Thomas
Hobbes vivió en tiempos de guerra civil. La caótica Inglaterra
del siglo XVII le impulsó a conceder a la seguridad de los
individuos, en un marco de paz interna, prioridad fundamental en
su escala de valores políticos. Su Leviatán o "Dios mortal", el
Estado absolutista, tenía como misión proteger a los súbditos a
cambio de su obediencia. A quienes le advertían que el precio a
pagar por la seguridad era muy alto, Hobbes respondía que la
existencia humana siempre tendrá inconvenientes, y sólo
subestimamos la paz cuando nos sentimos seguros. Tan pronto
comenzamos a perderla entendemos su importancia.
John Locke
escribió pocos años después, y su adversario fue el poder
despótico al que Hobbes había atribuido soberanía. Locke
argumentaba que entregar poder absoluto a otro nos coloca en
situación de esclavitud. Si el soberano es todopoderoso los
súbditos quedan a su merced, y el pacto protección-obediencia
depende entonces del capricho de quien manda. Según Locke, el
equilibrio necesario para salvaguardar la libertad, y a la vez
lograr un aceptable nivel de seguridad, exige un gobierno
limitado con división de poderes y derechos inviolables,
sustentados en leyes comunes para todos. Seguridad y libertad,
lejos de contraponerse, deben balancearse.
La consideración
de estos planteamientos sobre el origen y papel de los
gobiernos, permite aproximarse a la realidad política
venezolana. Tenemos un gobierno, recientemente confirmado en su
poder, que no protege a los ciudadanos, muchos de los cuales
experimentan la más cruda violencia cotidiana o se encuentran
atenazados por el miedo, frente a la amenaza constante de
violación a sus derechos. Es un gobierno que incumple el
propósito hobbesiano de la seguridad, y que tampoco satisface el
requerimiento lockeano de la libertad, pues en nuestro país las
leyes son expresión de las conveniencias del régimen y su
caudillo, quienes las tuercen y amoldan a sus fines, en medio de
una evidente carencia de balance entre las ramas del poder
público.
Ni Hobbes ni
Locke respiran a gusto en un país donde, ciertamente, ha
funcionado el principio democrático, pero en el que la libertad
padece de asfixia congénita. Pues si bien el principio
democrático de voluntad de la mayoría define el origen legítimo
del poder político, la democracia por sí sola no establece
necesariamente la libertad, ya que el principio democrático, si
carece de controles, conduce a la opresión de la mayoría sobre
la minoría. De allí que la tradición del pensamiento político
liberal proponga otro principio, que complementa el democrático,
y es indispensable si queremos evitar los riesgos de una
"democracia totalitaria". Me refiero al principio de un gobierno
limitado, en un contexto de derechos ciudadanos, firmemente
protegidos por una estructura institucional equilibrada. La
democracia no es una panacea y puede convivir con el acoso a la
libertad. La "democracia totalitaria" es la dictadura perfecta,
legitimada por la mayoría.
¿Tenemos
democracia en Venezuela? Sí. ¿Tenemos libertad? No lo creo. Al
menos no una verdadera libertad, sino la que proviene de los
antojos de un régimen que nos permite respirar porque le es
útil, mas no porque sea un gobierno de leyes. Es un régimen que
destruye el derecho en nombre del derecho, y que concibe la
libertad de los ciudadanos, en especial de los que se le oponen,
como una concesión o dádiva ajustada a condiciones cambiantes, y
no como un derecho inalienable de las personas. Por ello
desazona el alborozo de algunos ante los eventos de hace unos
días, y la ausencia del tema de la libertad en la evaluación que
hace cierta oposición acerca del panorama venezolano (ausencia
que se manifestó también durante la campaña electoral). Hemos
legitimado democráticamente al régimen, y aún podemos perder
toda libertad.
En Venezuela el
deterioro de la libertad es patente, aunque ingenuamente nos
regocijemos con nuestras credenciales democráticas. Se ha
llegado a afirmar que "no hay que temerle al socialismo", como
si el siglo XX hubiese sido una ficción. Esto me parece una
impostura, que pone en evidencia inocultable miopía o
imperdonable mala fe.
Al respecto,
cabe recordar las palabras de un miembro de la Convención
francesa, luego de la ejecución de Robespierre, quien aseveró
que las revoluciones dividen las sociedades en dos grupos: el
que genera miedo y el que tiene miedo. El régimen "bolivariano"
tiene dos opciones: profundizar el miedo o detenerle.
Seguramente escogerá la primera.