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Venezuela: Ni Hobbes, ni Locke
por Aníbal Romero
miércoles, 13 diciembre 2006

 

    Thomas Hobbes vivió en tiempos de guerra civil. La caótica Inglaterra del siglo XVII le impulsó a conceder a la seguridad de los individuos, en un marco de paz interna, prioridad fundamental en su escala de valores políticos. Su Leviatán o "Dios mortal", el Estado absolutista, tenía como misión proteger a los súbditos a cambio de su obediencia. A quienes le advertían que el precio a pagar por la seguridad era muy alto, Hobbes respondía que la existencia humana siempre tendrá inconvenientes, y sólo subestimamos la paz cuando nos sentimos seguros. Tan pronto comenzamos a perderla entendemos su importancia. 

    John Locke escribió pocos años después, y su adversario fue el poder despótico al que Hobbes había atribuido soberanía. Locke argumentaba que entregar poder absoluto a otro nos coloca en situación de esclavitud. Si el soberano es todopoderoso los súbditos quedan a su merced, y el pacto protección-obediencia depende entonces del capricho de quien manda. Según Locke, el equilibrio necesario para salvaguardar la libertad, y a la vez lograr un aceptable nivel de seguridad, exige un gobierno limitado con división de poderes y derechos inviolables, sustentados en leyes comunes para todos. Seguridad y libertad, lejos de contraponerse, deben balancearse. 

    La consideración de estos planteamientos sobre el origen y papel de los gobiernos, permite aproximarse a la realidad política venezolana. Tenemos un gobierno, recientemente confirmado en su poder, que no protege a los ciudadanos, muchos de los cuales experimentan la más cruda violencia cotidiana o se encuentran atenazados por el miedo, frente a la amenaza constante de violación a sus derechos. Es un gobierno que incumple el propósito hobbesiano de la seguridad, y que tampoco satisface el requerimiento lockeano de la libertad, pues en nuestro país las leyes son expresión de las conveniencias del régimen y su caudillo, quienes las tuercen y amoldan a sus fines, en medio de una evidente carencia de balance entre las ramas del poder público. 

    Ni Hobbes ni Locke respiran a gusto en un país donde, ciertamente, ha funcionado el principio democrático, pero en el que la libertad padece de asfixia congénita. Pues si bien el principio democrático de voluntad de la mayoría define el origen legítimo del poder político, la democracia por sí sola no establece necesariamente la libertad, ya que el principio democrático, si carece de controles, conduce a la opresión de la mayoría sobre la minoría. De allí que la tradición del pensamiento político liberal proponga otro principio, que complementa el democrático, y es indispensable si queremos evitar los riesgos de una "democracia totalitaria". Me refiero al principio de un gobierno limitado, en un contexto de derechos ciudadanos, firmemente protegidos por una estructura institucional equilibrada. La democracia no es una panacea y puede convivir con el acoso a la libertad. La "democracia totalitaria" es la dictadura perfecta, legitimada por la mayoría. 

    ¿Tenemos democracia en Venezuela? Sí. ¿Tenemos libertad? No lo creo. Al menos no una verdadera libertad, sino la que proviene de los antojos de un régimen que nos permite respirar porque le es útil, mas no porque sea un gobierno de leyes. Es un régimen que destruye el derecho en nombre del derecho, y que concibe la libertad de los ciudadanos, en especial de los que se le oponen, como una concesión o dádiva ajustada a condiciones cambiantes, y no como un derecho inalienable de las personas. Por ello desazona el alborozo de algunos ante los eventos de hace unos días, y la ausencia del tema de la libertad en la evaluación que hace cierta oposición acerca del panorama venezolano (ausencia que se manifestó también durante la campaña electoral). Hemos legitimado democráticamente al régimen, y aún podemos perder toda libertad. 

    En Venezuela el deterioro de la libertad es patente, aunque ingenuamente nos regocijemos con nuestras credenciales democráticas. Se ha llegado a afirmar que "no hay que temerle al socialismo", como si el siglo XX hubiese sido una ficción. Esto me parece una impostura, que pone en evidencia inocultable miopía o imperdonable mala fe. 

    Al respecto, cabe recordar las palabras de un miembro de la Convención francesa, luego de la ejecución de Robespierre, quien aseveró que las revoluciones dividen las sociedades en dos grupos: el que genera miedo y el que tiene miedo. El régimen "bolivariano" tiene dos opciones: profundizar el miedo o detenerle. Seguramente escogerá la primera.

 
 
 
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