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Los desafíos de diciembre:
por un pacto de unidad nacional

por Antonio Sánchez García
sábado, 30 septiembre 2006

 

a Ramón J. Velásquez

 

1

 

            Al crecimiento de la candidatura de Manuel Rosales, que ha abierto una inmensa ventana de esperanzas a una oposición que lucía apática y fragmentada, comienza a unirse un dramático cambio en la percepción que el mundo democrático tiene del régimen que dicha candidatura enfrentará electoralmente el próximo 3 de diciembre. Comenzamos a vivir un despertar opositor que debiéramos convertir en un movimiento de empuje sin retorno y sin otro objetivo de corto o mediano plazo que establecer - sobre la base de un nuevo pacto histórico de naturaleza social y política -,  un gobierno de unidad nacional para superar esta grave crisis y construir la democracia del siglo XXI. El 3D y el nuevo escenario internacional nos brindan una coyuntura excepcional para avanzar en dicha perspectiva, que debe ser aprovechada en todas sus múltiples implicaciones.

 

            Esos son los dos hechos que expresan el meollo del problema coyuntural y estructural que enfrentamos. En el ámbito nacional, la oposición vuelve a levantarse tras una bandera de combate, un liderazgo definido y una estrategia ofensiva perfectamente engarzada en las condiciones que la constitución exige y garantiza. El primer efecto de esa estrategia se ha traducido en el entusiasmo creciente de una oposición que vuelve a verse en el espejo de su fortaleza. El segundo de esos efectos, es la crisis que ese crecimiento provoca en las bases sociales del régimen, que ante el flagrante y manifiesto fracaso del chavismo empiezan a considerar la posibilidad cierta de cambiar de rumbo y volver al redil de la democracia. Incluido el efecto disolvente que dicho cambio ejerce sobre la complicidad de ciertos sectores minoritarios de nuestras fuerzas armadas para con un régimen tendencialmente totalitario. El tercer efecto introduce una cuña entre los diversos sectores del chavismo, cuestionando la hegemonía de quienes apuestan sus vidas a la dictadura totalitaria del teniente coronel, más allá de cualquier proyecto democrático, nacional y revolucionario. Deben considerarse todas estas variables, incluida naturalmente la eventual patada al tablero electoral por parte de un teniente coronel que podría ver su proyecto de legitimación puesto en peligro. Imposible olvidar que, como sus arquetipos autocráticos, desde Hitler hasta Fidel, se tomó el Poder para quedárselo. Podría estar comenzando a perderlo.

 

            El segundo hecho que define el escenario político actual se refiere al ámbito internacional y se produce por la propia dinámica del liderazgo perseguido a nivel planetario por el teniente coronel: no sólo se desvincula de sus bases sociales, que comienzan a volverle la espalda, sino que se desenmascara ante la comunidad democrática internacional. Ha saltado al vacío, aliándose con el integrismo islámico más radical,  poniendo al desnudo su carácter autocrático, dictatorial, despótico y totalitario. Gana adeptos entre los extremistas del terrorismo talibán; los pierde entre sus aliados democráticos más  próximos y necesarios. Chávez nunca estuvo más aislado internacionalmente de nuestros naturales aliados que hoy, cuando enfrenta en lo interno una ofensiva opositora que podría y debería costarle el cargo y todas sus aspiraciones autocráticas.

2

 

            Sería un crimen que la oposición venezolana no comprendiera la complejidad de intereses que se entrecruzan en esta coyuntura, reduciendo y simplificando la grave apuesta que enfrentamos a fórmulas simplistas y maniqueas. Sería un crimen de lesa política que no supiera aprovecharla avanzando en el único sentido positivo de corto, mediano y largo plazo: uniendo a todos sus sectores, tanto sociales como políticos,  en pos de una ofensiva concertada, cuyo primer escenario culmina el 3 de diciembre. Pero que se proyecta necesariamente más allá del evento electoral mismo hacia los objetivos estratégicos de mediano y largo plazo: superar la crisis y refundar la república sobre bases sólidas y perdurables. Pues en cualquier caso, se imponga la candidatura victoriosa de Rosales y se venza al fraude y la trampa el 3D  - un desideratum al que debemos aportar todos nuestros esfuerzos con grandeza y generosidad  - o, debido a la porfía del teniente coronel, se nos impida cobrar lo que en justicia hemos ganado viéndonos obligados, por lo mismo, a dar un paso adelante en un enfrentamiento sin retorno contra el totalitarismo, sólo saldremos airosos si nos soldamos todos en un pacto unitario. Debemos, pues,  poner entre paréntesis todo cuanto nos divide y desune, creando las bases para una ofensiva concertada sin otro retorno que la salida del teniente coronel y la refundación de nuestra democracia.

 

            Nuestros potenciales aliados a nivel internacional, tanto de centro izquierda como de centro derecha, esperan ansiosos por esta señal unitaria. Hacen cuanto está a su alcance por darnos una mano, pero saben que la resolución de esta crisis es asunto de nuestra íntima y personal incumbencia. Por eso mismo es que esperan por una concertación nacional de todos los sectores tras un solo liderazgo y una sola estrategia. Reducirla  a la abstención es un sin sentido. Pero agotar todas las opciones de futuro en un mero ejercicio electoral, desligado de un proyecto estratégico que considere también los datos de una eventual salida no electoral, es otra señal de ceguera política. Es perentoria la necesidad de pensar la complejidad del drama venezolano incorporando todas las variables socio-políticas y económicas posibles. Y en primerísimo lugar el panorama internacional. Aprovechando esta feliz circunstancia para crear las bases de un poderoso movimiento unitario a la altura del desafío histórico que enfrentamos. Del chavismo, expresión social y política de la peor crisis de nuestra historia, no se sale sino con el recurso a todas nuestras fuerzas y movilizando nuestra más íntima fibra nacional. No es un asunto de un mero gobierno: es un esfuerzo de dimensiones verdaderamente históricas. En muchos sentidos, el esfuerzo que Venezuela deberá realizar para transitar hacia la democracia del siglo XXI será más complejo y requerirá de mayores esfuerzos que los que requiriesen los chilenos, hundidos en la crisis desde fines de los sesenta y luego de una espantosa pasantía por los infiernos de casi dos décadas. Dios nos ahorre su costo en vidas y sufrimientos, si bien estos cien mil muertos caídos bajo la hegemonía de la irresponsabilidad y el odio promovido desde el gobierno y la ruindad que ha provocado en nuestras bases sociales y económicas no son de menospreciar.

 

            En cuanto al proceso electoral propiamente tal, es indiscutible que en la actual coyuntura  el combate se centra y pasa por el 3D, debe orientarse a la construcción de una sólida mayoría, el triunfo electoral y la defensa a ultranza del voto y la victoria. Pero incluso así, con una victoria en la mano y el respaldo de las instituciones garantes de nuestra seguridad y defensa, esta alianza debe proyectarse en el tiempo por un largo período de transición, que debiera cumplirse bajo la guía de un nuevo proyecto de democracia para el siglo XXI. Democracia que no nos será regalada de balde: deberemos construirla con sangre, sudor y lágrimas. Estar a la altura de esa exigencia es un imperativo categórico. Unirnos para hacerla realidad, una obligación impostergable.

 

3

 

            Pecaríamos de grave ingenuidad si creyéramos que el caudillo entregará el Poder de buenas maneras. Si lo pretendiera no andaría por el mundo a tres meses de su eventual salida del gobierno desplegando un proyecto de dominación imperial como el suyo, empujando a una dramática ruptura con los Estados Unidos y echándose en brazos del terrorismo islámico. Hugo Chávez no es un político de circunstancias, capaz de traicionar sus más profundas ambiciones de liderazgo continental y mundial por un arranque emocional. Su happening en Naciones Unidos fue un paso perfectamente meditado, seguramente acordado con Fidel Castro, experto en maniobras de guerra psicológica de esta naturaleza, con el fin de afianzar su hegemonía política más allá del 3D. El Chávez de la ONU se siente dueño y señor de Venezuela, no un inquilino provisorio de Miraflores.

 

La ruptura de las relaciones con los Estados Unidos, - que busca desesperadamente aunque dejándole la iniciativa al gobierno norteamericano para poder explotar durante décadas el papel de víctima según el viejo guión de Fidel Castro -, además de elevarlo ante la comunidad internacional como el líder indiscutido del antinorteamericanismo – eje de la reacción del llamado tercer mundo contra la modernidad y refugio provisorio de la orfandad ideológica de las izquierdas mundiales -  le permitiría apartarse definitivamente y para siempre de los carriles democráticos y empujar la comunidad internacional a una tácita aceptación de la dictadura totalitaria que busca establecer desesperadamente en nuestro país. Imposible ocultar la aversión contra la democracia que late bajo el odio a los Estados Unidos. Y su necesario corolario: la tácita aceptación de regímenes teocráticos y autoritarios si se le sitúan en la acera de enfrente. Una debilidad congénita inclusive entre las naciones democráticas que hoy constituyen la Unión Europea, virtualmente paralizadas ante el extremismo talibán.

 

            Comprende Hugo Chávez asimismo que, desaparecida la Unión Soviética, los conflictos geoestratégicos que enfrentan las naciones democráticas y los Estados Unidos a la cabeza de ellos son de otra índole: el enemigo a enfrentar no es el socialismo bolchevique que llegara a dominar prácticamente la mitad del planeta durante gran parte del siglo XX. Y cuyo pretendido objetivo histórico era superar tecnológica y culturalmente al capitalismo.  Es, muy por el contrario, la regresión de los sectores sociales más retrasados de países subdesarrollados con una muy escasa o ninguna tradición democrática que rechazan someterse al inevitable  proceso de globalización impulsado por las nuevas corrientes de integración económica, tecnológica y espiritual del presente. A Chávez, a Evo Morales, a Ollanta Humala no los une con los gobernantes de Irán o Siria obviamente el integrismo religioso: los une el rencor de comunidades culturalmente retrasadas que se niegan a dar un paso hacia la modernidad. Son, por lo mismo, movimientos profundamente reaccionarios y conservadores, así se travistan de un lenguaje revolucionario y se aferren a los últimos datos tecnológicos en su alquimia destructiva. Es la venganza del siglo XIX que se niega a transitar hacia el XXI.

 

            Venezuela está en el umbral de la modernidad aunque anclada por la acción demagógica, populista y disolvente de un caudillismo decimonónico entre las brumas de su pasado. Romper el sortilegio y el hechizo de su autocratismo militarista sobre los sectores populares: he ahí la tarea política de nuestro inmediato futuro. Para luego recomponer una sólida alianza entre nuestra ilustrada clase media – de técnicos, profesionales, empresarios – y los sectores de vanguardia de las clases populares. Es el primer paso hacia la construcción de un pacto político que apunte a superar los impasses del presente y construir la Venezuela de la modernidad. Esa tarea encontró un primer impulso en la revolución de Octubre y dominó nuestra vida política y cultural desde el 23 de enero de 1958. Fue brutalmente interrumpida, primero con el interregno abierto con los golpes de Estado del 4 de Febrero y del 27 de noviembre de 1992, para terminar de afianzarse luego con el triunfo del teniente coronel en las elecciones de 1998.

 

            Es la hora de derrotar al chavismo y retomar el interrumpido rumbo hacia la modernidad. O caer en el espanto de la regresión totalitaria. Esa es la apuesta que se juega el 3 de diciembre. Ese el desafío que enfrentamos.           

           

sanchez2000@cantv.net

 
 
 
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