Hugo
Chávez ha recibido ayer la mayor muestra de repudio que un
presidente de la república pueda recibir en país alguno. Luego
de poner una gigantesca parafernalia electoral en movimiento –
una maquinaria que le ha costado a nuestros bolsillos más de mil
millones de dólares, todo el auxilio de los genios cubanos en
manipulación electrónica y millones de minutos de diarrea
mediática - no ha logrado movilizar más que a dos de cada diez
venezolanos tras su proyecto socialista y revolucionario. En las
principales ciudades del país ni siquiera eso. Hugo Chávez se ha
derrumbado estrepitosamente, terminando como suelen hacerlo
todos los ídolos montados sobre pies de barro: diluido en un
barrial.
Era previsible. Siete años de
ingresos fastuosos se han traducido en corrupción, muerte y
desolación. Y así, esta última versión llanera de revolución
socialista termina sin siquiera haber despegado. Llega a su fin
como la centena o más de revoluciones que en el país han sido.
Con razón describió Luis Level de Goda en 1893 el clásico
diagnóstico de nuestra gangrena revolucionaria: “las
revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje
más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes
desórdenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda
tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran
número de venezolanos”. Un pronóstico convertido en presagio que
hoy debe pesar como una loza de sangre y plomo en el corazón del
teniente coronel. No pudo sustraerse al sino de esa espantosa
maldición que condena a las revoluciones venezolanas a terminar
en el estercolero.
Nada pudieron las amenazas.
Nada, las falsas promesas. Ni siquiera el impúdico chantaje de
esa procereza del fascismo vernáculo, la diputada Iris Varela,
cuando intimidara a los empleados públicos a salir a votar so
peligro de perder los empleos. Una amenaza que debe estar dando
la vuelta al mundo y mostrando el tramojo de este esperpento hitleriano
travestido de revolución socialista. Nada pudo la sibilina
maldad de José Vicente Rangel ni la obscena intromisión de Jesse
Chacón y todos los poderes públicos. Fueron arrasados con el
desprecio y la mofa. Un auténtico deslave.
Las consecuencias son
descomunales. El chavismo, como fenómeno sociopolítico, ha
muerto. La torrentera se llevará sus despojos y esa maloliente
mediocridad que suele acompañar como paludismo parasitario a los
líderes mesiánicos encumbrados al poder por efecto del capricho
de las mayorías. Pedro Carreño, Nicolás Maduro, Cilia Flores y
los enanos mediáticos que los cortejan estarán verdaderamente
sorprendidos de esta verdad abismal: no son nada. No son nadie.
Nunca lo fueron. Como tampoco lo es su portaviones, hoy carcasa
vacía de un navío escorado.
La sociedad encontró la sublime
manera de permitirles llegar a su más íntima verdad: los dejó
hacer durante un año, les permitió con aparente indolencia que
obraran a su antojo, nada dijo ni nada hizo contra tanto abuso e
iniquidad. Dejó que figurones estúpidos y necios como Isaías
Rodríguez hicieran cuanto les viniera en ganas sin aparente
escándalo. Los esperó en la bajadita.
Es el comienzo del fin. Nada ni
nadie detendrá su caída. Que se revuelquen en el lodo.
sanchez2000@cantv.net
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