a Ramón J. Velásquez
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Al crecimiento de la candidatura de Manuel
Rosales, que ha abierto una inmensa ventana de esperanzas a
una oposición que lucía apática y fragmentada, comienza a
unirse un dramático cambio en la percepción que el mundo
democrático tiene del régimen que dicha candidatura enfrentará
electoralmente el próximo 3 de diciembre. Comenzamos a vivir
un despertar opositor que debiéramos convertir en un
movimiento de empuje sin retorno y sin otro objetivo de corto
o mediano plazo que establecer - sobre la base de un nuevo
pacto histórico de naturaleza social y política -,
un gobierno de unidad nacional para superar esta grave
crisis y construir la democracia del siglo XXI. El 3D y el
nuevo escenario internacional nos brindan una coyuntura
excepcional para avanzar en dicha perspectiva, que debe ser
aprovechada en todas sus múltiples implicaciones.
Esos son los dos hechos que expresan el meollo del
problema coyuntural y estructural que enfrentamos. En el
ámbito nacional, la oposición vuelve a levantarse tras una
bandera de combate, un liderazgo definido y una estrategia
ofensiva perfectamente engarzada en las condiciones que la
constitución exige y garantiza. El primer efecto de esa
estrategia se ha traducido en el entusiasmo creciente de una
oposición que vuelve a verse en el espejo de su fortaleza. El
segundo de esos efectos, es la crisis que ese crecimiento
provoca en las bases sociales del régimen, que ante el
flagrante y manifiesto fracaso del chavismo empiezan a
considerar la posibilidad cierta de cambiar de rumbo y volver
al redil de la democracia. Incluido el efecto disolvente que
dicho cambio ejerce sobre la complicidad de ciertos sectores
minoritarios de nuestras fuerzas armadas para con un régimen
tendencialmente totalitario. El tercer efecto introduce una
cuña entre los diversos sectores del chavismo, cuestionando la
hegemonía de quienes apuestan sus vidas a la dictadura
totalitaria del teniente coronel, más allá de cualquier
proyecto democrático, nacional y revolucionario. Deben
considerarse todas estas variables, incluida naturalmente la
eventual patada al tablero electoral por parte de un teniente
coronel que podría ver su proyecto de legitimación puesto en
peligro. Imposible olvidar que, como sus arquetipos
autocráticos, desde Hitler hasta Fidel, se tomó el Poder para
quedárselo. Podría estar comenzando a perderlo.
El segundo hecho que define el escenario político
actual se refiere al ámbito internacional y se produce por la
propia dinámica del liderazgo perseguido a nivel planetario
por el teniente coronel: no sólo se desvincula de sus bases
sociales, que comienzan a volverle la espalda, sino que se
desenmascara ante la comunidad democrática internacional. Ha
saltado al vacío, aliándose con el integrismo islámico más
radical, poniendo al desnudo su carácter autocrático,
dictatorial, despótico y totalitario. Gana adeptos entre los
extremistas del terrorismo talibán; los pierde entre sus
aliados democráticos más próximos y necesarios. Chávez nunca
estuvo más aislado internacionalmente de nuestros naturales
aliados que hoy, cuando enfrenta en lo interno una ofensiva
opositora que podría y debería costarle el cargo y todas sus
aspiraciones autocráticas.
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Sería un crimen que la oposición venezolana no
comprendiera la complejidad de intereses que se entrecruzan en
esta coyuntura, reduciendo y simplificando la grave apuesta
que enfrentamos a fórmulas simplistas y maniqueas. Sería un
crimen de lesa política que no supiera aprovecharla avanzando
en el único sentido positivo de corto, mediano y largo plazo:
uniendo a todos sus sectores, tanto sociales como políticos,
en pos de una ofensiva concertada, cuyo primer escenario
culmina el 3 de diciembre. Pero que se proyecta necesariamente
más allá del evento electoral mismo hacia los objetivos
estratégicos de mediano y largo plazo: superar la crisis y
refundar la república sobre bases sólidas y perdurables. Pues
en cualquier caso, se imponga la candidatura victoriosa de
Rosales y se venza al fraude y la trampa el 3D - un
desideratum al que debemos aportar todos nuestros
esfuerzos con grandeza y generosidad - o, debido a la porfía
del teniente coronel, se nos impida cobrar lo que en justicia
hemos ganado viéndonos obligados, por lo mismo, a dar un paso
adelante en un enfrentamiento sin retorno contra el
totalitarismo, sólo saldremos airosos si nos soldamos todos en
un pacto unitario. Debemos, pues, poner entre paréntesis todo
cuanto nos divide y desune, creando las bases para una
ofensiva concertada sin otro retorno que la salida del
teniente coronel y la refundación de nuestra democracia.
Nuestros potenciales aliados a nivel
internacional, tanto de centro izquierda como de centro
derecha, esperan ansiosos por esta señal unitaria. Hacen
cuanto está a su alcance por darnos una mano, pero saben que
la resolución de esta crisis es asunto de nuestra íntima y
personal incumbencia. Por eso mismo es que esperan por una
concertación nacional de todos los sectores tras un solo
liderazgo y una sola estrategia. Reducirla a la abstención es
un sin sentido. Pero agotar todas las opciones de futuro en un
mero ejercicio electoral, desligado de un proyecto estratégico
que considere también los datos de una eventual salida no
electoral, es otra señal de ceguera política. Es perentoria la
necesidad de pensar la complejidad del drama venezolano
incorporando todas las variables socio-políticas y económicas
posibles. Y en primerísimo lugar el panorama internacional.
Aprovechando esta feliz circunstancia para crear las bases de
un poderoso movimiento unitario a la altura del desafío
histórico que enfrentamos. Del chavismo, expresión social y
política de la peor crisis de nuestra historia, no se sale
sino con el recurso a todas nuestras fuerzas y movilizando
nuestra más íntima fibra nacional. No es un asunto de un mero
gobierno: es un esfuerzo de dimensiones verdaderamente
históricas. En muchos sentidos, el esfuerzo que Venezuela
deberá realizar para transitar hacia la democracia del siglo
XXI será más complejo y requerirá de mayores esfuerzos que los
que requiriesen los chilenos, hundidos en la crisis desde
fines de los sesenta y luego de una espantosa pasantía por los
infiernos de casi dos décadas. Dios nos ahorre su costo en
vidas y sufrimientos, si bien estos cien mil muertos caídos
bajo la hegemonía de la irresponsabilidad y el odio promovido
desde el gobierno y la ruindad que ha provocado en nuestras
bases sociales y económicas no son de menospreciar.
En cuanto al proceso electoral propiamente tal, es
indiscutible que en la actual coyuntura el combate se centra
y pasa por el 3D, debe orientarse a la construcción de una
sólida mayoría, el triunfo electoral y la defensa a ultranza
del voto y la victoria. Pero incluso así, con una victoria en
la mano y el respaldo de las instituciones garantes de nuestra
seguridad y defensa, esta alianza debe proyectarse en el
tiempo por un largo período de transición, que debiera
cumplirse bajo la guía de un nuevo proyecto de democracia para
el siglo XXI. Democracia que no nos será regalada de balde:
deberemos construirla con sangre, sudor y lágrimas. Estar a la
altura de esa exigencia es un imperativo categórico. Unirnos
para hacerla realidad, una obligación impostergable.
3
Pecaríamos de grave ingenuidad si
creyéramos que el caudillo entregará el Poder de buenas
maneras. Si lo pretendiera no andaría por el mundo a tres
meses de su eventual salida del gobierno desplegando un
proyecto de dominación imperial como el suyo, empujando a una
dramática ruptura con los Estados Unidos y echándose en brazos
del terrorismo islámico. Hugo Chávez no es un político de
circunstancias, capaz de traicionar sus más profundas
ambiciones de liderazgo continental y mundial por un arranque
emocional. Su happening en Naciones Unidos fue
un paso perfectamente meditado, seguramente acordado con Fidel
Castro, experto en maniobras de guerra psicológica de esta
naturaleza, con el fin de afianzar su hegemonía política más
allá del 3D. El Chávez de la ONU se siente dueño y señor de
Venezuela, no un inquilino provisorio de Miraflores.
La ruptura de las relaciones con los Estados Unidos, - que
busca desesperadamente aunque dejándole la iniciativa al
gobierno norteamericano para poder explotar durante décadas el
papel de víctima según el viejo guión de Fidel Castro -,
además de elevarlo ante la comunidad internacional como el
líder indiscutido del antinorteamericanismo – eje de la
reacción del llamado tercer mundo contra la modernidad y
refugio provisorio de la orfandad ideológica de las izquierdas
mundiales - le permitiría apartarse definitivamente y para
siempre de los carriles democráticos y empujar la comunidad
internacional a una tácita aceptación de la dictadura
totalitaria que busca establecer desesperadamente en nuestro
país. Imposible ocultar la aversión contra la democracia que
late bajo el odio a los Estados Unidos. Y su necesario
corolario: la tácita aceptación de regímenes teocráticos y
autoritarios si se le sitúan en la acera de enfrente. Una
debilidad congénita inclusive entre las naciones democráticas
que hoy constituyen la Unión Europea, virtualmente paralizadas
ante el extremismo talibán.
Comprende Hugo Chávez asimismo que, desaparecida
la Unión Soviética, los conflictos geoestratégicos que
enfrentan las naciones democráticas y los Estados Unidos a la
cabeza de ellos son de otra índole: el enemigo a enfrentar no
es el socialismo bolchevique que llegara a dominar
prácticamente la mitad del planeta durante gran parte del
siglo XX. Y cuyo pretendido objetivo histórico era superar
tecnológica y culturalmente al capitalismo. Es, muy por el
contrario, la regresión de los sectores sociales más
retrasados de países subdesarrollados con una muy escasa o
ninguna tradición democrática que rechazan someterse al
inevitable proceso de globalización impulsado por las nuevas
corrientes de integración económica, tecnológica y espiritual
del presente. A Chávez, a Evo Morales, a Ollanta Humala no los
une con los gobernantes de Irán o Siria obviamente el
integrismo religioso: los une el rencor de comunidades
culturalmente retrasadas que se niegan a dar un paso hacia la
modernidad. Son, por lo mismo, movimientos profundamente
reaccionarios y conservadores, así se travistan de un lenguaje
revolucionario y se aferren a los últimos datos tecnológicos
en su alquimia destructiva. Es la venganza del siglo XIX que
se niega a transitar hacia el XXI.
Venezuela está en el umbral de la modernidad
aunque anclada por la acción demagógica, populista y
disolvente de un caudillismo decimonónico entre las brumas de
su pasado. Romper el sortilegio y el hechizo de su
autocratismo militarista sobre los sectores populares: he ahí
la tarea política de nuestro inmediato futuro. Para luego
recomponer una sólida alianza entre nuestra ilustrada clase
media – de técnicos, profesionales, empresarios – y los
sectores de vanguardia de las clases populares. Es el primer
paso hacia la construcción de un pacto político que apunte a
superar los impasses del presente y construir la Venezuela de
la modernidad. Esa tarea encontró un primer impulso en la
revolución de Octubre y dominó nuestra vida política y
cultural desde el 23 de enero de 1958. Fue brutalmente
interrumpida, primero con el interregno abierto con los golpes
de Estado del 4 de Febrero y del 27 de noviembre de 1992, para
terminar de afianzarse luego con el triunfo del teniente
coronel en las elecciones de 1998.
Es la hora de derrotar al chavismo y retomar el
interrumpido rumbo hacia la modernidad. O caer en el espanto
de la regresión totalitaria. Esa es la apuesta que se juega el
3 de diciembre. Ese el desafío que enfrentamos.