Inicio | Editor | Contáctenos 
 

 Webarticulistas

Manuel Malaver

 

Eli Bravo

 

Luis  DE LION

 

Roberto Palmitesta

 

Lucy Gómez

 

Alexis Márquez Rodríguez

 

Ted Córdova-Claure

 

Antonio Sánchez García

 

Aníbal Romero

 

Charles Cholaleesa

 

Agustín Blanco Muñoz

 

 

La desesperación rojo-rojita
por Antonio Sánchez García
viernes, 10 noviembre 2006

 

“La desesperación es el medio para quien no tiene ya esperanzas”

Virgilio

 

 

1

 

            En enero de este mismo año todo lucía rosado-rosadito para el caudillo. El país no se sacudía todavía del tsunami del 4 de diciembre y ese 83% de abstención demostraba que entre la ciudadanía y el gobierno mediaba un abismo que parecía insalvable. Pero el régimen podía descansar tranquilo y sin nervios. Nada parecía presagiar cambios notables en el panorama político. Ese 83% de abstención no podía ser cobrado por el sector que lo reivindicaba, porque ninguno de sus líderes tenía capacidad orgánica y operativa para asumir tamaña responsabilidad. Y nadie parecía querer o poder embarcarse en esa magna empresa: convertir la abstención en fuerza insurgente y acorralar al régimen con un rechazo definitivo y callejero de cualquier otra empresa electoral con las cartas marcadas.

 

Es cierto que esa avalancha abstencionista le había dado en pleno rostro, consciente de que con esa carencia de afecto y entusiasmo no hay revolución que valga. Pero como a él no es la revolución por la revolución lo que verdaderamente le interesa – como en su momento al Ché Guevara o a Salvador Allende -  sino la revolución como parapeto totalitario para aniquilar toda oposición y entronizarse en el Poder por los siglos de los siglos, exactamente como para su maestro Fidel Castro,  tampoco le angustiaba demasiado no contar con un respaldo de amor y cariño. Le bastaba con tener amarrada a su gente mediante las misiones y reprimida a la oposición mediante la apatía y el terror. Logrados ambos objetivos podía echarse a dormir tranquilo en su cueva: nadie ni nada le amenazaba.

 

            En cuanto a diciembre, ese objetivo estaba demasiado lejano. Las encuestas registraban a comienzos de año un 3% de popularidad nacional para el gobernador zuliano Manuel Rosales. Y aún varios meses después, reunidos él, Petkoff y Julio Borges no pasaban del 6%. Una burusa. Tampoco los restantes prospectos acogidos al seno de SÚMATE para unas primarias daban como para elevar esa cifra más allá de algunas décimas de punto. Chávez era inconmovible y la oposición lucía extraviada y sin rumbo. Un porfiado abstencionismo en un rincón y unos candidatos perdidos en la nada en el otro. Nada que temer. Dando por triturada la oposición y aseguradas sus bases, optó por jugarse el Poder más allá de nuestras modestas y humildes fronteras. Lo suyo no era Venezuela, que tenía en el bolsillo, sino el mero poder mundial. Preso Sadam y agonizante Fidel, entrampado Lula en su Brasil brasileiro y perseguido el islamismo talibán por cielo y tierra se abría un inmenso espacio por el que insurgir a las alturas siderales.

 

            Chávez pellizcó por un instante la gloria reservada a los super héroes y se la creyó facilita. Comprar bonos de la deuda argentina, construir casitas en África, repartir petróleo a los pobres norteamericanos roncándole en la cueva a los republicanos, apoyar al Hezbohlá, a los iraníes y a los norcoreanos, y el resultado estaba de bombita: el mundo tenía un nuevo líder. De Sabaneta a las inmensidades siderales. ¡Qué sabroso es el Poder! Sólo faltaba imaginárselo jugando con un globo terráqueo en su despacho volador, como el Hitler de El Gran Dictador, de Chaplin, para tener el cuadro perfecto.

 

2

 

            Todo eso parecía factible. Tanto, que el hombre se embaló a la conquista del planeta. Aprovechando la insólita coyuntura electoral que ha sacudido este año al continente  y montado sobre los precios del petróleo, creyó que el mandado estaba hecho. Para todo lo cual contó con la asesoría de uno de los políticos más experimentados, malvados y astutos que haya dado la historia de América Latina: Fidel Castro. Ya comprada la suerte de su isla con petróleo venezolano y sellada la alianza con el caudillo sabanero, Castro no tenía otra opción que respaldarlo. Que la vida es breve hasta él lo sabe. Y un cáncer que lo amenaza desde hace años podía desatar su caótica rebelión multicelular en cualquier momento. De modo que comenzaron su faena con Evo Morales y se hicieron aparentemente de Bolivia. Luego siguieron con Ollanta Humala y se harían del Perú. Para seguir en cascada con Ecuador, dejando a Uribe en el centro de unas poderosas tenazas, como para sufrir el asalto final de sus guerrillas. Y controlado el Pacífico andino, preparar futuros asaltos a Chile y al poderío Atlántico, por ahora en manos de compadres de izquierda que cuidaban del gallinero. Nadie sabe para quién trabaja.

 

            Mientras se cocinaba el condumio del control continental en el mejor remake de los sueños bolivarianos, se hizo a la tarea de asediar a Bush y al imperialismo norteamericano respaldando a los iraníes, a los norcoreanos, a los integristas musulmanes. El mundo era una pelusa. Controlarlo, cuestión de audacia y circunstancias. La ONU, una reunión de pendejos.

 

            Pero de pronto las cosas comenzaron a marchar mal, los proyectos a encontrar tropiezos, el sueño a desintegrarse. Todo se inició por fuera: Ollanta Humala fue triturado por Alan García. Evo Morales se encontró con una oposición dispuesta a darle guerra sin cuartel. Lula se ha visto obligado a replegarse. Se cayeron las esperanzas depositadas en López Obrador. Ecuador terminará en las manos de un millonario empresario, que no le permitirá ni un suspiro de injerencia. Una elección internacional relativamente secundaria que pareció un paseo y en la que se invirtieron mil trescientos millones de dólares terminó convertida en un matadero: Venezuela cayó derrotada en más de cuarenta rondas por un vecino menor de Centroamérica: Guatemala. Teniendo que transar en el respaldo a Panamá.

 

            Y como para dificultar aún más las cosas hacia el futuro, Bush acaba de ser vapuleado por los demócratas y ya no será el fácil comodín al que enfrentar con grosería y desparpajo. El imperialismo ha decidido vestir la piel del cordero. El disfraz de Satanás reposará unos años en los desvanes de la Casa Blanca. Se acabó el azufre.

 

            Chávez puede dar por finiquitada la más rotunda y definitoria de sus derrotas planetarias. Ahora mismo no es más que un lunar, un incordio, una piedra en el zapato de los grandes de la política mundial. Una absurda y ridícula pretensión. Una alpargata. Y como final de la partida un hecho lamentable, inexorable y de consecuencias nefastas para sus pretensiones planetarias: Castro se le muere en los brazos. Enterrarlo es mera cuestión de tiempo. Con los demócratas en el Poder, de pronto los yankis hasta le perdonan la vida a Sadam Hussein. ¡Qué vueltas que tiene la vida!

 

3

 

            Y como la política es una sola, no importa si presionando desde dentro o desde fuera de nuestras fronteras, helo aquí acorralado súbitamente por un tsunami electoral que se le ha echado encima y parece no querer perdonarlo. La sucesiva e inexorable acumulación de circunstancias terminó por concretar una salida electoral a los graves cuellos de botella que afligen a la Nación y el pueblo se levanta contra sus pretensiones reelectoralistas dándole un masivo, un conmovedor, un emocionante respaldo a Manuel Rosales. Chávez sigue en caída libre mientras su contendor sube como la espuma.

 

Algo absolutamente impensable hace apenas cuatro meses ha venido a voltear dramáticamente la tortilla. La oposición avanza impetuosa con la iniciativa en sus manos, mientras a él le fracasan todas sus estrategias aún antes de desplegarlas. Ya las rosas y la franela azul yacen pisoteadas por el suelo. Se acabó el amor. Otra vez el garrote rojo-rojito. La movida al centro, que siempre le sirviera de ultima ratio para neutralizar a la oposición ha fracasado estruendosamente. Se ha arrinconado en el fondo del extremismo más duro y parece no tener escapatoria.

 

Insólito: incapaz de haberse mantenido firme con su disfraz de cupido azulino arriesga un salto al vacío del infierno rojo. Y comienza a mostrar las cartas marcadas, los puñales bajo la manga, la brutalidad del terror. Comete con ello su más grave error en momentos cruciales, de definiciones. A Chávez, en esta circunstancia, sólo le convenía limar asperezas, abrirse generoso a todas las tendencias, prometer lo imposible. Apostar al perdón. En cambio destapa su más feo rostro.

 

Desesperación: esa es la palabra clave. Está desesperado el ministro Ramírez. Está desesperado Rangel. Está desesperado Jesse Chacón, está desesperado Baduel. Y desde luego están desesperados Lina Ron y todos quienes no conocen otro futuro posible que la dictadura rojo-rojita.

 

A la desesperación, la peor de las consejeras, sucederán acciones violentas, intentos por impedir las elecciones, movidas de toda índole: desde acciones tribunalicias hasta detenciones y secuestros. Ahora, en estos días cruciales todo es posible. La verdad ha caído como un mazazo sobre Chávez, el entorno, el gabinete, las dirigencias oficialistas. Sálvese quien pueda será muy pronto el grito de guerra.

 

A la desesperación del oficialismo, a sus manotazos de ahogado, sólo cabe responder con templanza, con hidalguía, con grandeza. Y sobre todo con serenidad. Es difícil no reaccionar con indignación a tanto trapo rojo-rojito. No indignarse ante declaraciones como aquellas de un almirante de marina que no tiene empacho en ensuciar la noble tradición de esa arma suponiéndola al servil servicio de la fracción más dura, la castro-comunista, del gobierno. O ante la desfachatez del ministro Ramírez, apoyado en su infame discurso fascistoide por los guapos que lo comandan.

 

Pero tenemos la razón. La más poderosa de las armas. Sobre todo cuando marcha acorde con el sentimiento de los tiempos. Venezuela quiere cambiar. Quiere volver a ser un faro de luz en las tinieblas de estos tiempos. Se ha levantado con una fuerza desconocida tras el liderazgo de un hombre a la altura de las circunstancias. Con la razón y un justo liderazgo, el futuro es nuestro.

 

Sólo cabe recordarle al chavismo que la desesperación es mala consejera. Llegó el tiempo del cambio. Impedirlo sería arriesgar una tragedia. Que no se les ocurra desatarla.

 
sanchez2000@cantv.net

 
 
 
© Copyright 2006 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.