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EL 4D: UN MANDATO DEL PUEBLO A LA NACIÓN
Releo el
documento que un grupo de
personalidades le presentara al país a comienzos de este
turbulento año 2006 y que fuera suscrito con entusiasmo por
miles y miles de venezolanos. No ha perdido un ápice de
vigencia. Es más: constituye la expresión más acabada del
preciado anhelo que bulle en lo hondo del pecho de los
venezolanos: reconstruir la patria y empujarla por los
derroteros de la paz, la concordia, la prosperidad.
Dicho documento constituye la más
importante lectura de la crisis histórica por que atraviesa
nuestra bienamada Venezuela y sienta precedentes que debieran
constituir las vigas maestras de cualquier acción encaminada a
superarla. La espantosa inseguridad que corroe las entrañas de
nuestras familias como el más grave y acucioso problema de
nuestra actualidad: la violencia homicida, la pobreza, la
indigencia masificada, la falta de viviendas, el desempleo, la
inflación, la zozobra material, la quiebra de las bases
económicas de nuestra sociedad. Sobre esas bases de
desintegración física se asientan todos los otros males que
gangrenan nuestra vida moral y espiritual: la guerra fratricida
que ensangrienta a nuestros barrios, el odio recíproco entre
familias, amigos y conocidos divididos por el veneno de la lucha
de clases, el abandono de los humillados y ofendidos, que ni
tienen literalmente donde caerse muertos mientras se cometen los
peores atropellos en su nombre. En el otro extremo la
escandalosa corrupción de los gobernantes, la riqueza ofensiva
de los acomodados, la putrefacción de la moral pública y el
olvido de los más sacrosantos deberes nacionales.
Dos hechos fueron especialmente
destacados en dicho documento denuncia de estremecedora
actualidad: la traición a nuestra tradición soberana y
libertaria por partes de los sectores uniformados obligados
constitucionalmente a defenderlas, maleados con la más
vergonzante corrupción de que tenga noticia nuestra historia. Y
la perversión medular del sistema de justicia, convertido en
claque aclamatoria del gobernante, instrumento de persecución
política y mascarada de crímenes y estupros sin nombre. Un
cuadro dantesco que sólo la afabilidad, la alegría, el desenfado
y la paciencia infinita de un pueblo como el nuestro ha podido
soportar sin una incontenible expresión de rabia, de ira y
destrucción.
Lo acontecido desde su publicación
no ha hecho más que confirmar el diagnóstico que allí se
expresa, hacer más urgente y desesperada la necesidad de ponerle
fin a este régimen nefasto y fortalecer la voluntad que subyace
a su redacción, una auténtica clarinada a la clase política
opositora: aceptar el mandato popular del 4 de diciembre
agotando los esfuerzos por unir a todos sus sectores tras una
sola voluntad y ponerse al servicio de la reconstrucción de
Venezuela sin mezquindades, sin sectarismos, sin ambigüedades,
sin lenidades, sin aprovechamientos espurios. A pecho
descubierto, en armas de la dignidad y unidos como un solo
hombre.
En verdad: no tenemos otro mandato.
Ahora, precisamente ahora, cuando nos dirigimos a dirimir en un
proceso electoral de trascendencia histórica el futuro de la
patria.
2
LA DESUNIÓN: CAUSA FUNDAMENTAL DE NUESTROS
FRACASOS
No ha carecido nuestra sociedad civil
ni de voluntad política ni de espíritu de lucha. Gracias a ellos
logró el 11 de abril de 2002 el prodigio de expulsar del
gobierno con sus solas manos al presidente de la república,
cuando éste, violando las más sagradas obligaciones
constitucionales, pretendiera lanzar a nuestras fuerzas armadas
como perros de presa contra el pueblo inerme. Y dos años
después, cuando movilizado tras el precepto constitucional que
le permitía revocarle el mandato se movió en una jornada
verdaderamente heroica logrando la mayor participación electoral
jamás vista en la historia democrática de la república. No es
atribuible a esa sociedad civil el fracaso resultante de ambos
logros: es responsabilidad exclusiva de una clase política que
no supo estar a la altura de las circunstancias. En el primer
caso, porque no supo unirse tras el objetivo supremo de
reconstituir nuestra quebrantada democracia, permitiendo que un
grupo de ambiciosos asaltara el Poder vacante y observando
luego, de manos caídas, la acción absurda y antihistórica de una
cúpula militar carente de toda vocación histórica que, yendo en
contra de la voluntad popular restituyó en el mando a quien
había perdido de hecho y de derecho toda legitimidad.
En el segundo caso, porque permitió
inerme y paralizada la confabulación de todos los poderes del
Estado tras el montaje de un fraude descomunal, que no quiso ni
supo impedir. Ni muchísimo menos denunciar, entregada
políticamente a un caudillo que sorteara el designio popular
mediante un auténtico golpe de Estado.
Esos dos antecedentes dolorosos y
traumáticos estuvieron tras la decisión casi unánime de rechazar
toda participación electoral el 4 de diciembre, con ocasión de
las elecciones parlamentarias. Así como en la masiva abstención
que la precediera algunos meses antes, con ocasión de las
elecciones de alcaldes y gobernadores. Medidas trágicas, en
cierta medida suicidas, que perseguían castigar a una dirigencia
miope y pusilánime que ha rebajado el noble arte de la política
como servicio público a la satisfacción de ambiciones
personales. Y que pretendían asimismo desenmascarar la orfandad
de un caudillo que se impone por medio del terror, el desafuero
y la corrupción, pero que está esencialmente incapacitado para
movilizar los espíritus tras un auténtico proyecto
revolucionario.
Sería grave en esta hora decisiva
olvidar las razones de la masiva abstención del 4 de diciembre y
los demoledores efectos que causara en la credibilidad del
autócrata. Quien señalara en diciembre del 2004 el horror que
sentía por una abstención masiva y que su proyecto
revolucionario dependía de una auténtica y masiva movilización
popular. Habrá avanzado en su proyecto totalitario, pero no lo
ha hecho con el respaldo masivo de adherentes entusiastas sino
con la brutal violencia de las armas, el engaño, el abuso y la
corrupción. Propiciando con ello su propio desmoronamiento. Al
que hoy asistimos, cuando se yergue sobre cien mil cadáveres,
millones y millones de pobres y la ruina de un país que fuera
próspero y moderno.
El mandato a la Nación del 4 de
diciembre está hoy más vigente que nunca. La unidad, su
imperativo categórico.
3
EL 3-D: UN VOTO POR LA LIBERTAD
Se engaña de buena o mala fe quien
pretenda encontrar contradicción entre la masiva abstención del
4-D y la voluntad por participar con una masiva votación
democrática el 3D. El mismo pueblo que se abstuvo de legitimar
el fraude del 4 de diciembre exige una masiva movilización
popular para respaldar al candidato opositor que resulte
nominado como el candidato único y unitario el 3 de diciembre.
Pero lo hace exigiendo de la clase política que se ha echado
sobre sus hombros la dirección de esta batalla, el hacerlo con
lucidez, con claridad de propósitos, con voluntad de lucha, con
hombría y generosidad. Con una irrestricta defensa de nuestros
derechos electorales, hoy aviesamente conculcados. Sin ánimo de
derrotas ni la carta oculta de una convivencia negociada con el
totalitarismo que ya asoma sus garras de no enfrentarlo
valerosamente. También el 3D.
Exige en primer lugar que el
candidato esté dispuesto a ofrendar su vida por el triunfo. A
obtener el respaldo de todo el pueblo opositor, así como a
estremecer las bases de apoyo de quienes, sin otra esperanza que
las que vieran en un caudillo inescrupuloso y megalómano, han
esperado inútilmente conquistar la felicidad cosechando a cambio
el sufrimiento de sus carencias, el asesinato de sus hijos, el
secuestro de sus escasos bienes, la pérdida de sus viviendas.
Exige que dirija esta batalla a la cabeza de los mejores hijos
de la Venezuela democrática, imponiéndoles la obligación de
luchar voto a voto por el triunfo. Representando a 26 millones
de venezolanos. No a una parcialidad engañada. Venezuela no
quiere compartir derrotas. Quiere celebrar triunfos. Y si la
trampa y el fraude insisten en obstaculizar el camino hacia el
futuro, paralizar el país y librar la última y definitoria
batalla, si las circunstancias así lo exigen.
El voto de quien se abstuviera el 4
de diciembre es doblemente valioso: es un voto consciente del
riesgo que asume. Es un voto combatiente. Es un voto que no
quisiera caer derrotado en mala lid, producto de una
parafernalia tramposa y aviesa. Es un voto que exige seguir
valiendo a plenitud a partir del 4 de diciembre próximo y de
allí hasta el futuro. Es un voto que no está dispuesto a
regresar cabizbajo luego de una estafa, sin tener quien lo
defienda y ofrenda su vida por la libertad que representa.
Ese voto representa a una vida
endosada a quien será elegido el representante único y máximo
del sentir popular. Con nombre y apellidos. No como las vidas
cegadas el 11 de abril, que ni siquiera imaginaban quién
levantaría al día siguiente las banderas del honor de la patria.
No como los esfuerzos desperdiciados el 15 de agosto, que no
tuvieron otro interlocutor que un grupo anónimo de derrotistas
sin destino. Ahora el nombre escogido tiene nombre y apellidos.
La historia espera por su liderazgo. El país espera por su
compromiso de honor.
Quienquiera que resulte finalmente el
candidato de la libertad, el escogido por el sentimiento de
millones y millones de compatriotas, tendrá que estar
verdaderamente a la altura del desafío. No ser el cómplice
silente de una estafa, sino el combatiente de una lucha sin
descanso. Pues de esta brega histórica no se sale el 3 de
diciembre. Se saldrá sólo cuando Venezuela pueda respirar en
paz, en medio de la prosperidad y la seguridad de sus hijos.
Cuando el sol vuelva a salir para
todos.
»Consulte
el documento: "4 de diciembre, un mandato del pueblo a la
nación"
¡QUE CAMPAÑA MÁS ASIMÉTRICA!
Imposible imaginar a Hugo Chávez
recorriendo las barriadas populares del país que preside
desde hace 8 años en el mismo estilo, con el mismo
desenfado y encontrando el mismo fervor que sus
contrincantes. Para ver al teniente coronel subiendo
cerro y pateando barrio como lo hacen Manuel Rosales y
Benjamín Rausseo, habría que imaginar previas acciones de
comandos uniformados, toma violenta mediante un operativo
de seguridad de una, dos o tres calles populares de un
barrio comprobadamente chavista. Y aún así: revisión
minuciosa y prolija hasta el último rincón de las casas,
ranchos o pocilgas en cuestión a la búsqueda de
implementos explosivos, armas caseras, cuchillos de
cocina, bombas molotov, piedras, pedazos de trapo y
bidones de gasolina. Y si eso fuera todo: ocupación de
dichas viviendas por funcionarios de seguridad que,
debidamente ocultos, controlarían hasta los respiros de
sus humildes moradores. Iluminación tipo GESTAPO del
barrio, para impedir el más mínimo resguardo de sombra. Y
copamiento de azoteas, puertas, rejas, dinteles y ventanas
por funcionarios del ejército, la Guardia Nacional, la
policía municipal o la DISIP debidamente disfrazados de
pobladores, camisetas rojas, diez millones por el buche y
gorras del Ché Guevara.
Coros, bailarines y extras serían puestos a la
orden por Farruco Sesto para escenificar una entusiasta
coreografía de bienvenida. Johnny Barreto y Freddy Bernal
mandarían sus recogelatas becados y Lina Ron sus
batallones de menesterosos revolucionarios. Todo filmado y
bien filmado por miles de productores independientes
debidamente chequeados, todos a la orden del Canal del
régimen. Incluso contando con un par de extras de postin:
Don King y algún actor hollywoodense, de esos que cobran
medio millón de dólares por fotografiarse junto al
caudillo.
Como eso sólo es posible luego de trabajosos
esfuerzos de preproducción, Chávez se conforma con
montarse en descomunales casamatas artilladas, rodeado de
cinco o seis anillos de seguridad cubanos y hundido debajo
de un par de gruesos chalecos blindados. A grandes e
inexpugnables distancias de sus seguidores tarifados.
Como Chávez debe echar en falta un poquito de aroma a
populacho, a sudor próximo y cercano, a tufo combatiente,
a empanada frita, lo va a buscar a Irak, a Bielorrusia, a
La Paz, a Angola. En fin, a cualquier lugar donde pueda
desplazarse sin temer el odio descomunal que ya siente
respirarle caliente en el cogote. Perdió el efecto de los
suyos y teme por su seguridad incluso ante sus más
próximos. No vaya a sucederle lo que a Julio César.
¡Qué campaña más asimétrica!
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