a
reacción del régimen ha sido la imaginable: incredulidad y
desesperación. Decir “el régimen” es un eufemismo: el régimen ES
Hugo Chávez. Como la dictadura cubana ES Fidel Castro, la
soviética FUE Stalin, la alemana Fue y Será mientras tengamos
memoria Adolf Hitler. De modo que nada importan las opiniones de
su jauría: como Castro tiene su Carlos Lage, su hermano Raúl y
los otros esbirros vivos o muertos que le han movido la cola,
Stalin su Beria y Hitler su Göbbels, su Himmler y su Bormann,
así éste que tiene a su Rangel, su Cabello y sus tres Rodríguez
– Alí, Jorge e Isaías. Sin contar los cachorros menores, aunque
tanto o más ambiciosos y corruptos.
Dirán lo que les dicte el amo.
Y cuando el agua les esté llegando al cuello – cosa que ya
avizoran – harán exactamente lo que hicieron los perros de
Hitler en Nüremberg: no tenían idea de lo que estaba pasando,
sólo cumplieron órdenes. Entonces pretenderán salvarse haciendo
lo mismo que hicieran ellos: culparán al déspota de todas estas
iniquidades. Rodríguez, el psiquiatra, tratará de explicar en
detalles las presiones a las que estuvo sometido por su jefe
para montarle la gran trácala. El otro, Isaías, dirá que la
culpa la tuvo Anderson y que él no hizo más que cumplir con su
deber. Alí no necesitará contar nada: además de hermético es
astuto. Habrá cogido las de Villadiego y estará en Cuba,
sirviendo a quien jamás dejara de servir: el caballo.
De manera que dejemos los
eufemismos y vayamos al grano: el teniente coronel Hugo Rafael
Chávez Frías, actual presidente de la república bolivariana de
Venezuela por obra y gracia de un fraude descomunal y, por lo
mismo, ilegítimo en su esencia - ¡no hablemos de su desempeño! –
no comprende lo que le está sucediendo. Ladra, señal de que no
razona. Y, jefe de la manada, pone a ladrar a toda su manada. Y
como todo ladrón juzga por su condición nos acusa a nosotros,
los ciudadanos venezolanos que hemos decidido no bailar al son
de su despótico tambor, de ser perros del imperio. Él, que no
hace más que moverle la cola y llevarle el hueso al perro mayor,
el imperial caballo cubano, nos acusa a nosotros de actuar bajo
la instigación de un imperio terrenal: el norteamericano. Sin
advertir que el único imperio que ejerce su implacable mandato
sobre nuestras limpias conciencias es el imperio de la ley.
Pobre infeliz: cree que su
logorrea posee el poderío de antaño, cuando sedujese a una
ingenua ciudadanía. Aún no advierte que su diarrea mental dejó
de convocar a las mayorías. Sólo se sostiene en el brutal poder
de las armas y en el corruptor poder del dinero. Y también ésas
podría estar a punto de perderlas. De allí su desesperación. Va
irremisiblemente cuesta abajo.
2
Sabe perfectamente que los
partidos no son los causantes de este desastre. Han tratado
hasta el último momento de seguir las pautas del guión escrito
por el psiquiatra: se mostraron obedientes hasta el borde del
sacrificio. Y sin duda hubieran prestado el pescuezo para la
guillotina si tal faena carnicera se hubiera cumplido en medio
del silencio de los inocentes. Porque no han tomado la decisión
de negarse a ir al cadalso de buen grado y motu propio: se han
visto obligados por la presión inclemente de una ciudadanía que
dijo basta y echó a andar. Y me sirvo con ello de la misma
expresión que usara el Ché Guevara en las Naciones Unidas cuando
hizo suya esa maravillosa expresión. Dijo entonces: la humanidad
ha dicho basta y ha echado a andar.
Es lo que está sucediendo en
Venezuela. Sin otra mediación que la de sus comunicadores, entre
los que me cuento con infinito orgullo, y sus mejores mujeres y
hombres agrupados en algunas organizaciones civiles como SÚMATE,
el pueblo venezolano fue alimentando una decisión irrevocable:
negarse a servirse a la farsa de una truculenta legitimación
electorera. Tuvimos que enfrentar a los partidos políticos en
pleno – con excepción de aquellos que están emergiendo del seno
de esta nueva oposición venezolana - y librar una lucha
descarnada y tenaz. Ni AD, ni COPEI, ni muchísimo menos Primero
Justicia – los más cercanos a nuestros corazones – quisieron
prestarnos oídos y fijar de una vez y para siempre nuestra
obediencia a las reglas del juego democrático y constitucional.
Obedecer sin fisuras al imperio de la ley. Parecieron
conformarse incluso con un reparto pre establecido por el
régimen y hacer oídos sordos a un contexto absolutamente
inaceptable: la persecución arbitraria y despótica, incluso el
asesinato, de inocentes venezolanos.
Incluso la observación
internacional se prestó al juego: la OEA y la Unión Europea han
hecho presencia activa pretendiendo mediatizar en la caminata al
cadalso. No han dicho una sola palabra sobre la caja negra del
registro Electoral Permanente. Sus comisiones de Derechos
Humanos tampoco han dicho ni pío. ¿Es que cree Rubén Perina, es
que cree José Miguel Insulza que una sociedad libre y
democrática puede realizar escaramuzas electorales con líderes
sindicales y militares presos y cumpliendo condenas injustas y
arbitrarias, periodistas en la clandestinidad, banqueros
aherrojados bajo infames e infamantes acusaciones? ¿Es que creen
posible llevar a los electores como borregos a beber del
envenenado cáliz electoral mientras asisten impávidos al
despliegue siniestro de estos espectáculos seudo jurídicos
escenificados por uno de los estólidos esbirros del teniente
coronel?
¿Olvidaron los Juicios de
Moscú? ¿Olvidaron los Tribunales del Pueblo del Partido Nacional
Socialista alemán? ¿Olvidaron la Corte Suprema de Justicia de
Augusto Pinochet? ¿Olvidaron que las elecciones son el sagrado
ritual de la renovación de la sabia democrática y que no pueden
celebrarse en medio de la intimidación, la persecución, la
difamación, el asesinato y la muerte?
3
Se equivoca Rafael Poleo cuando
nos dice que el retraso de AD y COPEI en retirarse de este
amañado proceso electoral se debió a la milenaria sabiduría
política de socialdemócratas y demócrata cristianos, quienes
siguiendo las enseñanzas de Páez decidieron volver caras en el
último minuto con el fin de acrecentar el daño. Olvida un hecho
capital: Páez, el jefe, era quien le ordenaba a sus lanceros
volver caras. Esta vez fueron los lanceros los que les ordenaron
a sus jefes volver caras, que de lo contrario Henry Ramos y
César Pérez Vivas hubieran muerto ensartados en las lanzas de
Chávez. La sociedad civil volvió caras hace muchos, muchos
meses. Comenzó a volverlas en silencio y sin mayores aspavientos
el 16 de agosto del 2004. Pregúnteselo a Patricia. El verdadero
héroe de esta memorable jornada que recién comienza es la
sociedad civil. Nadie más.
En cuanto a Primero Justicia,
la criminal tardanza en volver caras podría acarrearle un costo
abrumador. Lo hicieron cuando no les quedó más remedio y luego
de un desangre interior que ninguna aclamación farandulera puede
ocultar. Julio Borges ha demostrado su absoluta incapacidad de
auténtico liderazgo. Se ha aferrado a la ficción de una
candidatura irreal, postiza y mediática, confundiendo el fin con
los medios. Respaldado por quienes no se caracterizan
precisamente por una gran capacidad de reflexión política, se
negó a aceptar la razón de quienes comprendieron a tiempo que la
participación sería el desastre definitivo. A ellos,
especialmente a Gerardo Blyde, nuestro reconocimiento.
Es un malentendido trágico:
pues gracias a un militante de Primero Justicia se hizo evidente
este gigantesco escándalo de las captahuellas, un terremoto
político comparable con el que provocaran los Vladivideos, que
terminaran con la dictadura de Fujimori. De allí la
interrogante: si tuvieron el arma homicida en la mano, ante los
propios observadores internacionales y gracias a la sabiduría y
el coraje de uno de sus miembros ¿por qué no denunciaron de
inmediato al homicida?
En cuanto al gobernador del
Zulia, también ha terminado salpicado por la tardanza en volver
caras. Es explicable: de todos los protagonistas de estos
ominosos sucesos eran quien más perdía. Pero se equivoca al
seguir pensando que hay que mantenerse en la cuerda floja.
Situaciones como las que estamos viviendo, que suponen una
gigantesca aceleración de los hechos sociales y una vertiginosa
sedimentación de las salidas políticas, no permiten matices,
finuras y guabineos: sólo valen lo negro o lo blanco, el sí o el
no. O se está con las mayorías y se obedece a sus influjos, o se
sucumbe a su atronadora marea.
El triste, el desolador papel que en esta comedia de enredos ha
jugado el MAS a la cabeza de la izquierda venezolana termina por
desenmascararlo de una buena vez y para siempre, poniendo en
entredicho el rol que jugara en la tragedia del
Revocatorio. Termina en el único lugar que se merece: el del
desprecio y el olvido. Arrastra en su definitiva caída a uno de
sus barcos emblemas: Teodoro Petkoff. Triste final para quien
fuera un orgullo nacional. Tal cual.
El próximo presidente de los
venezolanos no será un surfista. Escríbanlo: será un hombre de
inmensa reciedumbre moral, capaz de poner su vida en juego y
demostrar que está dispuesto a dar su sangre por nuestra
libertad. Pueda que ya la esté dando.