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El coronel no tiene quien le vote
por Antonio Sánchez García
sabado, 10 diciembre 2005

 
 

Es la hora de la unidad. Es la hora de la patria. Es la hora de la lucha activa y militante contra la dictadura 

 

 

            (Este artículo fue escrito el 19 de septiembre en respuesta a quienes descalificaron el abstencionismo practicado por la inmensa mayoría de nuestros compatriotas el 7 de agosto. No ha sido publicado hasta ahora. Va dedicado a Elías Pino Iturrieta, a quien pretendió dar respuesta en su momento. )

 

1

 

            EL SIGNIFICADO POLÍTICO DE LA ABSTENCIÓN

 

            Se equivocan quienes le dan a la abstención y al abstencionismo un valor meramente táctico o lo circunscriben a un determinado sector político de la ciudadanía con pretensiones electoreras, aunque de signo inverso. La abstención no es un instrumento propagandístico de un grupo, un medio de acción, ni muchísimo menos un fin político. Es algo muchísimo más grave: es un síntoma. Es el síntoma de la grave enfermedad que aqueja a la institucionalidad democrática venezolana bajo los dictados de un gobierno engañoso y un mandatario autoritario, militarista, violatorio y tramposo,  de la estirpe despótica de quienes apuntan a un fin sin importar la cualidad moral de los medios y, por lo mismo, sin ninguna consideración por la cualidad ética de ese fin. Que no es otro que la encarnación y metabolización del Poder para el cumplimiento de sus ambiciones personales, si es posible de manera vitalicia y hereditaria. Más aún: vinculado a una estrategia subimperial con pretensiones desestabilizadoras que ponen en grave riesgo la paz de la región. De allí el carácter regimental del gobierno y la naturaleza dictatorial del gobernante. No pertenece a la tradición de los grandes revolucionarios, como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburg o Salvador Allende – instrumentos y portavoces de auténticas y profundas revoluciones sociales sin pretensiones ni ambiciones personalistas - , sino a la de déspotas como Stalin o Hitler, Mussolini, Kim Il Sung o Fidel Castro, todos los cuales murieron o morirán sentados en el trono, al que llegaron en nombre o montados sobre la ola de tales transformaciones revolucionarias. Dictadores que sembraron la ruina de sus países sin dejar a cambio nada que no fuera sufrimiento, muerte y desolación.

 

            De allí que la abstención, como símbolo del rechazo moral de la mayoría democrática ante un régimen ilegítimo, no le pertenezca a un partido o a un grupo en particular y surja del fondo de la sociedad civil como forma de repudio consciente e inapelable contra un sistema político más que contra candidatos o partidos, programas u ofertas electorales concretas. La abstención es un rechazo sistémico: se erige contra el estado de cosas en que naufraga la institucionalidad, la democracia y quienes están involucrados en el juego, negándose a contaminarse en él. Es, por lo tanto, un acto supra electoral. De allí que funcione casi de manera compulsiva e inconsciente: se impone como imperativo categórico, incluso violentando la propia voluntad del elector. Y por esa razón casi instintiva se dirige por igual, así sea de manera diferenciada, contra los actores del régimen como también – y de allí la inmensa gravedad del mal que sintomatiza - contra los actores de una supuesta oposición que, consciente o inconscientemente, colabora y participa de un juego que sabe fraudulento y engañoso, injusto y violatorio de la más elemental y trascendente institución democrática: la alternabilidad, las elecciones, el voto. Pero que acepta y legitima ciegamente por el engañoso y oportunista afán de supervivencia grupal.

 

            De allí el caso de quienes se presentaron este 7 de agosto no una, sino varias veces ante sus centros electorales decididos a cumplir con el derecho de elegir a sus representantes – derecho sentido como una obligación hondamente democrática – no pudiendo superar la negación espontánea a hacerlo bajo estas condiciones absolutamente arbitrarias y discriminatorias. Ese hecho, perfectamente comprobable, demuestra la profunda contradicción que se ha aposentado en el espíritu de la ciudadanía venezolana que se niega a avalar, colaborar y prestar sus servicios a la construcción de un régimen dictatorial y autocrático como el que se nos ha impuesto por la fuerza, la brutalidad y el engaño, particularmente luego del monstruoso fraude cometido el 15 de agosto y convertido en sistema de los procesos electorales en nuestro país. Por lo mismo, profundamente desconcertada y vacilante ante el significado de su repudio visceral.

 

            De allí la gravedad del síntoma: manifiesta la hondura del mal, la gravedad del daño y las inmensas dificultades para su sanación.

 

2

 

LA LECCIÓN DEL ABSTENCIONISMO

 

            Es el fundamento moral de la democracia, asentado casi de manera atávica en nuestros hábitos y costumbres políticas gracias al sistemático ejercicio democrático cumplido durante los últimos cincuenta años de nuestra vida como nación, el que nos conduce casi inexorablemente al acto último y extremo del abstencionismo. Es ese fundamento, esa cultura civilizatoria violada y amenazada de muerte por lo peor de nuestros atavismos autocráticos ancestrales los que se rebelan contra la participación en procesos electorales convertidos en trampas cazabobos por la cultura de la regresión y la muerte a la que hemos retrocedido desde los albores del 4 de febrero de 1992 y muy en particular desde el asalto al Poder mediante las elecciones de diciembre de 1998 por parte del golpismo venezolano. Es el reclamo extremo, previo a la acción definitivamente insurreccional de la resistencia activa, que se cumple aún dentro de los parámetros de una ilusoria democracia. Es el gesto que demuestra y desenmascara, precisamente, ese carácter ilusorio. Quien se abstiene de manera consciente y razonada denuncia por ese simple hecho la naturaleza falaz y mentirosa del acto al que se ve compelido por el régimen.

 

            Puesto que tiene lugar en una esfera íntima y personal, ajena a las manipulaciones orquestadas, la abstención no tiene nombres y apellidos ni sirve a alguien o a algo en particular. De allí su naturaleza evasiva y difícilmente calificable. De allí que escape incluso al universo del premio o del castigo con que suelen ventilarse los resultados de los procesos electorales. Quien se abstiene no pretende ganar nada. Ya lo perdió todo, salvo su integridad moral, que defiende mediante la abstención como un valor inalienable. Es el voto castigo ante la inmoralidad del sistema. Es el voto de la dignidad. De allí también el error de encuestólogos y analistas que pretenden encasillarla en los estrechos márgenes de su supuesta utilidad o futilidad. Pues en elecciones amañadas cumplidas dentro de los marcos de un régimen dictatorial como el presente – no importa su falsa legitimidad ni sus certificados de buena conducta comprados con barriles de petróleo e intercambios comerciales – nadie gana. Desde luego no ganan los perdedores formales – parte de una comparsa legitimadora. Pero tampoco ganan los “ganadores”, aquellos que recibieron la tramposa legitimidad de una mentira.

 

            Gana, en términos reales, la denuncia y el desenmascaramiento. Gana la verdad. Cuando la abstención se expresa de manera tan masiva como lo hiciera el 7 de agosto, se hace claro ante el mundo que el coronel no tiene quien le vote. Es el castigo silente de una mayoría acallada, que mediante su ausencia al festín expresa el grito de su rechazo.

 

3

 

ES LA HORA DE LA UNIDAD

           

            ¿Es posible hacer útil la abstención en términos de movilización política a futuro? ¿Puede alguien “pasar por taquilla” a reclamar el fruto de tal masiva expresión de repudio y convertirlo en capital político? La naturaleza estrictamente ética y subjetiva de la decisión que avala una medida extrema como la abstención militante – que es de ella que hablamos, no de la tradicional ausencia a los procesos electorales por desinterés político – lo hace difícilmente transferible a una acción política concreta y específica de una personalidad, un grupo o un partido. La abstención refleja un sentimiento y una toma de decisión. Antecede a la decisión mayor de actuar concreta y materialmente contra el régimen junto a éste o a aquél grupo de ciudadanos conscientes.

 

            Sin embargo, es evidente que el sentimiento y la acción abstencionistas comunican un fondo político común. Los más de cuatro millones de votantes que habiendo participado en el RR se abstuvieron de votar el 7 de agosto – de creer las cifras entregadas por un CNE que aún no sistematiza los resultados aparentes del 15 de agosto – pueden ser calificados de abstencionistas militantes, contrarios al régimen y opositores irreductibles. Seguramente no comparten tendencias políticas, orientaciones ideológicas o programas de acción. Pero tienen un patrimonio común: son demócratas y, por lo mismo y necesariamente son antichavistas, están frontalmente dispuestos contra el régimen y se niegan a avalarlo electoralmente mediante la farsa de una supuesta votación democrática.

 

            Seguramente hay entre ellos simpatizantes de los viejos y nuevos partidos políticos, hay extremistas y moderados, hay desencantados de la política y ansiosos por militar de manera activa contra la autocracia, profesionales y trabajadores, empleados, estudiantes y amas de casa, simpatizantes de centro derecha y simpatizantes de centro izquierda, conservadores y progresistas, entusiastas y desencantados, optimistas y pesimistas. En fin: la inmensa, vital y contradictoria gama de personalidades que conforman un colectivo como el que sirve de base nutricia de nuestra nación, constituye el reservorio moral de nuestra democracia y será el sostén de la correcta política que dirija sus destinos hacia la reconquista de nuestra perdida democracia.

 

            Es obligación de las personalidades políticas, empresariales, estudiantiles, sindicales, intelectuales, artistas y venezolanos de a pie atender al llamado a la unidad de todas sus fuerzas y converger en un amplio campo de acción unitaria. Es un imperativo categórico concertar todos los esfuerzos de esa Venezuela pujante y vital, moderna y libertaria tras el común objetivo de devolver a nuestra patria el poder sobre su destino, expulsar al invasor y derrotar a los traidores que usurpan nuestra tradicional soberanía conquistada con su sangre y su esfuerzo por nuestros mayores. Es de vital necesidad unir los esfuerzos de esa abstención tras una acción política y organizativa concreta.

 

            Es la hora de la unidad. Es la hora de la patria. Es la hora de la lucha activa y militante contra la dictadura

 

sanchez2000@cantv.net

 
 
 
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