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El
misil norcoreano
por Aníbal Romero
miércoles, 28
junio 2006
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Bastó
que Washington cediese a las presiones de los acobardados
europeos, y comenzase a negociar con Irán sobre el programa
nuclear de los Ayatolas, para que Corea del Norte empezase de su
lado a amedrentar con el posible lanzamiento de un misil de
largo alcance, capaz de transportar un arma nuclear. Con su
intransigencia, y a sabiendas de que los europeos perdieron hace
rato la voluntad de defenderse, los iraníes han ganado lo que
siempre buscaron: más tiempo para desarrollar la bomba atómica,
meta que seguramente lograrán. Los déspotas coreanos aprendieron
rápido la lección, que consiste en blandir amenazas y confiar en
las inhibiciones de Washington. La izquierda internacional en
general, y la norteamericana en particular, han logrado su
objetivo: maniatar al Presidente Bush. La consecuencia es
simple: los regímenes forajidos del mundo están envalentonados y
no se detendrán sino más tarde, a costa de una guerra mucho peor
de la que hoy se requeriría para doblegarles.
Desafortunadamente, la historia nos enseña que las cosas son así
y no de otra manera. Hacen falta enorme coraje, gran visión
política, y una perseverancia a toda prueba para sobreponerse a
las actitudes "bienpensantes", timoratas y apaciguadoras que
dominan la cultura política de Occidente. La falta de apoyo en
la actual coyuntura histórica a la doctrina de guerra preventiva
de Bush, significará una guerra más cruenta en el futuro. Irán y
Corea del Norte se encargarán de ello. Por los momentos, muy
pocos se atreven siquiera a sugerir que Washington actúe a
tiempo y con decisión, para impedir que ambos Estados forajidos
concreten sus amenazas, y arrodillen a una comunidad
internacional tan intimidada como hipócrita.
No hay duda que los campeones de la hipocresía son los rusos,
seguidos de cerca por los chinos. El dictador moscovita,
sostenido por los restos de la KGB y las nuevas mafias rusas,
entra igualmente en juego, utilizando el petróleo y el gas para
chantajear a sus vecinos, y estrangular un poco más el ya
debilitado espíritu de los dirigentes europeos. No contento con
eso, Vladimir Putin continúa suministrando tecnología nuclear a
Irán, con la vana esperanza de que en su momento los misiles
iraníes apunten hacia París, Londres y Berlín, y se olviden de
San Petersburgo. Pierde de vista el tirano ruso que el fanatismo
religioso no admite tales sutilezas. Por su parte Beijing
alienta a sus asociados en Corea del Norte, "tira la piedra y
esconde la mano", bloqueando a su vez las iniciativas de la
pobre ONU orientadas a sancionar los proyectos nucleares
iraníes. Irritados ante el inmenso poder (sobre el papel)
estadounidense, Moscú y Beijing se refugian en lo que Lenin
calificaría como una política aventurera.
En Venezuela, el más reciente recluta en las filas de los
gobernantes forajidos, Hugo Chávez, se arma hasta los dientes,
con la excusa de que el Pentágono se apresta a invadirle y poner
fin a su disparatada revolución. Lo patético del caso es que
Chávez cree a pie juntillas en el asunto. Si bien es cierto que
las armas también le servirán para reprimir a un pueblo que le
dará la espalda, lo es también que para Chávez resulta crucial
—en términos de su imagen internacional y del cumplimiento de su
fantasía heroica— adquirir armamentos que puedan disuadir al
enemigo externo. Por ello no deberá sorprendernos que los lazos
con Irán y Corea del Norte se profundicen, y Chávez acabe por
proveerse de armas capaces de alcanzar directamente a Estados
Unidos. Al fin y al cabo Miami se encuentra a sólo tres horas de
vuelo desde Caracas, y Nueva York a seis. Un misil tomaría mucho
menos en golpear esos jugosos blancos.
¿Qué hay de nuevo en esto? ¿Olvidamos acaso que Fidel Castro y
los soviéticos intentaron hacerlo? ¿Y con satrapías como las que
hoy dominan Irán, Corea del Norte, Rusia y China, qué se puede
esperar? Al menos los soviéticos eran más serios, habían
conocido la guerra de cerca, y en ocasiones respondían a una
concepción menos insensata del poder. Los de ahora son
tiranuelos repletos de ambición y dinero, y carentes de sentido
de las proporciones.
Nunca como ahora han estado tan comprometidas la seguridad
nacional y la soberanía de Venezuela, un país empujado por la
fantasía revolucionaria de Hugo Chávez y sus socios cubanos al
borde de la tragedia. El estamento militar venezolano no puede
eludir su parte de responsabilidad en el diseño gradual de un ya
visible escenario de confrontación, que puede cobrar un elevado
precio a esta nación sumida en el delirio.
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