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Culpa
y aprendizaje político
por Aníbal Romero
miércoles, 14
junio 2006
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El
Papa Benedicto XVI es un admirable líder religioso y un
intelectual de primera línea, autor de libros que perdurarán. En
particular, sus reflexiones sobre la crisis espiritual de
Europa, empantanada en el relativismo multicultural,
acomodaticia y apaciguadora hacia los enemigos de Occidente, son
de una densidad extraordinaria.
Durante su reciente visita a Auschwitz el Papa hizo referencia
al nazismo, y afirmó que el pueblo alemán fue engañado "por un
grupo de criminales que logró el poder mediante promesas
mentirosas...de forma que nuestro pueblo fue utilizado como
instrumento de sus manías de destrucción y dominio".
Estas frases del Santo Padre se ubican en la perspectiva de su
misión religiosa, de su voluntad de reconciliación, y de su
noble deseo de impedir que el pasado obstaculice los esfuerzos
de convivencia presentes y futuros. No obstante, resulta
imposible desconocer que —como una vez dijo Goethe— "nadie nos
engaña, nos engañamos a nosotros mismos". Es comprensible que el
Papa procure atribuir la responsabilidad por lo ocurrido bajo
los nazis a Hitler y la dirigencia nacionalsocialista, pero el
pueblo alemán de entonces no puede escapar a la suya.
En ese tipo de situaciones, caracterizadas por liderazgos y
sistemas de dominación basados en la prédica del odio, el
ejercicio de la violencia, y la propagación de ideologías
mesiánicas y totalitarias, la culpa histórica por el curso de
los eventos se proyecta en varias dimensiones. De un lado se
encuentra la culpa criminal, es decir, aquélla que compete a
individuos concretos por la comisión de actos determinados y
comprobables. Existe también una culpa moral, que nos alcanza en
el plano de la conciencia personal, y que es ineludible pues nos
acosa en nuestra soledad más íntima. Por último hay una culpa
política, que forma parte de nuestra mera presencia en el marco
de los sucesos, de nuestro compromiso o pasividad ante los
acontecimientos en medio de los cuales transcurre la vida.
En tal sentido todos cargamos nuestra cuota de responsabilidad
sobre los hombros. En el caso alemán entre 1933 y 1945,
numerosos nazis ejecutaron acciones criminales, muchos otros
alemanes siguieron a Hitler en sus corazones y le apoyaron
fervorosamente, y otros más le respaldaron con actos
específicos, aunque no necesariamente al nivel de la
criminalidad. También hubo individuos que resistieron, bien en
la práctica o en sus conciencias. Cada cual conoció la
naturaleza de su culpa y el grado de la misma. Pero lo crucial
fue que el pueblo alemán experimentó un aprendizaje a raíz de
las experiencias del hitlerismo, y de su derrota nació una
sociedad democrática que sobrevive.
Salvando las distancias que cabe tomar en cuenta, uno se
pregunta si lo vivido por los venezolanos estos pasados años,
con su tumulto y su violencia, sus odios y muertes, sus
imposturas y mentiras, y su devastadora decepción, está
generando un aprendizaje positivo hacia el futuro. Honestamente
no lo sé. En ocasiones siento que somos renuentes a reconocer
que tenemos una cuota de responsabilidad en lo que ha ocurrido y
sigue ocurriendo. No me refiero desde luego a los jerarcas del
régimen y sus colaboradores, no pocos de los cuales actúan por
oportunismo. En este plano de la realidad existen culpas
criminales que en su momento serán sancionadas, y de igual
manera una culpa moral y política de primer orden. ¿Pero qué
decir del llamado "pueblo", de esos sectores populares que han
sido objeto tanto de la condescendencia despilfarradora como de
la manipulación del régimen y su caudillo? ¿Ha aprendido algo
ese pueblo en estos tiempos de degradación nacional? ¿Ha
extraído lecciones que le impidan caer en el mismo foso y le
inciten a tomar un camino distinto más adelante?
No lo sé. Y debo añadir que los dirigentes de oposición tampoco
ayudan a que de todo esto surja un aprendizaje creador. Si al
menos aprovechasen la pantomima de la "campaña electoral" para
ejercer su tarea de pedagogía política, pero ni siquiera de ello
son capaces. Se limitan a repetir los lugares comunes de
siempre, todos se proclaman de "centro-izquierda", todos
cuestionan el desempeño del régimen más jamás tocan lo esencial,
que es la propia naturaleza de un régimen que tiene que ser
desmantelado, todos parodian el populismo compitiendo en su
terreno y no denuncian la masiva y nefasta intervención cubana,
ni tienen el coraje de convertirla en el eje de una lucha
nacional por la dignidad.
Todos sobrellevamos nuestra parte de culpa en esta tragedia,
pero a los dirigentes corresponde un deber superior, que no
están cumpliendo.
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