ecamos
los venezolanos de un aterrante cortoplacismo: tendemos a
mirar sólo hasta donde alcanza nuestra mirada. Todo aquello
que se encuentra más allá de nuestras narices, lo abandonamos
a la irrealidad, a la aventura, a lo incógnito y al "ya
veremos". Puede que esa sea una de las mayores taras de
nuestro exultante tropicalismo: vivir absolutamente al día. En
la improvisación total. Tomar atajos y apostar a cortar
caminos, jamás con un plan preestablecido y una bitácora de
ruta, con fines y objetivos de corto, mediano y largo plazo,
según aconsejan e imponen las circunstancias de la modernidad
y el racionalismo de un mundo tecnológico y globalizado. Vamos
en cambio sufriendo los desastres que ese cortoplacismo genera
también "según el orden del tiempo". Día tras día. Sin mayores
sobresaltos, porque nos hemos instalado en el sobresalto
mismo, habituados a lo peor. Hasta que el desastre, el caos y
la muerte nos sorprenden. Creyendo que todos nuestros males
han caído del cielo y no como inexorable resultado de nuestra
absoluta irresponsabilidad. De nuestro trágico cortoplacismo.
Chávez es síntoma de ese mal endémico. Surgió súbitamente
en nuestra realidad para resolver de un solo golpe - de
Estado, cruento y sanguinario - los males acumulados en
cuarenta años de imprevisión. Y fue encumbrado al Poder
siguiendo el mismo e irreflexivo cortoplacismo, sin considerar
que el mal que prometía curar se multiplicaría convirtiéndose
en el cáncer terminal de nuestra democracia. Para mayor
desgracia invocado por sus futuras víctimas. Suena trágico y
es insólito, pero lo cierto es que Chávez fue aupado por
quienes se convertirían en sus principales víctimas, no por
quienes recibirían el calor de sus migajas. No fue electo por
el respaldo popular de quienes hoy constituyen su clientela,
su carne de cañón electoral: becarios y protegidos de misiones
y limosnas estatales. Fue empujado al Poder por la clase
media, la que controlaba y animaba el rencor antidemocrático
de los medios de comunicación, la que preparaba con
telenovelas, talk shows y diatribas radiales el espíritu
hegemónico del golpismo nacional.
Los sectores populares que hoy constituyen la base de
sustentación social del régimen no fueron el motor que
alimentó al chavismo en su inexorable marcha hacia el Poder.
Ese motor estaba en el Este, no en el Oeste de Caracas. En los
estratos altos, no en los estratos bajos de nuestra sociedad.
Miopes y sordos ante los cambios profundos de la historia,
inconscientes del papel de alcahuetes que jugaban ante quienes
esperaban en la sombra por el zarpazo: el golpismo militarista
de proveniencia castrista. Fue esa clase media que se cebó en
liquidar la democracia puntofijista y en montar un chiripero
de viejos conservadores derechistas y nuevos golpistas de
izquierda que sirvieran de puente para permitir el recambio.
Responsable por esta tragedia no son Lina Ron o Nicolás
Maduro: es la élite política, jurídica, intelectual y
mediática que nos empujó al abismo. Mejor callar los nombres y
apellidos de los responsables: al que le venga el sayo, que se
lo ponga.
2
De esos polvos salieron estos lodos. De la rebelión y la
rabia canina de nuestra clase media contra el establecimiento
puntofijista salió la Quinta República. Del odio contra Acción
Democrática y COPEI salió el fermento del MVR. Horneado por
cierto con la militancia adeco-copeyana, hasta donde alcanzan
nuestros conocimientos. ¿O es que la militancia chavista
surgió por generación espontánea? En rigor, se trata de un
descenso a los infiernos de la Venezuela post moderna: un
proceso de degeneración social y política del mismo cuerpo
social, una caída en el abismo de una sola y misma realidad.
De allí el grave error de creer que con un simple ejercicio
electoral, estamos resueltos. De que basta con un cambio de
gobierno, para que el corrompido cuerpo social renazca de sus
cenizas y surja como el ave fénix desde las profundidades de
nuestro folklórico averno: puro, limpio, casto, impoluto. Es
la tentación inmediatista, cortoplacista de nuestra liviandad
moral, de nuestra carencia de densidad intelectual, de nuestra
superficialidad política. Creer que los males son externos,
superficiales, aparentes, debidos a la mano aviesa de un ser
de otra galaxia. Responsabilidad ajena. Y de que basta un
gesto de constricción mediante el concurso del voto para
lavarnos la cara y recuperar el tiempo perdido. Tan sencillo
como eso: dar vuelta la página y aquí no ha pasado nada.
La novedad del caso es que el capricho antisistema de
nuestras clases medias durante los 90 sirvió de plataforma de
amarre para un elemento que no estaba contemplado en su
rebelión inicial: el despotismo, el autocratismo, la
megalomanía de un soldado venezolano - que tampoco el tipo es
marciano - capaz de pensar y actuar en un largo plazo: el de
su ilimitada ambición. Chávez no insurgió para servir de
portada al calendario de ese año siniestro en que
protagonizara la felonía del 4 de febrero ante el aplauso de
una masiva e irresponsable concurrencia. Chávez combina el
abuso del corto plazo con que sedujo a los incautos de la
clase media con el largo plazo que ambiciona en sus entrañas.
Apropiarse del país y gobernarlo hasta que el cuerpo aguante.
Acompañado de los parásitos que se enriquecen a su costa: José
Vicente Rangel y el cardumen de corruptos - civiles y
uniformados - que sobreviven a su sombra.
El otro elemento novedoso es que, a falta de una sencilla y
diáfana dictadura tropical y bananera como las de antes, la
ambición largoplacista del teniente coronel y la supervivencia
del cardumen requieren de un sistema de legitimación con
patente de corso internacional: el socialismo del siglo XXI. Y
así como Castro se arrimó al comunismo estalinista para poder
gobernar medio siglo, Chávez se arrima al castro-comunismo
para ver si gobierna otro medio siglo. De allí la necesidad de
ese toque ideológico de marxismo-leninismo prestado por
Richard Gott, por Hans Dieterich, por comunistas y radicales
del izquierdismo mundial y sus corifeos castristas. La
mezcolanza perfecta para enmascarar las ambiciones y
corruptelas de unos y otros y proveer de un barniz ideológico
a lo que es puro y simple saqueo político.
3
Ese es el objetivo crucial al que debemos apuntar este 3 de
diciembre: consolidar un liderazgo capaz de trascender la
coyuntura electoral y dirigir nuestras luchas hacia el futuro.
Que piense, programe y actúe en función de estrategias de
mediano y largo plazo. Con un proyecto de país que erradique
nuestros males. Venciendo al chavismo y asegurando la
transición mediante la fortaleza de un sólido respaldo
popular, capaz de asegurar el apoyo institucional necesario
como para sobrellevar los difíciles desafíos de la transición.
Desde luego: el triunfo electoral del 3 de diciembre no
será posible sin un control verdadero de los mecanismos
electorales, hoy secuestrados por un CNE al servicio del
autócrata. Es aquí donde se impone la necesidad de reactivar
el mecanismo de contraloría sobre las amañadas y fulleras
condiciones electorales. Está muy bien acumular todas las
fuerzas posibles y proyectar a Rosales como el próximo
presidente: pero ya es hora de comenzar a presionar por el
imperio de condiciones de elemental decencia. Conteo manual de
todas las papeletas, revisión minuciosa de las actas,
movilización popular en defensa del triunfo.
Aún así y pase lo que pase: el 3 de diciembre debe marcar
una fecha límite: más allá del 3D no debemos permitir ni una
gota de totalitarismo. Pase lo que pase: ni un preso político,
ni una amenaza a los medios, ni un secuestro de nuestro
derecho a educar a nuestros hijos, ni una violación a nuestros
derechos de propiedad. Pase lo que pase: después del 3D
Venezuela debe ser otra. Y Rosales su lider.
Ya prepara el régimen el fraude: invierte millones de
millones en encuestas chimbas y da por cantado un triunfo
imaginario. Rangel, el esperpento vicepresidencial, en vez de
cumplir funciones de equilibrio y transparencia, ya le ha
colgado la banda presidencial al candidato. No oculta su
matonesco comportamiento celebrando un triunfo a un mes de las
elecciones. ¿Creerles a las autoridades bajo su mando? ¿Dar
por buena la palabra de un funcionario de la mentira, el
engaño y la traición? ¿Aceptar resultados precocidos?
De modo que, de alzar la cabeza y mirar por vez primera más
allá de nuestras narices, todo augura muy difíciles tiempos
para el futuro. Un déspota como el teniente coronel no cederá
el mando de buen grado. Los corruptos de su entorno no
soltarán la teta con una sonrisa en los labios. Se aferrarán
al Poder como garrapatas hambrientas. De esa gente nada se
puede esperar que no sea el conflicto, la violencia, el
terror.
De allí la necesidad de asegurar un liderazgo para el
futuro. De prepararnos a una lucha larga y prolongada, siempre
dúctiles y dispuesto a asumir la forma de lucha que más
convenga al logro de nuestros intereses: la recuperación de
nuestra perdida democracia y la construcción de una Venezuela
moderna, próspera, solidaria.
Manuel Rosales se ha crecido como candidato para
convertirse en líder. Dios lo quiera de presidente. La
historia, como un luchador incansable capaz de conducirnos a
la victoria.