Saddam
Hussein tiranizó con sangrienta crueldad a los iraquíes durante
más de dos décadas. En ese tiempo, el país estuvo sometido al
yugo de la minoría sunita, a la que pertenecía el déspota,
mientras el 80 por ciento restante, compuesto por chiítas y
kurdos, vivían sin derechos y marginalizados. Hoy, en cambio,
Saddam Hussein está siendo juzgado por sus crímenes, y tres
exitosas elecciones democráticas han puesto de manifiesto el
deseo mayoritario de avanzar hacia una existencia civilizada en
esa tierra herida.
Para el momento
en que se produjo el ataque que depuso a Saddam Hussein, y
empezaron los cambios políticos en Irak, todos los servicios de
inteligencia occidentales, no solamente la CIA, sino también las
agencias de seguridad estratégica europeas, coincidían en la
apreciación de que Saddam Hussein o bien poseía armas de
destrucción masiva, o bien se hallaba en acelerado camino de
obtenerlas. Prevalecían sobradas razones para pensarlo así, pues
el dictador iraquí había usado en el pasado reciente armas
químicas contra sus enemigos internos, e intentado construir
armas nucleares. Además, su conducta obstruccionista frente las
anémicas inspecciones de la ONU, suscitaba fundadas sospechas en
torno a sus designios.
Después que los
hechos ocurren, con la perspectiva histórica a nuestro favor,
resulta fácil ser sabios y cuestionar a los que en su momento
tomaron decisiones con base en datos que no estaban aún, por
definición, inequívocamente confirmados. A pesar de todos sus
empeños, sin embargo, los críticos de la administración Bush no
han sido capaces de sustanciar su torcida aseveración, según la
cual el tema de las armas de destrucción masiva fue una
invención, destinada a engañar al pueblo norteamericano y
justificar bajo falsas premisas la guerra contra Saddam. Los
sectores "liberales" (de izquierda) en la prensa estadounidense,
que antes imprecaban a sus líderes por su respaldo a los
autócratas del Medio Oriente, ahora se han convertido en feroces
oponentes del intento de Bush de democratizar Irak, y debilitar
las condiciones en que se nutre el extremismo islámico. ¿Quién
entiende al partido Demócrata y a sus aliados en los medios de
comunicación de Estados Unidos?
Importa tener
claro que el tema de las armas de destrucción masiva, fue tan
sólo uno de aspectos que detonó la ofensiva estadounidense en
Irak. Tan relevante fue y sigue siéndolo el proyecto de cambio
de régimen ("regime change") y reconstrucción nacional ("nation
building"), que constituye la médula espinal de la acción de
Washington en el Medio Oriente, de cuyo éxito o fracaso
dependerá en buena medida el curso de las relaciones
internacionales los años venideros. El objetivo es generar una
dinámica de transformaciones que eventualmente haga surgir
sociedades modernas, en las que gobiernos moderados laboren bajo
leyes que a su vez permitan la convivencia pacífica de diversos
sectores, trabajando por la prosperidad común.
¿Puede
alcanzarse ese fin en Irak, y puede ese impulso extenderse a
otras partes en la región? Todavía la respuesta es incierta. Por
un lado, la masiva participación de la gente en los actos
comiciales, y la voluntad de numerosos dirigentes de distintos
grupos orientada a lograr acuerdos de gobernabilidad y
coexistencia, crea esperanzas en un desenlace positivo. Por otra
parte, no obstante, la determinación implacable de las
organizaciones radicales, que buscan la guerra civil, es un
factor permanente de amenaza, capaz de provocar un incendio que
dé al traste con el inmenso esfuerzo que Washington está
llevando a cabo en ese país y el resto del área.
Lo esencial es
la perseverancia, y ésta es una virtud escasa en una sociedad
como la estadounidense, que aspira obtener resultados inmediatos
de sus iniciativas, que está sometida a constantes ciclos
electorales propensos al despliegue de la demagogia, y que
alberga en su seno una verdadera quinta columna asociada con los
enemigos de la libertad, es decir, la prensa "liberal" (de
izquierda), cuya irresponsabilidad, movida por un odio delirante
hacia Bush y los Republicanos en general, le ciega por completo
a la hora de evaluar lo que está en juego.
Es mucho lo que
se ha logrado en Irak, pero la creación de instituciones y de
una cultura democrática no es cuestión de meses o pocos años,
sino un proceso largo que exige tenacidad y convicción. Si
Estados Unidos falla en la tarea en que se ha comprometido, las
llamas del fundamentalismo se propagarán incontrolablemente en
el Medio Oriente islámico, y Osama Bin Laden habrá conquistado
su tan ansiada meta.