La
cada día más estrecha alianza entre Hugo Chávez y el régimen
radical iraní tiene sentido desde la perspectiva estratégica del
Jefe de Estado venezolano, aunque sólo augure tragedias para
Venezuela. En otras palabras, no hay que engañarse sobre la
importancia que para Hugo Chávez y sus propósitos tiene esta
alianza, a pesar de que dichos objetivos estratégicos
—sustentados en una firme concepción ideológica— contrasten de
manera fundamental con los verdaderos intereses de nuestro país,
y a la vez siembren tempestades que en su momento cobrarán altos
costos a los venezolanos.
La perspectiva estratégica de Hugo Chávez se basa en cuatro
principios cruciales: 1) Los Estados Unidos es el enemigo
principal de todas las fuerzas revolucionarias y "liberadoras"
del mundo. 2) Esas fuerzas "liberadoras" comparten más elementos
de unión que de fragmentación. No importa si unas son religiosas
y otras seculares, no importa si unas son tradicionalistas y
otras socialistas, lo esencial es el vínculo que las ata en
función de la lucha contra su enemigo común: el "imperialismo"
americano y sus aliados, en particular Israel. 3) Esas fuerzas
"liberadoras" tienen la capacidad político-sicológica de
enfrentar con éxito al enemigo imperial, debido a las
inhibiciones que debilitan a este último, y a la actividad
colaboracionista de la quinta columna enquistada en los medios
de comunicación "liberales" o de izquierda en Europa y
Norteamérica, que rehúsan entender la magnitud de la amenaza que
se cierne sobre sus propias libertades, y con intención o sin
ella actúan a favor de los factores que desean destrír las
sociedades abiertas, liberal-democráticas y capitalistas de
Occidente. 3) A esas ventajas político-sicológicas, sin
embargo, las fuerzas "liberadoras" deben añadir un aparato
militar disuasivo, que incluya por una parte la "guerra
asimétrica" tal y como está siendo practicada en Irak, y por el
otro armas nucleares y los medios para alcanzar con las mismas
o bien a Estados Unidos de manera directa, o bien a sus aliados,
especialmente Israel, Arabia Saudita, las fuerzas
estadounidenses destacadas en Irak, y finalmente los países
europeos de la OTAN. 4) La guerra contra el "imperio" será
larga, pero —de ello están convencidos personajes como Chávez y
Ahmadinejad— será victoriosa para las fuerzas "liberadoras",
pues en su opinión no solamente Estados Unidos sino el Occidente
liberal-capitalista en general se encuentran en plena
decadencia. Esta decadencia, dicho sea de paso, es esencialmente
sicológica e intelectual.
En otras palabras, es de suma relevancia tener en cuenta que
el cálculo estratégico de dirigentes como Chávez y Ahmadinejad
tiene un sustento sicológico-ideológico. En el caso de
Ahmadinejad y de otros radicales islámicos, ese sustento es
desde luego religioso también. Lo que está en juego es una
nuevva ofensiva de fuerzas irracionalistas y totalitarias, como
ya ocurrió en Europa los años veinte y treinta del pasado siglo,
que avanza debido a las inhibiciones y la miopía de los líderes
de las democracias occidentales, así como al desgano vital de
sociedades opulentas y acomodaticias, confortables en su
bienestar y renuentes a contemplar de frente y con toda crudeza
las amenazas que se perfilan y materializan con creciente
claridad ante sus ojos.
El camino del régimen radical iraní en busca del arma
atómica es evidente, y ningún artificio diplomático podrá
detenerle. Los malabarismos de la Unión Europea con el Irán
radical son sólo eso: fuegos de artificio en un teatro de
fingimientos, mentiras y zancadillas sin sentido. Sólo tres
factores podrían impedir que se concrete la posesión de armas
nucleares por parte de los fundamentalistas en Teherán. Uno de
ellos, que no es imposible más luce poco probable por ahora, es
el derrocamiento del régimen por parte de fuerzas internas
moderadas, dispuestas eventualmente a negociar en serio el cese
de la actividad atómica dirigida a fines militares. El segundo
es una acción militar preventiva y masiva de Washington contra
el sistema nuclear iraní, antes de que avancen más en la ruta
hacia la bomba. La tercera es una acción militar de Israel.
Dadas las condiciones prevalecientes, cada día se me hace
más difícil contemplar a Washington y Jerusalén tomando los
pasos específicos para llevar a cabo esa acción militar
preventiva, aún en el caso de que el Partido Republicano
preserve el control del Congreso en las venideras elecciones de
noviembre. Si el partido Demócrata triunfa en las mismas,
podemos estar seguros no solamente de que harán todo lo posible
por maniatar aún más a Bush, y minimizar cualquier intención que
éste pueda todavía abrigar orientada a atacar Irán, sino que
contemplaremos a Estados Unidos hundirse por dos años (hasta las
elecciones presidenciales de 2008) en un infierno de luchas
políticas intestinas, de persecuciones y recriminaciones, con
los Demócratas en el Congreso tratando de enjuiciar a Bush,
Cheney y Rumsfeld, entre otros, en tanto la política exterior
estadounidense se paraliza y sus enemigos prosiguen su avance en
todo el mundo. Los Demócratas procurarán también ponerle fin a
la presencia norteamericana en Irak.
Ante semejante panorama, de ninguna manera improbable, que
contemplan con avidez sus ojos, Hugo Chávez se deleita y coloca
sus apuestas. Claro está, por los momentos el escenario ofrece
vistas atrayentes, pero la historia indica que las democracias
occidentales siempre tardan en apreciar las amenazas y responder
con decisión ante ellas. El caso del nazismo es demasiado
conocido como para repetirlo en detalle como ejemplo. Pienso que
el radicalismo islámico, que no parece saber cómo y cuándo
detenerse en su mortal ofensiva contra Occidente, seguramente
cometerá el error de ir demasiado lejor, y entonces las
consecuencias serán terribles. Pero tal desenlace se halla aún
lejano, y entretanto Chávez y Ahmadinejad prosiguen su rumbo de
agresión, sin encontrar en su camino obstáculos verdaderamente
importantes, sino palabras y advertencias retóricas que no hacen
mella en sus curtidos espíritus revolucionarios.
El pueblo venezolano, en medio del tumulto, ni siquiera se
percata de lo que está en juego, como lo demuestran todas las
encuestas que indican que a la inmensa mayoría —de cara a unas
elecciones en diciembre próximo— solamente le interesan los
temas concretos de la sobrevivencia cotidiana, el precio del
azúcar, el arroz y la carne, la delincuencia y la vivienda. No
les culpo, pero es necesario enfatizar que tamaña ignorancia
tiene su precio. ¿Irán? ¿El fundamentalismo islámico? ¿La bomba
atómica? ¿El uranio? ¿Ahmadinejad? Para millones de venezolanos
eso es idioma chino o sánscrito, y Chávez lo sabe. Por ello
continúa conduciendo al país al abismo, mientras la mayoría
sigue distraída con sus desplantes de hábil histrión, y toma a
juego su violencia verbal y malas compañías.
¿Tendrán los líderes en Washington y Jerusalén la visión y
el coraje, para revertir la tendencia que empuja a Occidente por
el desfiladero de la decadencia y la indefensión sicológica e
ideológica? ¿O esperarán hasta que, más tarde, deban que hacer
lo mismo que tendrían que hacer ahora, pero en condiciones mucho
más onerosas y a un costo mucho más elevado?
Si la Historia enseña algo, la respuesta a la pregunta será
lo segundo.