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Uslar:
entre la razón y la acción
por Aníbal Romero
miércoles, 31
mayo 2006
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La
conmemoración del centenario de Arturo Uslar Pietri es propicia
para retornar al libro de Astrid Avendaño, "Arturo Uslar Pietri.
Entre la razón y la acción" (Oscar Todtmann Editores, Librería
Alemana, Caracas 1996). Opiné entonces, e insisto ahora en ello,
que se trata del mejor libro escrito sobre Uslar hasta el
presente, y una de las más importantes obras sobre la historia
política de Venezuela en el siglo XX.
Vuelvo a constatar su densidad intelectual, su rigurosidad
metodológica y honestidad a toda prueba. La autora quiso
apegarse a la verdad y la indagó con empeño. Considero que el
juicio que hace de una vida y un aporte, que abarcaron casi un
siglo de avatares venezolanos, es ponderado y atinado a la vez.
En el plano político Avendaño sigue al personaje sólo hasta la
campaña electoral de 1963, aunque su evaluación del pensamiento
político y económico de Uslar abarca casi la totalidad de su
vida. No cubre el libro los últimos tiempos de su existencia, y
no se pronuncia en detalle sobre sus posiciones durante los años
cruciales de 1992-1998, cuando Uslar se colocó al frente de los
llamados "Notables" y jugó de nuevo un papel fundamental en el
devenir del país.
Deseo abordar dos aspectos de Uslar, discutidos en el libro de
Avendaño, y acerca de los cuales expresaré en esta nota mis
propias ideas. El primero se refiere a la famosa consigna
"sembrar el petróleo". Pienso que a estas alturas de nuestro
proceso histórico cabe separar dos aspectos de este
planteamiento: el analítico y el prescriptivo. Hay que
reconocerle a Uslar su lucidez y visión, expuestas desde
mediados de los años treinta del siglo pasado, en torno a los
peligros que acarreaba el petróleo de convertir a Venezuela —en
sus propias palabras— en una "nación fingida", en "mendigo del
Estado" y "estéril parásito petrolero". Como todos sabemos, esto
es en efecto lo que ha ocurrido. Uslar esbozó una salida posible
para esos riesgos, encapsulada en la consigna "sembrar el
petróleo", que alentaba la promesa de que si tan sólo los
"hombres capaces" manejasen ese maná, evitasen el gasto
superfluo, combatiesen la corrupción, e invirtiesen sabiamente
el presunto don concedido por la Providencia, al país le sería
factible progresar en tiempo relativamente corto y con mínimo
costo social.
Creo que el paso de los años ha desmentido esa ilusión, y que
resulta sencillamente imposible "sembrar el petróleo", es decir,
transformar una riqueza que no es producto del trabajo de las
personas en desarrollo equilibrado y sustentable a largo plazo.
Lo pienso así por razones que tienen que ver con la propia
naturaleza humana, razones cuya elucidación escapa con creces
los límites de este artículo y las aptitudes de quien lo
redacta. Es evidente que el petróleo enriquece y fortalece al
Estado, pero empobrece al pueblo. Esta "ley de hierro" se
incumple solamente en países que ya eran desarrollados y
estables cuando les golpeó el torbellino petrolero, como es el
caso de Noruega. Dejo entonces constancia de mi convicción de
que "sembrar el petróleo" es un espejismo venezolano, y nunca lo
alcanzaremos. Así lo entenderán las generaciones futuras, cuando
desafíen un horizonte desprovisto del peso decisivo del oro
negro.
Por otra parte, Avendaño señala con énfasis que Uslar siempre
representó una opción distinta para Venezuela, enfrentada a la
ruta populista que hizo su aparición el 18 de octubre de 1945.
Es lamentable, no obstante, que al final de su larga vida, y con
respecto a la entrada en nuestro escenario político de Hugo
Chávez, Uslar haya asumido una postura que contrastó
significativamente con su prédica anterior, y le llevó a
minimizar —en artículos recopilados en su libro de 1992, "Golpe
y Estado en Venezuela"— las enormes diferencias entre la
deficiente democracia que agonizaba y la autocracia que asomaba
su rostro, mediante la apelación a lo que llamaba una
"democracia verdadera". Uslar asumió una actitud poco menos que
complaciente hacia los golpistas. Su posterior rectificación, en
las etapas finales de su carrera, no debe ocultar ese momento de
miopía. No digo ésto para menoscabarle. Al contrario, es triste
que una de nuestras mentes más brillantes se haya equivocado tan
gravemente en esa coyuntura.
El libro de Avendaño contiene excelentes fotos. Entre ellas hay
una que me parece reveladora. La misma muestra a Uslar durante
la campaña presidencial de 1963, ataviado con un sombrero de
campesino, y dirigiéndose a un grupo de personas, obviamente muy
pobres, en algún rincón del país. Estos últimos le contemplan
boquiabiertos y extasiados, y ciertamente dan la impresión de no
estar comprendiendo nada. Se trata de una imagen a la vez
hermosa y trágica, de una síntesis silenciosa del drama
venezolano.
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