Si bien los partidos
políticos opositores del sistema que participaron de las
elecciones del 7 de agosto, con los magros y escuálidos
resultados reseñados – 777.086 sufragios de un universo
de más de 14 millones de electores - , ya han adelantado
su disposición a inscribir candidatos y participar a
como de lugar en los comicios de diciembre y anuncian
encuentros con fines unitarios para encontrar una forma
de participación que no se traduzca en su virtual
desaparición, en la llamada Nueva Oposición Democrática
la jefatura del Frente por las Defensa de los Presos
Políticos anuncia su decisión de respaldar las
aspiraciones candidaturales de algunas personalidades
encarceladas, como el líder sindical Carlos Ortega, y
promover o favorecer la postulación de algunos otros
líderes perseguidos o encarcelados, como los del
Táchira. Mientras algunos organismos de la sociedad
civil adelantan listas unitarias.
Sorprende tal decisión,
toda vez que hasta ahora ningún sector político ha
desmentido o le ha restado credibilidad a la información
que circulara confidencialmente y según la cual el
presidente Chávez, en reunión sostenida en Fuerte Tiuna
a mediados de julio con altos personeros de su entorno,
el presidente del CNE y los directivos de Smartmatic
habría configurado ya los resultados de dicho proceso
electoral, que le aseguraría el absoluto dominio de
dicha asamblea, le garantizaría la potestad para nombrar
a cuarenta oficiales de las fuerzas armadas entre los
cien diputados acordados al MVR y le dejaría a la
oposición un total de entre 20 y 25 diputados, de los
cuales 10 para AD, reconociéndole su importancia
relativa en el bloque opositor. Ya corre más de algún
politicastro más chavista que Chávez a asegurar que los
diputados oficialistas serán más de 155 y no pasarán de
la decena los opositores elegidos.
Por importante que todo
ello parezca, lo verdaderamente trascendental no radica
sin embargo en el ámbito propiamente eleccionario. Ni
muchísimo menos en el destino individual de algunas
personalidades opositoras a cuyos intereses habría que
supeditar la estrategia de la Nueva Oposición
Venezolana. Como lo señaláramos reiteradamente antes de
las elecciones del 7 de agosto, la tarea prioritaria de
una auténtica oposición debía radicar en darle contenido
político a la abstención, tener éxito en su convocatoria
y acumular fuerzas en un proceso mayor de recuperación
de la iniciativa política por parte de la sociedad
civil, verdadera protagonistas de todas las luchas
libradas contra el régimen desde el año 2001. En la base
de tales consideraciones abstencionistas se encuentra el
convencimiento del carácter dictatorial del régimen y su
voluntad de sometimiento de la ciudadanía mediante el
expediente electoral.
Los resultados exitosos
de dicha política – más de un 80% promedio de abstención
nacional y el desenmascaramiento de la fragilidad de la
popularidad de Hugo Chávez - ¿avalan o reafirman la
justeza de dicha política?
2
Es cierto: los
partidos políticos del viejo establecimiento, incluido
Primero Justicia, no parecen querer reconocer la esencia
del conflicto y la gravedad de la crisis que vivimos,
que no es bajo ningún concepto de naturaleza electoral:
el régimen no es democrático y utiliza los procesos
electorales como meras instancias de legitimación y
entronización de la autocracia caudillesca del teniente
coronel Hugo Chávez. Como lo ha reiterado él mismo
pública y privadamente hasta la saciedad, no aceptará un
solo proceso eleccionario que se traduzca en su
desplazamiento del Poder. Por el contrario: o los
someterá todos a su voluntad, torciendo la decisión
popular siempre a su favor, o simplemente los ignorará.
Chávez lo ha dicho hasta el cansancio: llegó para
quedarse y se quedará. ¿Alguien lo duda luego del
ominoso y circense espectáculo de La Habana este domingo
último? No importa lo que piense o desee nuestro
pueblo; no importa lo que piense, crea o desee la
comunidad internacional. Sólo importa lo que piensen él
y Fidel Castro: la delirante decisión de arrimar el
continente a la hoguera de la revolución. Su razón es de
naturaleza histórico trascendente: además de su desnuda,
criminal y desaforada ambición de poder, la revolución
obedece a instancias supra constitucionales y debe
realizarse a cualquier precio. Ella no pertenece al
ámbito inmanente de los quehaceres humanos. Es
trascendente y no se cuenta.
Esta realidad
incontrovertible demuestra la absoluta inutilidad de la
participación opositora en los procesos electorales,
pues dicha participación sólo cumple con la función de
legitimar procesos intrínsecamente fraudulentos. Ello
será así mientras dichos procesos se cumplan bajo la
potestad de un CNE ilegítimo y organizado en función de
violar la voluntad popular y cumplir la del presidente
de la república. ¿Qué razones objetivas llevan a los
partidos políticos, desde Bandera Roja hasta Proyecto
Venezuela, desde Causa R hasta COPEI, desde AD hasta
Primero Justicia a escamotear este hecho, a ocultarlo o
desconocerlo? ¿Qué razones a quienes –sin duda de buena
fe – echan a correr listas de candidatos ideales, como
si estuviéramos en el reino de San Pedro? ¿Aún no
advierten lo que Chávez Frías, Fidel, Daniel Ortega, Evo
Morales y su zarrapastra de trasnochados neofascistas
pretenden: montar a cualquier precio el enfrentamiento y
liquidar mediante artilugios electoralistas y/o con la
fuerza de las armas todas nuestras democracias?
Es de elemental
necesidad proceder de buena fe y asumir que tal errada
política de algunos partidos y grupos opositores no
corresponde a una voluntad entreguista ni es producto
de una complicidad soterrada o encubierta con el
régimen, ni que dichos partidos u organizaciones cumplen
una función de colaboración consciente con su propia
aniquilación, sirviendo Julio Borges o Henry Ramos,
Gabriel Puerta Aponte o Eduardo Fernández, Henrique
Salas Römer o Leopoldo López de aviesa quinta columna de
la desquiciadora voluntad del caudillo. Corresponde,
pues, suponer que ella obedece a una errada percepción
del momento histórico, a una incomprensión de la
gravedad de la crisis y a un comportamiento errático
incapaz de situarse a la altura de las circunstancias y
asumir la conducción del liderazgo en momentos extremos
que ameritan asumir un riesgo de vida o muerte. Pues
Venezuela se debate ahora mismo en la encrucijada entre
dictadura o democracia y la guerra entre ambas es fatal
de necesidad. De allí la futilidad de todo esfuerzo
electoral si no contribuye a un proceso de acumulación
de fuerzas y dirimir esa disyuntiva en cualquier terreno
en que se plantee.
3
En esta
situación de alternativas extremas, la línea divisoria
de los campos opositores pasa por reconocer el mortal
enfrentamiento entre la libertad y la sumisión que hoy
nos determina. Inclusive las personas pasan a segundo
plano: no se trata del General Usón o del General
Rodríguez, de Carlos Ortega o Lázaro Forero. Ni tampoco
se trata de Antonio Ledezma u Oswaldo Álvarez Paz. Ni de
Patricia Poleo o Tulio Álvarez. Ni muchísimo menos de
quienes, de manera inconsulta, figuramos en listas ad
hoc. Se trata de la guerra a muerte entre la democracia
o la dictadura. La definición de las personalidades se
subordina a esos campos, se debe a esa guerra. ¿Dónde se
sitúa en ese enfrentamiento la sociedad civil, el pueblo
democrático de Venezuela, su liderazgo?
¿Se ha producido algún
cambio sustancial, sea en la naturaleza del régimen, en
la naturaleza del CNE o en la naturaleza de la oposición
entre la situación existente antes del 7 de agosto y la
que se presenta ante las elecciones parlamentarias de
diciembre? En lo absoluto. La situación es exactamente
la misma. Con una variable a favor de la oposición de
colosales dimensiones y que una interesada visión de
quienes se niegan a ver la gravedad del momento que
vivimos pretende desconocer: la sociedad civil ha
avanzado en la comprensión de la naturaleza dictatorial
del régimen y ha decidido NEGARSE a convalidarlo
electoralmente, quitándole, de paso, su respaldo a
quienes se nieguen a acompañarla en esa percepción. Si
cabía alguna duda, este domingo habanero la despejó para
siempre. La sociedad venezolana, el pueblo democrático,
ha descubierto el arma de la abstención. No la cederá
gratuitamente, ni para resolver problemas personales de
quienes, con su prisión, demuestran y subrayan la
naturaleza dictatorial del castro-chavismo que nos
somete, ni para asegurarle un escondrijo a líderes
cobardes o miopes, traidores u oportunistas, ignorantes
o mediocres.
Por ello, no tiene la
sociedad civil venezolana otra alternativa que
profundizar la abstención y avanzar aún más en su
acumulación de fuerzas. No tiene otro camino que
terminar de darle la espalda a los partidos
complacientes o ignorantes del mal que prohíjan y
atrincherarse en su decisión de no convalidar la farsa
electoral. A no ser que en un giro dramático de los
acontecimientos y como consecuencia de la presión
amenazante del abstencionismo y el rechazo a participar
por parte de una dirigencia opositora unida, el régimen
reconozca la necesidad de volver al terreno de sus
orígenes democráticos y - cediendo a las presiones
populares y a la presión internacional - acepte medirse
democrática, transparente, legal, constitucionalmente.
Bajo esas premisas, la participación electoral es una
obligación política y moral. Y todos los partidos y
todas las personalidades tendrían el derecho y la
obligación de postular sus nombres para conformar una
asamblea cuya principal misión debiera ser la salvación
de la patria.
Ése es el camino.
Cualquier otro no tiene salida: conduce al abismo.