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Un liderazgo para el futuro
por Antonio Sánchez García
lunes, 30 octubre 2006

 

1

Pecamos los venezolanos de un aterrante cortoplacismo: tendemos a mirar sólo hasta donde alcanza nuestra mirada. Todo aquello que se encuentra más allá de nuestras narices, lo abandonamos a la irrealidad, a la aventura, a lo incógnito y al "ya veremos". Puede que esa sea una de las mayores taras de nuestro exultante tropicalismo: vivir absolutamente al día. En la improvisación total. Tomar atajos y apostar a cortar caminos, jamás con un plan preestablecido y una bitácora de ruta, con fines y objetivos de corto, mediano y largo plazo, según aconsejan e imponen las circunstancias de la modernidad y el racionalismo de un mundo tecnológico y globalizado. Vamos en cambio sufriendo los desastres que ese cortoplacismo genera también "según el orden del tiempo". Día tras día. Sin mayores sobresaltos, porque nos hemos instalado en el sobresalto mismo, habituados a lo peor. Hasta que el desastre, el caos y la muerte nos sorprenden. Creyendo que todos nuestros males han caído del cielo y no como inexorable resultado de nuestra absoluta irresponsabilidad. De nuestro trágico cortoplacismo.

Chávez es síntoma de ese mal endémico. Surgió súbitamente en nuestra realidad para resolver de un solo golpe - de Estado, cruento y sanguinario - los males acumulados en cuarenta años de imprevisión. Y fue encumbrado al Poder siguiendo el mismo e irreflexivo cortoplacismo, sin considerar que el mal que prometía curar se multiplicaría convirtiéndose en el cáncer terminal de nuestra democracia. Para mayor desgracia invocado por sus futuras víctimas. Suena trágico y es insólito, pero lo cierto es que Chávez fue aupado por quienes se convertirían en sus principales víctimas, no por quienes recibirían el calor de sus migajas. No fue electo por el respaldo popular de quienes hoy constituyen su clientela, su carne de cañón electoral: becarios y protegidos de misiones y limosnas estatales. Fue empujado al Poder por la clase media, la que controlaba y animaba el rencor antidemocrático de los medios de comunicación, la que preparaba con telenovelas, talk shows y diatribas radiales el espíritu hegemónico del golpismo nacional.

Los sectores populares que hoy constituyen la base de sustentación social del régimen no fueron el motor que alimentó al chavismo en su inexorable marcha hacia el Poder. Ese motor estaba en el Este, no en el Oeste de Caracas. En los estratos altos, no en los estratos bajos de nuestra sociedad. Miopes y sordos ante los cambios profundos de la historia, inconscientes del papel de alcahuetes que jugaban ante quienes esperaban en la sombra por el zarpazo: el golpismo militarista de proveniencia castrista. Fue esa clase media que se cebó en liquidar la democracia puntofijista y en montar un chiripero de viejos conservadores derechistas y nuevos golpistas de izquierda que sirvieran de puente para permitir el recambio.

Responsable por esta tragedia no son Lina Ron o Nicolás Maduro: es la élite política, jurídica, intelectual y mediática que nos empujó al abismo. Mejor callar los nombres y apellidos de los responsables: al que le venga el sayo, que se lo ponga.

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De esos polvos salieron estos lodos. De la rebelión y la rabia canina de nuestra clase media contra el establecimiento puntofijista salió la Quinta República. Del odio contra Acción Democrática y COPEI salió el fermento del MVR. Horneado por cierto con la militancia adeco-copeyana, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos. ¿O es que la militancia chavista surgió por generación espontánea? En rigor, se trata de un descenso a los infiernos de la Venezuela post moderna: un proceso de degeneración social y política del mismo cuerpo social, una caída en el abismo de una sola y misma realidad.

De allí el grave error de creer que con un simple ejercicio electoral, estamos resueltos. De que basta con un cambio de gobierno, para que el corrompido cuerpo social renazca de sus cenizas y surja como el ave fénix desde las profundidades de nuestro folklórico averno: puro, limpio, casto, impoluto. Es la tentación inmediatista, cortoplacista de nuestra liviandad moral, de nuestra carencia de densidad intelectual, de nuestra superficialidad política. Creer que los males son externos, superficiales, aparentes, debidos a la mano aviesa de un ser de otra galaxia. Responsabilidad ajena. Y de que basta un gesto de constricción mediante el concurso del voto para lavarnos la cara y recuperar el tiempo perdido. Tan sencillo como eso: dar vuelta la página y aquí no ha pasado nada.

La novedad del caso es que el capricho antisistema de nuestras clases medias durante los 90 sirvió de plataforma de amarre para un elemento que no estaba contemplado en su rebelión inicial: el despotismo, el autocratismo, la megalomanía de un soldado venezolano - que tampoco el tipo es marciano - capaz de pensar y actuar en un largo plazo: el de su ilimitada ambición. Chávez no insurgió para servir de portada al calendario de ese año siniestro en que protagonizara la felonía del 4 de febrero ante el aplauso de una masiva e irresponsable concurrencia. Chávez combina el abuso del corto plazo con que sedujo a los incautos de la clase media con el largo plazo que ambiciona en sus entrañas. Apropiarse del país y gobernarlo hasta que el cuerpo aguante. Acompañado de los parásitos que se enriquecen a su costa: José Vicente Rangel y el cardumen de corruptos - civiles y uniformados - que sobreviven a su sombra.

El otro elemento novedoso es que, a falta de una sencilla y diáfana dictadura tropical y bananera como las de antes, la ambición largoplacista del teniente coronel y la supervivencia del cardumen requieren de un sistema de legitimación con patente de corso internacional: el socialismo del siglo XXI. Y así como Castro se arrimó al comunismo estalinista para poder gobernar medio siglo, Chávez se arrima al castro-comunismo para ver si gobierna otro medio siglo. De allí la necesidad de ese toque ideológico de marxismo-leninismo prestado por Richard Gott, por Hans Dieterich, por comunistas y radicales del izquierdismo mundial y sus corifeos castristas. La mezcolanza perfecta para enmascarar las ambiciones y corruptelas de unos y otros y proveer de un barniz ideológico a lo que es puro y simple saqueo político.

3

Ese es el objetivo crucial al que debemos apuntar este 3 de diciembre: consolidar un liderazgo capaz de trascender la coyuntura electoral y dirigir nuestras luchas hacia el futuro. Que piense, programe y actúe en función de estrategias de mediano y largo plazo. Con un proyecto de país que erradique nuestros males. Venciendo al chavismo y asegurando la transición mediante la fortaleza de un sólido respaldo popular, capaz de asegurar el apoyo institucional necesario como para sobrellevar los difíciles desafíos de la transición.

Desde luego: el triunfo electoral del 3 de diciembre no será posible sin un control verdadero de los mecanismos electorales, hoy secuestrados por un CNE al servicio del autócrata. Es aquí donde se impone la necesidad de reactivar el mecanismo de contraloría sobre las amañadas y fulleras condiciones electorales. Está muy bien acumular todas las fuerzas posibles y proyectar a Rosales como el próximo presidente: pero ya es hora de comenzar a presionar por el imperio de condiciones de elemental decencia. Conteo manual de todas las papeletas, revisión minuciosa de las actas, movilización popular en defensa del triunfo.

Aún así y pase lo que pase: el 3 de diciembre debe marcar una fecha límite: más allá del 3D no debemos permitir ni una gota de totalitarismo. Pase lo que pase: ni un preso político, ni una amenaza a los medios, ni un secuestro de nuestro derecho a educar a nuestros hijos, ni una violación a nuestros derechos de propiedad. Pase lo que pase: después del 3D Venezuela debe ser otra. Y Rosales su lider.

Ya prepara el régimen el fraude: invierte millones de millones en encuestas chimbas y da por cantado un triunfo imaginario. Rangel, el esperpento vicepresidencial, en vez de cumplir funciones de equilibrio y transparencia, ya le ha colgado la banda presidencial al candidato. No oculta su matonesco comportamiento celebrando un triunfo a un mes de las elecciones. ¿Creerles a las autoridades bajo su mando? ¿Dar por buena la palabra de un funcionario de la mentira, el engaño y la traición? ¿Aceptar resultados precocidos?

De modo que, de alzar la cabeza y mirar por vez primera más allá de nuestras narices, todo augura muy difíciles tiempos para el futuro. Un déspota como el teniente coronel no cederá el mando de buen grado. Los corruptos de su entorno no soltarán la teta con una sonrisa en los labios. Se aferrarán al Poder como garrapatas hambrientas. De esa gente nada se puede esperar que no sea el conflicto, la violencia, el terror.

De allí la necesidad de asegurar un liderazgo para el futuro. De prepararnos a una lucha larga y prolongada, siempre dúctiles y dispuesto a asumir la forma de lucha que más convenga al logro de nuestros intereses: la recuperación de nuestra perdida democracia y la construcción de una Venezuela moderna, próspera, solidaria.

Manuel Rosales se ha crecido como candidato para convertirse en líder. Dios lo quiera de presidente. La historia, como un luchador incansable capaz de conducirnos a la victoria.

sanchez2000@cantv.net

 
 
 
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