Los políticos saben que no son más que
criaturas de un día
Winston Churchill
En
los porfiados sustratos de la política venezolana florece una
fauna que pretende vencer esa ley de gravedad que condena a los
políticos a una inevitable caída y fuera caracterizada de manera
tan magistral por Winston Churchill al trazar el perfil de
Alfonso XIII: “Los políticos se elevan a través de afanes y
luchas; esperan caer; esperan levantarse de nuevo. Casi siempre,
en el Poder o fuera de él, están rodeados y sostenidos por
grandes partidos. Tienen con ellos muchos compañeros de
desgracia. Los políticos saben que no son más que criaturas de
un día”. Los nuestros, vaya desgracia, insisten en creerse
eternos.
Churchill sabía perfectamente
de qué hablaba: él mismo había caído de un burro (la Secretaría
de Irlanda) – son sus palabras – y el golpe no le había agradado
en lo absoluto. Lo que no impidió que, despreciado y escarnecido
por décadas, esperara por su auténtico momento de gloria y se
convirtiera en el factor decisorio que salvara a la humanidad
del holocausto universal perseguido por Hitler. Luego de lo cual
volvió a apostar su ficha menuda en la ruleta del Poder, ganar
en la última de sus apuestas y jugar un papel mediocre y
desvencijado haciendo mutis del gobierno inglés entre la
indiferencia y la conmiseración de las mayorías. Él, genial en
la percepción de la oportunidad de poner su vida y la de su
pueblo en juego en defensa de las libertades democráticas, no
supo hacerse a un lado con los laureles de la gloria – incluido
un merecidísimo Premio Nóbel de literatura en 1953 - cuando los
ingleses juzgaron que las reliquias de su grandeza eran un
estorbo.
Guardando las distancias y
respetando las debidas proporciones, pienso que nuestra
bienamada Venezuela – rebajada hoy a pobre y desquiciado
campamento – atraviesa por una circunstancia tan definitoria y
crucial como la que vivieran el imperio inglés y Europa en esos
años ominosos que van del ascenso de Hitler en 1933 a su caída y
suicidio en 1945. Aunque la diferencia es evidente: en sólo sus
dos primeros años de dictadura “vitalicia” Adolf Hitler levantó
a su pueblo de las ruinas y lo convirtió en la primera potencia
europea. Chávez, en siete años, ha arrastrado a su pueblo al
abismo, lo ha hecho infinitamente más miserable de lo que ya
fuera, hundiéndolo en la humillación y el hazmerreír. Hitler era
un monstruo, pero no un estúpido. Puede que Chávez sea un
estúpido, no un monstruo. Aún así: aunque en nuestra pequeña y
miserable escala, los efectos de su estupidez, combinada con una
irrefrenable mezcla de ambición y maldad, son devastadores.
Impresiona que a seres tan
mediocres como los que nos desgobiernan y martirizan – pienso en
la estólida y desventurada figura de Isaías Rodríguez - no
se le enfrenten políticos un par de centímetros más altos. Estos
seres menores son, para volver al tema de nuestros inicios, los
representantes de esa fauna de nuestros bajos fondos políticos
que se niegan a desaparecer y se aferran a una ilusoria
capacidad decisoria. Pues tampoco están rodeados y sostenidos
por grandes partidos. ¿O es que alguien le reconoce grandeza o
inmensidad a la Acción Democrática de Henry Ramos, al Primero
Justicia de Julio Borges, al COPEI de Eduardo Fernández, al MAS
de Felipe Mujica o al Proyecto Venezuela de la Sra. Vestalia de
Araujo? Sin hablar de esos despojos de lo que algún día fuera la
promisoria nueva izquierda venezolana. Los viejos partidos,
sombras de lo que fueran. Los nuevos, fantasmas de lo que
quisieran llegar a ser.
Son quienes llevan las riendas
de aquella oposición grata al autócrata. Constituyen la
pentarquía que acuerda unánime el concierto de lenidad ante el
régimen, el coro que aplaude las ocurrencias de Jorge Rodríguez
y se declara satisfecha de sus mezquinas concesiones. A cambio –
eso es lo insólito – de unas miserables migajas parlamentarias.
Saben que podrían contar con un 40 o un 50% mínimo de respaldo
nacional y la totalidad de las poderosas fuerzas opositoras si
tan sólo tuvieran el coraje de enfrentarse al régimen. Prefieren
rehuir los riesgos de una política a pecho descubierto,
acomodarse entre los faldones del poder y conformarse con un 10
o un 15% de abatidos electores. Pobres criaturas de un día.
Comenzaron a ser barridos de la
faz de Venezuela en diciembre de 1998. Desaparecieron unos años
para ver condonadas sus deudas por una generosa sociedad civil
que les entregó la conducción de las luchas que culminaran en la
celebración del RR, cuando recibieran una última y magnífica
oportunidad de redimirse. Desperdician ahora el último vagón al
insistir en jugar el papel de cómplices de esta farsa comicial.
Creen que podrán guarecerse de la tormenta que se avecina
acurrucados en un rincón de la Asamblea. El desprecio de
diciembre terminará por aventarlos.
En verdad, sería lo más
deseable. Que la historia termine por cumplir su demoledora
faena y desbroce el camino hacia el futuro.
sanchez2000@cantv.net
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