La
prueba atómica presuntamente orquestada por el dictador
norcoreano tiene un propósito: chantajear al mundo, y en
particular a Beijing, Seúl y Washington, para que continúen
subsidiando con ayuda económica su infernal totalitarismo. ¿Lo
logrará?
En 1994 Corea del Norte expulsó a los supervisores
internacionales del país, y repudió el Tratado de
No-proliferación Nuclear. Bill Clinton solicitó a la ONU
sanciones contra el régimen, y los voceros norcoreanos
advirtieron que las mismas llevarían a la guerra. El Pentágono
preparó el despliegue de 50.000 tropas adicionales, 400 aviones
y 50 buques de combate, así como helicópteros Apache y misiles
Patriota a la península coreana. Pero Clinton finalmente se
asustó y decidió enviar a... ¡Jimmy Carter! a negociar. El 21 de
octubre de ese año Washington y Pyongyang firmaron un acuerdo,
mediante el cual Estados Unidos despilfarró por años billones de
dólares en asistencia económica, en tanto los norcoreanos
proseguían en secreto su programa nuclear con fines militares.
Ya Saddam Hussein había demostrado cuán fácil es burlarse de
los controles de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Saddam impulsaba tres programas paralelos de desarrollo nuclear,
y se hallaba a un año de detonar la bomba cuando invadió Kuwait
en 1990.
Durante los tiempos de Clinton la política de defensa de
Washington tomó vacaciones de la Historia, aunque algunos creen
que fue un buen Presidente. En 2002 la CIA descubrió que Corea
del Norte había estado adquiriendo equipos por varios años para
enriquecer uranio, probablemente en Pakistán. El 20 de octubre
de ese año el Presidente Bush anunció el fin de la comedia
negociada por el nefasto dueto Clinton-Carter. Entretanto, a lo
largo de ese período y hasta hace poco China ha venido
suministrando a Kim Jong-Il alrededor del 90% de sus necesidades
energéticas, y masiva ayuda alimentaria. ¿El resultado del
apaciguamiento y la ceguera por parte de Beijing y Washington?
Pues el estallido atómico de la semana pasada. Veamos algunos de
sus efectos, advirtiendo que no todos son negativos:
1) China ha quedado humillada por el ensayo Norcoreano, al
que se opuso firmemente. Es alentador que Beijing pague caro el
precio de su miope tolerancia hacia Pyongyang. 2) Empezará de
inmediato una carrera armamentista en Asia, y Japón posiblemente
dejará atrás las inhibiciones que le contienen desde 1945. Japón
posee al menos 10 toneladas de plutonio y 15 centrales
nucleares. Puede producir la bomba a corto plazo. 3) La
"demencia" calculada de Kim Jong-Il concentra la atención en lo
esencial, y minimiza lo secundario. A pocas semanas de las
elecciones legislativas en Estados Unidos, el electorado
norteamericano, adormecido casi hasta el punto de la anestesia
por parte de los medios de comunicación de izquierda, estaba
principalmente ocupado de los pecadillos sexuales de un
congresista Republicano. Quizás la bomba de Kim Jong-Il les
sugiera otras prioridades. 4) La ONU aprobó sanciones contra
Corea del Norte. No servirán de nada —de ello se encargarán
China y Rusia— pero al menos los burócratas de la ONU trabajaron
un sábado. 5) Se agudiza la probabilidad de que armas atómicas
sean vendidas a organizaciones terroristas. Corea del Norte está
arruinada y existe amplia demanda de armas de destrucción masiva
por parte de Al-Qaeda y otros grupos y Estados. ¿Acelerará Irán
su programa nuclear con apoyo de Kim Jong-Il? ¿Es acaso Hugo
Chávez un cliente potencial a mediano plazo? 6) El escenario de
una gran guerra en Asia se vislumbra con mayor nitidez. 7) Si en
cosa de meses no es revertida la ruta atómica de Corea del
Norte, tendremos que aprender a vivir (o morir) con sus bombas.
Se calcula que Pyongyang es capaz de generar entre 6 y 8 bombas
anuales con el material que ya posee.
Insisto: no todo es tan malo como parece. Al menos el
estallido atómico focaliza las mentes. Y cuando este ejercicio
se lleva a cabo, resulta evidente que sólo Washington puede
hacer algo en la práctica para detener el avance hacia el
abismo, en Corea, Irán, y otras partes. Pero el Presidente Bush
tiene las manos atadas. El mundo entero le condena en medio de
una confusión teórica sin precedentes. Odiar a Bush es un
deporte carente de propuestas que se agota en la crítica. ¡Qué
gratificante encontrar al culpable de todos los males! Bush es
responsable de las epidemias en Africa, el genocidio en Darfur,
la extinción de las focas en Alaska y los huracanes en el
Caribe, entre otros fenómenos. Si hace la guerra le cuestionan,
y si no la hace también. En esta pantomima continuará la opinión
"bienpensante", hasta que su frivolidad les estalle en el
rostro. Como les estalló la bomba de Kim Jong-Il.
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