
está al alcance de la mano. Y otra cosa muy distinta es salir la
noche del 3 de diciembre a reconocer el triunfo de Hugo Chávez
dándole un espaldarazo a una victoria posiblemente lograda por
los caminos verdes del fraude.
Un Rosales que hubiera renunciado a la gobernación tendría una
carta de legitimidad en su mano. Haberse convertido en candidato
con el espaldarazo del CNE, que le garantiza una salida por la
puerta trasera con una derrota negociada, poniéndolo de regreso
en la gobernación del Zulia, ha dejado un mal sabor en el
ambiente.
La oposición dura tendrá que saber tasar el precio de su
respaldo. Los candidatos tendrán que asumir un juramento de
sangre. Cortés quemó las naves. Bolívar declaró la guerra a
muerte. ¿Qué pruebas nos darán Rosales o Rausseo para
convencernos de que dar la vida por su elección no será una
inútil causa perdida? ¿En qué sueños nos empatamos? ¿Cuál será
nuestro juramento de sangre?
Clío, la diosa de la historia tiene la palabra.
TODOS CONTRA BARRETO
Los hechos, si cabe descifrar la maraña en que se
encuentra el chavismo en esta su más difícil coyuntura
electoral desde el 15 de agosto, parecen ser los
siguientes. Hondamente preocupado por un bajón
considerable en las encuestas que habrían registrados sus
peores números en los últimos catorce meses, Chávez habría
ordenado polarizar para volver a calentar su tibia
clientela electoral, infestada de abstencionismo a niveles
altamente peligrosos. Un Barreto celoso por el trato
desconsiderado recibido del caudillo, que lo marginó de
los actos proclamatorios, habría decidido picar’alante y
ganar puntos en el favor del caudillo atacando al corazón
del enemigo. Creyendo matar dos pájaros de un tiro:
radicalizar, por un lado, y hacerse imprescindible, por el
otro.
Pero al parecer el tiro le salió por la culata. De una
plumada y según muy confiables encuestas relámpagos,
Chávez habría perdido tres puntos entre sus propios
seguidores. Puntos de oro que habrían corrido a cobijarse
bajo el alero de Manuel Rosales. Miles de octavillas
impresas con la debida celeridad por el comando de campaña
del gobernador zuliano afianzaron la tendencia.
El remezón consiguiente ha sido tan considerable, que
Barreto ha logrado tres milagros: unir en su contra los
criterios de José Vicente Rangel y Diosdado Cabello,
otrora enemigos jurados; reconciliar también en su contra
a Tarek William Saab y Jesse Chacón, discretos aunque
recalcitrantes enemigos; y, last but not least, acordar
también en contra suya a García Carneiro con Desirée
Santos Amaral, que no es que se admiren mutuamente. El
chavismo en pleno ha puesto el grito en el cielo contra el
matón de El Valle. La opinión en esos predios alcanza
unanimidad nacional: Johnny Barreto ha puesto una soberana
plasta.
Ya llegará Hugo Chávez a santificar los entuertos y a
darle a cada uno lo que es suyo. Pero no encontrará el
mejor de los mundos. Se encontrará con un panorama muy
complejo. Si la oposición se une tras un candidato único e
impone el criterio de dar la vida por resultados
electorales limpios y transparentes podría hacer realidad
un sueño anhelado: despertar de la pesadilla. Así sea
luego de montar una monumental operación Ucrania. Barreto
habrá ayudado a lograrlo. Nadie sabe para quién trabaja.
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