Las
amenazas recientemente proferidas por el Presidente iraní contra
Israel no son nuevas. Lo que hizo el muy radical y recién
estrenado Jefe de Estado de Irán fue expresarlas con un lenguaje
particularmente virulento, y en el marco de eventos organizados
para promover "un mundo sin sionismo". A diferencia de otras
ocasiones, en las que la ONU y buena parte de la comunidad
internacional simplemente voltearon la mirada a otra parte y
guardaron silencio, esta vez se emitieron algunas frases de
protesta. No obstante, en términos prácticos la comunidad
internacional no ha hecho ni hará nada. Sólo Israel y los
Estados Unidos pueden generar la voluntad y la capacidad para
tomar medidas concretas, y ponerle fin o en todo caso aplazar
durante años la amenaza que representa el programa nuclear
iraní. ¿Se quedarán de brazos cruzados? ¿Actuarán antes de que
sea tarde? ¿Pueden todavía hacer algo, o ya se cerró la "ventana
de oportunidad? ¿Y cuáles podrían ser los costos tanto de la
pasividad como de la acción?
Conviene ante todo precisar lo siguiente: Si bien sería tal vez
preferible un mundo sin armas nucleares, la realidad es que esas
armas ya están allí, un importante grupo de países las poseen
—entre ellos Israel— y otros tienen el potencial para
desarrollarlas si se empeñan en ello. Irán es una nación
importante, y en principio no habrían razones para negarle su
derecho soberano a un programa nuclear. Pero esto es pura
teoría. En términos concretos, el problema de Irán no son las
armas nucleares que aún no tiene pero desea tener, sino la
naturaleza del régimen existente en el país. Se trata, en pocas
palabras, de un "régimen forajido" en el más pleno sentido del
término, un régimen que no se cansa de anunciar su aspiración de
destruir a Israel, y en sus más ambiciosos sueños también a los
Estados Unidos, un régimen dirigido por fanáticos que mienten
descaradamente y hacen mofa de sus compromisos internacionales.
Un régimen con esas características, y con armas nucleares,
encarnará en su momento una amenaza mortal para Israel.
Podría argumentarse que la posesión de armas nucleares, si y
cuando ella se materialice, conducirá más bien a los dirigentes
iraníes a moderarse, o al menos a conducirse con algo más de
cálculo y prudencia, pues el peligro de la destrucción masiva
(que Irán sufriría si atacase nuclearmente a Israel) es
susceptible de enfriar aún las más enfebrecidas mentes. Sin
embargo, ¿puede un país como Israel, cercado por múltiples
enemigos, constantemente amenazado, y con un margen de seguridad
estrecho debido a su pequeño territorio y relativamente escasa
población, confiar sus intereses vitales a la posibilidad de que
funcione la racionalidad en los espíritus de los ayatolas
iraniés? Con sólo formular la pregunta, ya es factible esbozar
una respuesta negativa.
¿Qué puede hacer Israel? Por supuesto, cualquier cosa menos
confiar en los trámites diplomáticos adelantados por la
Comunidad Europea, tan ineptos e ineficientes como cualquier
iniciativa de ese tipo en casos semejantes. Y ni hablar de la
ONU, enferma como está de hipocresía y corrupción. De estos
lados nada puede esperarse, aparte de discursos vacíos y gestos
intrascendentes. Solamente una acción militar preventiva podría
ponerle punto final al programa nuclear iraní o en todo caso
atrasarlo por años. Pero aún si Israel —y Washington, cuya
cooperación sería probablemente necesaria y crucial en la
empresa— tuviesen la intención de actuar preventivamente, es
decir, antes de que Irán desarrolle su primera arma nuclear, con
ello no basta. Una cosa es la intención y otra las capacidades
para llevar a cabo un ataque exitoso. Y el caso iraní presenta
especiales dificultades para una operación militar eficaz.
No sería ésta una acción preventiva similar a la que Israel
llevó a cabo contra el reactor iraquí Osirak en 1981. Los
iraníes han tomado muy en cuenta esa experiencia, y no solamente
Irán se encuentra más lejos del alcance de los bombarderos y
misiles israelitas, sino que las plantas y otras edificaciones y
laboratorios comprometidos en el programa nuclear de Irán se
encuentran dispersos en su territorio, y están o bien ubicados
bajo tierra, o bien protegidos por una vasta defensa antiaérea,
o ambas cosas. Se presenta igualmente un problema de información
acerca de las plantas iraníes. ¿Cuántas de ellas han sido
camufladas exitosamente? ¿Es acaso posible que Irán haya sido
capaz de desarrollar una estructura paralela y secreta, que
sobreviva a un ataque contra la actualmente conocida? Otras
consideraciones muy importantes tienen que ver con el costo en
vidas humanas que un ataque preventivo, contra una red de
plantas nucleares dispersas y a veces situadas en centros
urbanos, pudiese originar entre la población civil iraní. Atodo
ello se suma que Irán podría retaliar con sus misiles tanto
contra Israel como contra fuerzas estadounidenses estacionadas
en la zona.
En síntesis, el desafío nuclear iraní impone a Israel múltiples
y complejos dilemas, y ninguna salida es óptima. Existe, de un
lado, un problema de voluntad política, y del otro un enorme
reto operacional. No hacer nada ahora se traducirá, sin la más
mínima duda, en un Irán armado con armas nucleares en
relativamente poco tiempo, quizás menos de lo que imaginamos.
Haría falta ser imperdonablemente ingenuo para creerles a los
dirigentes iraníes cuando afirman que su programa "sólo tiene
fines pacíficos". Por otra parte, organizar un ataque
preventivo, que por las circunstancias prevalecientes tendría
que ser masivo, además de representar grandes riesgos tanto
diplomáticos como militares tampoco ofrece certeza de éxito.
Este es un caso que pone de manifiesto de manera particularmente
elocuente, tanto las limitaciones de una comunidad internacional
cuyos rituales diplomáticos en la práctica poco cuentan, como
los retos que se presentan a un Estado como Israel, cuya
seguridad e intereses vitales jamás pueden ser dejados ni
siquiera mínimamente en manos de otros. Estados Unidos es un
gran poder, y Washington puede convivir con un arma nuclear
norcoreana (y hasta iraní). ¿Pero puede Israel hacerlo con una o
muchas bombas atómicas iraníes? Las decisiones que tendrán que
tomar al respecto los dirigentes del Estado judío son
apremiantes. Francamente, no me agradaría hallarme en su lugar,
con el imperativo de asumir semejantes responsabilidades.
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Artículo publicado en el semanario "Nuevo Mundo
Israelita" noviembre 2005 |
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