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¿Guerra preventiva contra Irán? 
por Aníbal Romero
noviembre 2005

 

Las amenazas recientemente proferidas por el Presidente iraní contra Israel no son nuevas. Lo que hizo el muy radical y recién estrenado Jefe de Estado de Irán fue expresarlas con un lenguaje particularmente virulento, y en el marco de eventos organizados para promover "un  mundo sin sionismo". A diferencia de otras ocasiones, en las que la ONU y buena parte de la comunidad internacional simplemente voltearon la mirada a otra parte y guardaron silencio, esta vez se emitieron algunas frases de protesta. No obstante, en términos prácticos la comunidad internacional no ha hecho ni hará nada. Sólo Israel y los Estados Unidos pueden generar la voluntad y la capacidad para tomar medidas concretas, y ponerle fin o en todo caso aplazar durante años la amenaza que representa el programa nuclear iraní. ¿Se quedarán de brazos cruzados? ¿Actuarán antes de que sea tarde? ¿Pueden todavía hacer algo, o ya se cerró la "ventana de oportunidad? ¿Y cuáles podrían ser los costos tanto de la pasividad como de la acción?

Conviene ante todo precisar lo siguiente: Si bien sería tal vez preferible un mundo sin armas nucleares, la realidad es que esas armas ya están allí, un importante grupo de países las poseen —entre ellos Israel— y otros tienen el potencial para desarrollarlas si se empeñan en ello. Irán es una nación importante, y en principio no habrían razones para negarle su derecho soberano a un programa nuclear. Pero esto es pura teoría. En términos concretos, el problema de Irán no son las armas nucleares que aún no tiene pero desea tener, sino la naturaleza del régimen existente en el país. Se trata, en pocas palabras, de un "régimen forajido" en el más pleno sentido del término, un régimen que no se cansa de anunciar su aspiración de destruir a Israel, y en sus más ambiciosos sueños también a los Estados Unidos, un régimen dirigido por fanáticos que mienten descaradamente y hacen mofa de sus compromisos internacionales. Un régimen con esas características, y con armas nucleares, encarnará en su momento una amenaza mortal para Israel.

Podría argumentarse que la posesión de armas nucleares, si y cuando ella se materialice, conducirá más bien a los dirigentes iraníes a moderarse, o al menos a conducirse con algo más de cálculo y prudencia, pues el peligro de la destrucción masiva (que Irán sufriría si atacase nuclearmente a Israel) es susceptible de enfriar aún las más enfebrecidas mentes. Sin embargo, ¿puede un país como Israel, cercado por múltiples enemigos, constantemente amenazado, y con un margen de seguridad estrecho debido a su pequeño territorio y relativamente escasa población, confiar sus intereses vitales a la posibilidad de que funcione la racionalidad en los espíritus de los ayatolas iraniés? Con sólo formular la pregunta, ya es factible esbozar una respuesta negativa.

¿Qué puede hacer Israel? Por supuesto, cualquier cosa menos confiar en los trámites diplomáticos adelantados por la Comunidad Europea, tan ineptos e ineficientes como cualquier iniciativa de ese tipo en casos semejantes. Y ni hablar de la ONU, enferma como está de hipocresía y corrupción. De estos lados nada puede esperarse, aparte de discursos vacíos y gestos intrascendentes. Solamente una acción militar preventiva podría ponerle punto final al programa nuclear iraní o en todo caso atrasarlo por años. Pero aún si Israel —y Washington, cuya cooperación sería probablemente necesaria y crucial en la empresa— tuviesen la intención de actuar preventivamente, es decir, antes de que Irán desarrolle su primera arma nuclear, con ello no basta. Una cosa es la intención y otra las capacidades para llevar a cabo un ataque exitoso. Y el caso iraní presenta especiales dificultades para una operación militar eficaz.

No sería ésta una acción preventiva similar a la que Israel llevó a cabo contra el reactor iraquí Osirak en 1981. Los iraníes han tomado muy en cuenta esa experiencia, y no solamente Irán se encuentra más lejos del alcance de los bombarderos y misiles israelitas, sino que las plantas y otras edificaciones y laboratorios comprometidos en el programa nuclear de Irán se encuentran dispersos en su territorio, y están o bien ubicados bajo tierra, o bien protegidos por una vasta defensa antiaérea, o ambas cosas. Se presenta igualmente un problema de información acerca de las plantas iraníes. ¿Cuántas de ellas han sido camufladas exitosamente? ¿Es acaso posible que Irán haya sido capaz de desarrollar una estructura paralela y secreta, que sobreviva a un ataque contra la actualmente conocida? Otras consideraciones muy importantes tienen que ver con el costo en vidas humanas que un ataque preventivo, contra una red de plantas nucleares dispersas y a veces situadas en centros urbanos, pudiese originar entre la población civil iraní. Atodo ello se suma que Irán podría retaliar con sus misiles tanto contra Israel como contra fuerzas estadounidenses estacionadas en la zona.

En síntesis, el desafío nuclear iraní impone a Israel múltiples y complejos dilemas, y ninguna salida es óptima. Existe, de un lado, un problema de voluntad política, y del otro un enorme reto operacional. No hacer nada ahora se traducirá, sin la más mínima duda, en un Irán armado con armas nucleares en relativamente poco tiempo, quizás menos de lo que imaginamos. Haría falta ser imperdonablemente ingenuo para creerles a los dirigentes iraníes cuando afirman que su programa "sólo tiene fines pacíficos". Por otra parte, organizar un ataque preventivo, que por las circunstancias prevalecientes tendría que ser masivo, además de representar grandes riesgos tanto diplomáticos como militares tampoco ofrece certeza de éxito.

Este es un caso que pone de manifiesto de manera particularmente elocuente, tanto las limitaciones de una comunidad internacional cuyos rituales diplomáticos en la práctica poco cuentan, como los retos que se presentan a un Estado como Israel, cuya seguridad e intereses vitales jamás pueden ser dejados ni siquiera mínimamente en manos de otros. Estados Unidos es un gran poder, y Washington puede convivir con un arma nuclear norcoreana (y hasta iraní). ¿Pero puede Israel hacerlo con una o muchas bombas atómicas iraníes? Las decisiones que tendrán que tomar al respecto los dirigentes del Estado judío son apremiantes. Francamente, no me agradaría hallarme en su lugar, con el imperativo de asumir semejantes responsabilidades.

 

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  Artículo publicado en el semanario "Nuevo Mundo Israelita" noviembre 2005

 
 
 
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