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Sería
interesante saber si la vieja dirigencia opositora está
consciente de la relación indisoluble y necesaria que existe
entre la propiedad privada, el libre mercado y la democracia. Y
por tanto, de los partidos políticos y los procesos electorales,
sus instrumentos indispensables. Asunto que a ellos debiera
preocuparles particular y principalmente, pues sin propiedad
privada, es decir: sin democracia, se acabaron los partidos, se
acabó la política y se acabaron los políticos. Lo ha
explicitado de manera irrefutable uno de los más grandes
pensadores liberales de la modernidad, el austriaco F. A. Hayek
a lo largo de toda su obra, pero en particular en
Los Fundamentos de la
Libertad,
libro que debiera ser de cabecera de todo venezolano que se
sienta y actúe como un auténtico opositor. Relación necesaria
significa pura y simplemente que la democracia, como sistema
político basado en la libertad y la resolución pacífica y
consensuada de los conflictos entre grupos y clases, nace, crece
y se fortalece al calor del desarrollo del individualismo, del
libre mercado y el intercambio de bienes, los cuales han sido
creados por sus productores con la intención de obtener una
ganancia y crear riqueza. Y la han creado, generando la mayor
prosperidad, libertad y progreso jamás conocidos anteriormente
en la historia de la humanidad. Todo lo cual ha sido base y
fundamento de la civilización occidental y prácticamente de
todos los logros culturales, científicos y tecnológicos que hoy
conforman la vida humana sobre el planeta.
Luce menos épico,
fantasioso y literario de lo que quisieran quienes creen que la
libertad y la democracia son productos del uniforme o la toga, o
de revolucionarios delirantes y enfebrecidos. Pero es la verdad.
Así en nuestro continente, ni la democracia ni la libertad hayan
florecido de la mano de los productores privados, sino al calor
de Estados de repúblicas en armas, administrados por caudillos
militares o civiles, a medio camino entre el feudalismo, el
colonialismo y la superexplotación. Convirtiéndose en la
mascarada de oligarquías ociosas amamantadas por las prodigiosas
ubres de esos aparatos extractores y desquiciados que han sido
los Estados de nuestras tristes y desalmadas repúblicas. Como es
el caso de este campamento petrolero llamado Venezuela, que
tropezó por fin y tras siglo y medio de independencia con la
democracia gracias a la genialidad previsora y constructiva de
líderes auténticos, como los de la generación del 28 y su jefe
político, Rómulo Betancourt, de cuyo desgraciado fallecimiento
este próximo 28 de septiembre se cumplen 24 años.
Puede sonar
reiterativo, pero es necesario insistir en ello hasta el
cansancio: sin el funcionamiento del libre mercado, sin una
sana, creadora e imaginativa competencia entre productores, sin
individuos responsables de su propia vida y su comportamiento
social: es decir: sin un empresariado generador de riqueza y no
rentista, que crezca y se fortalezca gracias a su tenacidad y
esfuerzo y no al subsidio permanente, oneroso e inmoral de un
Estado manirroto e irresponsable no hay posibilidad ninguna de
desarrollar y fortalecer la democracia en nuestros países.
Particularmente en el nuestro, cuyo empresariado ha surgido al
calor del proteccionismo, incapaz de destetarse del maná
petrolero y los subsidios. Empresariado nacido en gran parte
gracias a la voluntad de caudillos estatólatras como Carlos
Andrés Pérez y, según todos los indicios, de un autócrata como
Hugo Chávez, a cuya sombra autoritaria y corruptora ya hierve de
protozoos empresariales, futuros apóstoles procreados bajo el
rótulo del socialismo del siglo XXI y que culebrean como
caimancitos en boca de caño ante la suculencia de la repartija
petrolera, las amenazas expropiatorias y el vislumbre de rápidas
y exorbitantes riquezas. Renace el sueño del asalto al cielo del
enriquecimiento vertiginoso, propio de los viejos campamentos
mineros. Ahora con una oligarquía cívico-militar
cubano-venezolana que mira hacia China como ideal a seguir: una
mini élite capitalista que nada en la abundancia y 800 millones
de campesinos depauperados y miserables. Las masas en nombre de
las cuales se hizo el sacrificio revolucionario se mueren de
hambre mientras en Pekín y en Shangai proliferan los Roll Royces
y los Jets privados de la Nomenklatura.
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La pregunta con
que iniciábamos nuestro artículo no es baladí. Pues si fuera
afirmativa, y el liderazgo de la cuarta república que aún actúa
en nombre de la libertad y la democracia supiera que atacar,
violar y herir de muerte el derecho a la propiedad privada –
estatuido constitucionalmente y jamás puesto en duda por quienes
redactaran nuestra carta magna - es atacar de muerte a la
democracia y hacer absolutamente decorativos los famosos poderes
públicos encargados de su custodia, ya tuviéramos una gigantesca
movilización de voluntades para asistir a Carlos Azpúrua,
legítimo propietario de La Marqueseña, y a los hacendados,
ganaderos, empresarios e industriales que está viendo violados
sus derechos históricos. Partidos, gremios, organizaciones de la
sociedad civil y a la cabeza de todos ellos Fedecámaras, llamada
naturalmente a ser la garante y más estricta defensora de la
inviolabilidad del derecho a la propiedad – en todos sus
renglones – estuviesen movilizados y en pie de guerra en contra
del régimen. Venezuela estuviera hoy encendida por sus cuatro
costados. ¿Por qué no sucede así? ¿Por qué esta apatía, este
entreguismo, esta cobardía empresarial y política?
¿Está consciente el
empresariado venezolano de que el derecho de propiedad que le
asiste y protege es consustancial a la democracia y que la lucha
por el rescate y fortalecimiento de las instituciones,
garantías, deberes y derechos que le son consustanciales
debiera ser prioritaria a su quehacer público? ¿O creen los
empresarios venezolanos que la tarea esencial de un hombre de
empresa es enriquecerse, no importa el modo y manera? ¿Mejor aún
si gracias a contratos estatales? ¿Es que el fin último de un
empresario venezolano es acumular dinero, sacarlo al exterior y
después de él el diluvio?
Fue Winston Churchill
quien comparó a un hombre de empresa con un buey que debe
arrastrar una pesada carga. Cabe la pregunta acerca de si el
empresario venezolano corresponde a esa tipología, o si más bien
es él mismo la pesada carga que debe arrastrar la sociedad toda
sometida a las intemperancias, arbitrariedad y abusos con que
suele proceder el Estado macrocefálico, centralista y demagógico
que estrangula y coarta todas las iniciativas individuales y se
pone al servicio de políticas económicas, monetarias y
financieras que coadyuvan al sistemático y dudoso
enriquecimiento empresarial y al sistemático empobrecimiento de
las mayorías.
Si así fuera,
encontraríamos en este carácter parasitario y expoliador de
nuestras oligarquías una de las razones para dos fenómenos que
conjugados dan paso a las más siniestras realidades: una de
ellas es el abismo que se abre entre los más ricos y los más
pobres, el desprestigio de los primeros y el odio de los
segundos; la otra es la aparición de caudillos mesiánicos y
destructores encargados de explotar ese odio y utilizarlo como
combustible de sus delirios incendiarios Son las dos fuentes
primarias del populismo de toda laya, ese mal congénito al
desarrollo de nuestras fracturadas democracias y el monstruo del
caos y la desintegración que nos amenaza desde nuestro
nacimiento
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Cometerían un grave
error dirigentes políticos y empresariales si no asumen con
hidalguía y entereza la defensa de los derechos constitucionales
esenciales, a la cabeza de los cuales el derecho de propiedad.
Es cierto: esa defensa debe ocupar todos los espacios. Pero no
puede subordinarse única y estrictamente al campo electoral.
Mucho menos cuando ya es sabido universalmente que los procesos
electorales en Venezuela están amañados y sirven estrictamente a
la consolidación del régimen y a la imposición de su proyecto de
entronización para establecer una dictadura seudo legal que
viola y prescinde del respeto a todos esos derechos. Lo que
acontece con La Marqueseña no es anecdótico: es la última
clarinada. Si los propios hacendados y ganaderos no quieren
escucharla, si el presidente de Fedecámaras, él mismo un
ganadero, se niega a enfrentarla con el temple y la grandeza
indispensables, es que el cáncer de la disgregación ha hecho
metástasis y el país ha terminado arrodillado a los pies del
caudillo.
Poco importa la
provocación anunciada de convertir una propiedad ganadera y
agrícola como La Marqueseña, invadida y asaltada por medio del
terrorismo seudo legal castro-chavista, en escenografía del
despliegue histriónico con que el teniente coronel pavonea su
amenazante prepotencia cuartelera. Siguiendo al pie de la letra
el exhibicionismo nazi y fascista, esa adaptación a la lucha
política del comportamiento animal que esgrime coleteos, golpes
en el pecho y rugidos como maneras de paralizar al contrario,
Hugo Chávez utiliza su programa dominical como convocatoria
permanente al ataque y el combate. Es la ponzoña intelectual del
abuso, la prepotencia y la cobardía, sus tres rasgos
caracterológicos básicos.
Todo tiene su límite.
Que otros, fuera de nuestras fronteras, decidan y escojan el
suyo. El nuestro, que es el único que importa, pues en juego
están nuestras creencias, nuestros valores, nuestras familias y
nuestros bienes, hace ya mucho tiempo que fue ultrapasado. Si
los partidos de una oposición que ya comienza a oler a
oficialismo se conforman con participar en elecciones tramposas
y amañadas y agotan sus esfuerzos en postular candidaturas
mediocres e insignificantes, allá ellos. Si los empresarios se
aprontan a vender la honra y la patria a cambio de contratos o
ventas a precio de gallina flaca lo que ya dan por perdido, allá
ellos.
Pero Venezuela ni es
la arruinada politiquería ni el barato mercantilismo. Es una
historia, una tradición, una honra y un orgullo. Llegó la hora
de defenderlos a cualquier precio y en cualquier terreno. Todo
lo demás es traición.
sanchez2000@cantv.net
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