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EL SIGNIFICADO POLÍTICO DE LA
ABSTENCIÓN
Se equivocan quienes le dan a
la abstención y al abstencionismo un valor meramente táctico o
lo circunscriben a un determinado sector político de la
ciudadanía con pretensiones electoreras, aunque de signo inverso.
La abstención no es un instrumento propagandístico de un grupo,
un medio de acción, ni muchísimo menos un fin político. Es algo
muchísimo más grave: es un síntoma. Es el síntoma de la grave
enfermedad que aqueja a la institucionalidad democrática
venezolana bajo los dictados de un gobierno engañoso y un
mandatario autoritario, militarista, violatorio y tramposo, de
la estirpe despótica de quienes apuntan a un fin sin importar la
cualidad moral de los medios y, por lo mismo, sin ninguna
consideración por la cualidad ética de ese fin. Que no es otro
que la encarnación y metabolización del Poder para el
cumplimiento de sus ambiciones personales, si es posible de
manera vitalicia y hereditaria. Más aún: vinculado a una
estrategia subimperial con pretensiones desestabilizadoras que
ponen en grave riesgo la paz de la región. De allí el carácter
regimental del gobierno y la naturaleza dictatorial del
gobernante. No pertenece a la tradición de los grandes
revolucionarios, como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburg o Salvador
Allende – instrumentos y portavoces de auténticas y profundas
revoluciones sociales sin pretensiones ni ambiciones
personalistas - , sino a la de déspotas como Stalin o Hitler,
Mussolini, Kim Il Sung o Fidel Castro, todos los cuales murieron
o morirán sentados en el trono, al que llegaron en nombre o
montados sobre la ola de tales transformaciones revolucionarias.
Dictadores que sembraron la ruina de sus países sin dejar a
cambio nada que no fuera sufrimiento, muerte y desolación.
De allí que la abstención, como
símbolo del rechazo moral de la mayoría democrática ante un
régimen ilegítimo, no le pertenezca a un partido o a un grupo en
particular y surja del fondo de la sociedad civil como forma de
repudio consciente e inapelable contra un sistema político más
que contra candidatos o partidos, programas u ofertas
electorales concretas. La abstención es un rechazo sistémico: se
erige contra el estado de cosas en que naufraga la
institucionalidad, la democracia y quienes están involucrados en
el juego, negándose a contaminarse en él. Es, por lo tanto, un
acto supra electoral. De allí que funcione casi de manera
compulsiva e inconsciente: se impone como imperativo categórico,
incluso violentando la propia voluntad del elector. Y por esa
razón casi instintiva se dirige por igual, así sea de manera
diferenciada, contra los actores del régimen como también – y de
allí la inmensa gravedad del mal que sintomatiza - contra los
actores de una supuesta oposición que, consciente o
inconscientemente, colabora y participa de un juego que sabe
fraudulento y engañoso, injusto y violatorio de la más elemental
y trascendente institución democrática: la alternabilidad, las
elecciones, el voto. Pero que acepta y legitima ciegamente por
el engañoso y oportunista afán de supervivencia grupal.
De allí el caso de quienes se
presentaron este 7 de agosto no una, sino varias veces ante sus
centros electorales decididos a cumplir con el derecho de elegir
a sus representantes – derecho sentido como una obligación
hondamente democrática – no pudiendo superar la negación
espontánea a hacerlo bajo estas condiciones absolutamente
arbitrarias y discriminatorias. Ese hecho, perfectamente
comprobable, demuestra la profunda contradicción que se ha
aposentado en el espíritu de la ciudadanía venezolana que se
niega a avalar, colaborar y prestar sus servicios a la
construcción de un régimen dictatorial y autocrático como el que
se nos ha impuesto por la fuerza, la brutalidad y el engaño,
particularmente luego del monstruoso fraude cometido el 15 de
agosto y convertido en sistema de los procesos electorales en
nuestro país. Por lo mismo, profundamente desconcertada y
vacilante ante el significado de su repudio visceral.
De allí la gravedad del síntoma:
manifiesta la hondura del mal, la gravedad del daño y las
inmensas dificultades para su sanación.
2
LA LECCIÓN DEL ABSTENCIONISMO
Es el fundamento moral de la
democracia, asentado casi de manera atávica en nuestros hábitos
y costumbres políticas gracias al sistemático ejercicio
democrático cumplido durante los últimos cincuenta años de
nuestra vida como nación, el que nos conduce casi
inexorablemente al acto último y extremo del abstencionismo. Es
ese fundamento, esa cultura civilizatoria violada y amenazada de
muerte por lo peor de nuestros atavismos autocráticos
ancestrales los que se rebelan contra la participación en
procesos electorales convertidos en trampas cazabobos por la
cultura de la regresión y la muerte a la que hemos retrocedido
desde los albores del 4 de febrero de 1992 y muy en particular
desde el asalto al Poder mediante las elecciones de diciembre de
1998 por parte del golpismo venezolano. Es el reclamo extremo,
previo a la acción definitivamente insurreccional de la
resistencia activa, que se cumple aún dentro de los parámetros
de una ilusoria democracia. Es el gesto que demuestra y
desenmascara, precisamente, ese carácter ilusorio. Quien se
abstiene de manera consciente y razonada denuncia por ese simple
hecho la naturaleza falaz y mentirosa del acto al que se ve
compelido por el régimen.
Puesto que tiene lugar en una
esfera íntima y personal, ajena a las manipulaciones orquestadas,
la abstención no tiene nombres y apellidos ni sirve a alguien o
a algo en particular. De allí su naturaleza evasiva y
difícilmente calificable. De allí que escape incluso al universo
del premio o del castigo con que suelen ventilarse los
resultados de los procesos electorales. Quien se abstiene no
pretende ganar nada. Ya lo perdió todo, salvo su integridad
moral, que defiende mediante la abstención como un valor
inalienable. Es el voto castigo ante la inmoralidad del sistema.
Es el voto de la dignidad. De allí también el error de
encuestólogos y analistas que pretenden encasillarla en los
estrechos márgenes de su supuesta utilidad o futilidad. Pues en
elecciones amañadas cumplidas dentro de los marcos de un régimen
dictatorial como el presente – no importa su falsa legitimidad
ni sus certificados de buena conducta comprados con barriles de
petróleo e intercambios comerciales – nadie gana. Desde luego no
ganan los perdedores formales – parte de una comparsa
legitimadora. Pero tampoco ganan los “ganadores”, aquellos que
recibieron la tramposa legitimidad de una mentira.
Gana, en términos reales, la
denuncia y el desenmascaramiento. Gana la verdad. Cuando la
abstención se expresa de manera tan masiva como lo hiciera el 7
de agosto, se hace claro ante el mundo que el coronel no tiene
quien le vote. Es el castigo silente de una mayoría acallada,
que mediante su ausencia al festín expresa el grito de su
rechazo.
3
ES LA HORA DE LA UNIDAD
¿Es posible hacer útil la
abstención en términos de movilización política a futuro? ¿Puede
alguien “pasar por taquilla” a reclamar el fruto de tal masiva
expresión de repudio y convertirlo en capital político? La
naturaleza estrictamente ética y subjetiva de la decisión que
avala una medida extrema como la abstención militante – que es
de ella que hablamos, no de la tradicional ausencia a los
procesos electorales por desinterés político – lo hace
difícilmente transferible a una acción política concreta y
específica de una personalidad, un grupo o un partido. La
abstención refleja un sentimiento y una toma de decisión.
Antecede a la decisión mayor de actuar concreta y materialmente
contra el régimen junto a éste o a aquél grupo de ciudadanos
conscientes.
Sin embargo, es evidente que el
sentimiento y la acción abstencionistas comunican un fondo
político común. Los más de cuatro millones de votantes que
habiendo participado en el RR se abstuvieron de votar el 7 de
agosto – de creer las cifras entregadas por un CNE que aún no
sistematiza los resultados aparentes del 15 de agosto – pueden
ser calificados de abstencionistas militantes, contrarios al
régimen y opositores irreductibles. Seguramente no comparten
tendencias políticas, orientaciones ideológicas o programas de
acción. Pero tienen un patrimonio común: son demócratas y, por
lo mismo y necesariamente son antichavistas, están frontalmente
dispuestos contra el régimen y se niegan a avalarlo
electoralmente mediante la farsa de una supuesta votación
democrática.
Seguramente hay entre ellos
simpatizantes de los viejos y nuevos partidos políticos, hay
extremistas y moderados, hay desencantados de la política y
ansiosos por militar de manera activa contra la autocracia,
profesionales y trabajadores, empleados, estudiantes y amas de
casa, simpatizantes de centro derecha y simpatizantes de centro
izquierda, conservadores y progresistas, entusiastas y
desencantados, optimistas y pesimistas. En fin: la inmensa,
vital y contradictoria gama de personalidades que conforman un
colectivo como el que sirve de base nutricia de nuestra nación,
constituye el reservorio moral de nuestra democracia y será el
sostén de la correcta política que dirija sus destinos hacia la
reconquista de nuestra perdida democracia.
Es obligación de las
personalidades políticas, empresariales, estudiantiles,
sindicales, intelectuales, artistas y venezolanos de a pie
atender al llamado a la unidad de todas sus fuerzas y converger
en un amplio campo de acción unitaria. Es un imperativo
categórico concertar todos los esfuerzos de esa Venezuela
pujante y vital, moderna y libertaria tras el común objetivo de
devolver a nuestra patria el poder sobre su destino, expulsar al
invasor y derrotar a los traidores que usurpan nuestra
tradicional soberanía conquistada con su sangre y su esfuerzo
por nuestros mayores. Es de vital necesidad unir los esfuerzos
de esa abstención tras una acción política y organizativa
concreta.
Es la hora de la unidad. Es la
hora de la patria. Es la hora de la lucha activa y militante
contra la dictadura