"Todo lo que no
procede de una convicción es pecado"
(San Pablo: Epístola a los Romanos, 14, 23)
En
1938 el destacado filósofo político cristiano Eric Voegelin
escapó de Hitler y se refugió en Estados Unidos. Años después
regresó a Alemania y dictó un ciclo de conferencias que generó
polémica. En sus exposiciones denunció el manto de olvido que
sus conciudadanos pretendían tender sobre el pasado nazi, y
aseveró que la culpa por lo ocurrido no podía atribuirse
exclusivamente a la maldad de un individuo, sino que la sociedad
entera tenía que admitir sus responsabilidades. Citando a
Heráclito, enfatizó que ninguno de nosotros tiene el derecho a
ser "idiotes", "stultus", o "estúpidos" en materia política.
Dicho de otra manera, no tenemos excusas morales para la
abdicación ante el mal, en especial cuando éste se exhibe a
nuestros ojos con la claridad meridiana que en ocasiones asume.
La homilía
pronunciada por el Cardenal Rosalio Castillo Lara hace diez días
quiso transmitir, en otro contexto y circunstancias, un mensaje
similar al que Eric Voegelin dirigió a sus compatriotas en la
Universidad de Munich en 1964. Cuando se trata de distinguir
entre el bien y el mal no tenemos derecho a refugiarnos en
medias tintas y eufemismos. Es éticamente imperativo mirar las
cosas en su cruda realidad, y adoptar una postura inequívoca. La
homilía del Cardenal nos colocó ante esa disyuntiva y lo hizo
con acierto, coraje, sentido patriótico y clara conciencia de su
misión pastoral. Los que sostienen que no lo hizo en el momento
y marco adecuados, pierden de vista que semejante argumento no
es sino una excusa que desvía la atención de lo esencial: el
llamado de libertad formulado por el prelado católico.
En efecto, si
la Casa de Dios no es la casa de la dignidad humana, entonces no
es Casa de Dios. Y si la dignidad humana no es lo mismo que la
libertad del ser humano, entonces no existe la dignidad humana.
Como varios predecesores suyos: el Cardenal Mindszenty en
Hungría bajo el comunismo, el Cardenal Miguel Ovando y Bravo en
la Nicaragua sandinista, y el Obispo mártir Oscar Arnulfo Romero
en El Salvador, el Cardenal venezolano se echó sobre sus
frágiles hombros todo el peso de su misión pastoral, al
implorarle a la Madre de Dios que interceda con su Hijo, y nos
conceda a los venezolanos "la alegría de la recuperada
libertad".
Hacía tiempo
que no experimentaba con respecto a un venezolano, en cualquier
ámbito de la vida nacional, una admiración tan grande como la
que sentí ese día, y sigo sintiendo, hacia Rosalio Castillo
Lara. Esa figura físicamente endeble, de edad avanzada,
aparentemente solitaria en medio de la multitud, vilipendiada y
amenazada por el régimen canalla que impera en Venezuela, se
alzó como un coloso moral, y leyó un documento que será
reivindicado por los historiadores de mañana como un texto
fundamental en defensa de la dignidad de los venezolanos.
El Cardenal dijo
verdades decisivas, en particular que "Los siete años de
gobierno ofrecen abundantes muestras de cómo será el futuro de
Venezuela si este régimen se perpetúa". Por encima de todo ubicó
el eje de la lucha en el terreno que corresponde: el de la
libertad. De esta forma, el Cardenal puso de manifiesto un
nítido contraste con buena parte de los dirigentes políticos y
supuestos "precandidatos" de la oposición venezolana, que son
incapaces de actuar por convicción genuina, de mirar de frente
el mal que tienen ante sus ojos y denunciarlo, y se pasan la
vida saltando de banalidad en banalidad, y de ambigüedad en
ambigüedad, en lugar de levantar sin miedo las banderas de la
libertad y la democracia.
También
contrastó Castillo Lara como un gigante moral frente al resto de
la Jerarquía Católica, con escasas excepciones, cuya falta de
solidaridad será para ellos una mancha imborrable de vergüenza.
Han sido también vergonzosos los intentos de ciertos
editorialistas, en éste y otros diarios, dirigidos a establecer
una presunta equivalencia moral entre el gobierno y el Cardenal
como "extremistas" igualmente condenables. No hay equivalencia
moral posible entre el mal y el bien, y el bien no es
"extremista".
¿Cuál debe ser
el programa de la oposición? Pues la libertad, la democracia y
la dignidad de los venezolanos. Nadie luchará por propuestas
puramente gerenciales y tecnocráticas de eficacia económica y
paternalismo social. Nadie seguirá a los que sólo dicen: "Chávez
no lo hace del todo bien, pero yo lo haré mejor". El pueblo sólo
se movilizará por la libertad y la reconquista de la democracia.
Como lo dijo el Cardenal valiente.