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Las barbas en remojo
por Antonio Sánchez García
lunes, 2 octubre 2006

 

            Se ha llevado un tremendo susto Lula da Silva. Haber pellizcado el sueño de una reelección en primera vuelta cuando hace apenas un mes las encuestas lo situaban cómodamente por sobre una diferencia de doce puntos con respecto a su inmediato seguidor, el socialdemócrata Geraldo Alckmin, constituye más que un sueño una pesadilla. Los efectos del escándalo protagonizado por dirigentes de su partido están en pleno desarrollo, y podrían seguir royendo las bases del respaldo con que hasta ahora cuenta el presidente, afectando una campaña que algunos pronostican sucia y violenta. En casos como los que estamos viviendo en América Latina – Perú y México son ya emblemáticos – las simples matemáticas no cuentan. Cuenta una ciudadanía polarizada que reacciona de manera inesperada ante eventos imponderables, como una denuncia de corrupción, la ingerencia de un mandatario extranjero en asuntos estrictamente internos o cualquier otro paso en falso.

 

            Lamentables las declaraciones de Marco Aurelio García, jefe de la campaña del presidente brasileño, quien reconocía el peso de las denuncias del acto de guerra sucia adelantado por dirigentes de su partido en esta sorprendente inclinación de la balanza a favor de los otros dos candidatos. Porque no es el primero ni seguramente será el último de los actos ilegales que nos muestren a un partido arrogante, soberbio y prepotente, poco inclinado a entendimientos auténticamente democráticos, que no le hace asco a maniobras de corrupción si de atornillarse en el Poder se trata.

 

            Los efectos están a la vista: "Lo que está ocurriendo no es bueno para el país. Son los ricos contra los pobres, el Nordeste contra el Sudeste. Eso es malo para Brasil” - comentaba ayer Ciro Gomes, ex ministro de Integración de Lula que tiene pretensiones de ser el hombre del oficialismo para el 2010.  Es uno de los efectos de un gobierno que ha fracasado en desarrollar una política de auténtica integración nacional y si bien no ha llevado las cosas al extremo disolvente y rupturista de Hugo Chávez, tampoco ha sabido desarrollar una política de continuidad con los esfuerzos de Fernando Enrique Cardoso por hacer del Brasil una potencia mundial con inclusión y homogeneidad.

 

            La factura que el país le ha pasado al PT ha sido tremenda. Y sólo la popularidad de Lula ha permitido maquillarla. En los hechos, el partido de Lula ha sido revolcado por la oposición. En diputados no tiene mayoría ni para aprobar una ley simple. Y en el senado la debacle es aún mayor: no alcanza al tercio del foro. En Sao Paulo, corazón industrial del Brasil y desde siempre bastión del lulismo, dos de cada tres electores le han vuelto la espalda. Pierde las gobernaciones de Sao Paulo, Minas Gerais y posiblemente Río de Janeiro. Y sólo después de la segunda vuelta se sabrá cuántas otras gobernaciones pasan a manos de la oposición. Incluso Collor de Mello regresa a Brasilia como senador representando a Alagoas. El vuelco es brutal. Independientemente de que Lula gane o pierda en su segundo intento: el Poder se le ha escapado de las manos. Será un prisionero de la oposición.

 

            Este hecho configura un panorama novedoso en lo que parecía una avalancha de la izquierda radical en América Latina: Costa Rica, Colombia, Chile, Perú y México  optaron por gobernantes de centro. Brasil rechaza hipotecar su futuro político dejándolo en manos de un partido de izquierda que no ha sabido levantar un programa de integración nacional. El resultado es desolador para las esperanzas de quien se salva hasta ahora sólo porque ha dado pruebas de ser un auténtico demócrata. Así se encuentre en mala compañía.

 

            No nos cansaremos de señalarlo: es la hora de superar maniqueísmos y apuntar a políticas de consenso siguiendo el ejemplo de la centrista concertación nacional chilena. Las elecciones brasileñas podrían estar dando señales de alarma para toda la región. El primero en poner las barbas en remojo debiera ser Hugo Chávez. Parafraseando la vieja sentencia de tradición penitenciaria: el extremismo no paga. Las corruptelas tampoco.       

sanchez2000@cantv.net

 
 
 
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