Hace
algunas semanas tuvo lugar en Caracas el encuentro de numerosos
representantes de diversos partidos y movimientos comunistas,
aún existentes en el mundo. Uno de los temas de su agenda
consistió en analizar la vigencia del pensamiento de Carlos Marx,
en función del avance y consolidación del denominado Socialismo
del siglo XXI. Algunos se sorprenden de que luego del fracaso
estruendoso del socialismo soviético, y de la bancarrota
intelectual, política y moral del marxismo, se siga
reivindicando a Marx, y se proponga el socialismo como una
opción válida hacia adelante. Pero como decía Renan, "Después de
cada experimento abortado los socialistas prosiguen con su
esfuerzo, y argumentan que la solución no ha sido hallada pero
eventualmente lo será. Jamás se les ocurre la idea de que
semejante solución no existe, y en ello precisamente reside su
fortaleza".
En otras palabras, el socialismo no es tan
sólo una convicción política sino algo así como un credo cuasi-religioso.
Como afirma Lee Harris —y en particular luego del derrumbe de
los socialismos reales—, el socialismo se ha convertido en un
mensaje que importa no tanto por su capacidad para cambiar de
manera positiva el mundo, sino por su poder para cambiar a las
personas que se empeñan en enarbolarle como bandera de lucha.
Ser socialistas no es una cuestión racional sino un acto de fé,
situado más allá de la racionalidad, y ser de izquierda una
condición que enaltece sicológicamente a los que la asumen,
proporcionándoles un sentido de superioridad ética, aunque en la
práctica la izquierda y el socialismo hayan sido y sigan siendo
instrumentos generadores de dolorosos procesos históricos . La
identificación del socialismo con la justicia y la igualdad
continúa persuadiendo en un plano emocional, aunque todo indique
que en la práctica sólo el capitalismo es capaz de sacar a la
gente de la pobreza.
Marx es un buen ejemplo de lo anteriormente
dicho. A estas alturas ya es bastante difícil tomarse en serio a
Marx como economista, aunque sin duda ocupa un puesto
significativo como pensador social, y en particular como profeta
de una utopía sangrienta. Es en este último terreno, el del
anuncio utópico de un mundo de abundancia y felicidad
colectivas, donde Marx se destacó, a pesar de que sus
pronósticos hayan quedado cruelmente desmentidos por el
desarrollo histórico. Uno de sus textos postreros, titulado
"Crítica del programa de Gotha" (1875), contiene la famosa frase
mediante la cual Marx define la sociedad comunista, afirmando
que la misma hará realidad el lema: "¡De cada cual según su
capacidad, a cada cual según sus necesidades!" Esta aseveración
de Marx pone de manifiesto que no admitía el elemental concepto
económico de la escasez, con respecto a las necesidades de los
individuos y grupos humanos. Estas últimas —las necesidades— son
múltiples y siempre crecientes, en tanto que los recursos para
satisfacerlas son y serán relativamente escasos.
Mas hay que insistir en que Marx no era
propiamente un economista, si bien sostenía con terquedad que su
pensamiento tenía carácter "científico", sino más bien el
predicador de un credo que se convirtió en decepción y muerte en
manos de Lenin, y de todos los que posteriormente procuraron
concretarlo en un plano político-práctico. Tal vez el aspecto
acerca del cual Marx se equivocó más seriamente fue en su
apreciación acerca del probable devenir del capitalismo. Si bien
Marx reconoció el intenso impulso global del modo de producción
capitalista, vislumbró su maduración y posible colapso en
términos muy breves, al punto que llegó a pensar que algunas
sociedades capitalistas de su tiempo, reunían en efecto
condiciones que las acercaban al momento del tránsito hacia el
socialismo. Nunca imaginó Marx que todavía restaban inmensas
energías al modo de producción capitalista y su expansión
internacional, energías que de hecho apenas en nuestros días
empiezan a convulsionar con su dinámica transformadora
sociedades inmensas, como por ejemplo la India y China.
No obstante, el socialismo como credo, en
sus distintas versiones y expresiones, es en un sentido
imperecedero, pues no es vulnerable a una argumentación racional
que le cuestione decisivamente, sino que sobrevive con base al
oxígeno de la irracionalidad humana, de nuestra insatisfacción
perenne con lo que tenemos por delante, y de nuestra tendencia a
buscar una inalcanzable perfección. La reunión de Caracas reveló
estas verdades nuevamente y con notable impacto, en vista de que
los comunistas de muchas latitudes, empecinados sobrevivientes
de un pasado atroz, encontraron en esta nación petrolera, que
vive de una renta controlada por un Estado depredador, la
acogida que sólo el delirio puede conceder a la pesadilla.