Las
masivas adquisiciones de avanzados sistemas de armas rusas por
parte de Hugo Chávez plantean una paradoja: Por una parte, el
régimen asegura estar preparándose para una guerra asimétrica,
que por definición es el tipo de guerra en que el débil se
enfrenta al fuerte usando una estrategia heterodoxa, orientada a
minimizar las ventajas del adversario y a potenciar las propias.
El Presidente venezolano ha insistido que el principal escenario
de conflicto, aún hipotético, será una invasión de los Estados
Unidos a Venezuela, con el propósito de poner fin a su
revolución. No obstante, en el caso conjetural de que Washington
decidiese semejante curso de acción, los aviones Sukhoi,
helicópteros artillados y misiles antiaéreos comprados a los
rusos por Chávez —entre otros armamentos— no tienen ninguna
posibilidad de hacer frente con éxito a un ataque significativo
del poderoso aparato militar del Pentágono. Desde luego, otra es
la situación con los fusiles de asalto Kalashnikov, así como con
armas portátiles que incluyen lanzacohetes y lanza-granadas,
minas anti-personales, y otros sistemas ligeros que son los que
utilizan, por ejemplo, los insurgentes iraquíes en su
confrontación asimétrica ante Washington.
¿Qué sentido
tiene entonces para Hugo Chávez armarse para una guerra
convencional, con aviones de combate y helicópteros, y al mismo
tiempo con instrumentos apropiados para una guerra asimétrica,
de diversa naturaleza y objetivos?
Aunque en
principio la racionalidad estratégica de estas compras no
resulta clara, pienso que sí existe un propósito tanto político
como militar en estas decisiones, aunque quizás sea temprano
para elucidarlo plenamente. En primer término, las compras de
aviones de combate avanzados y otros sistemas rusos, consolida
la aspiración del régimen de romper completamente el vínculo
estratégico tradicional de la FAN con Estados Unidos, y busca
ligarnos a Rusia, aunque no necesariamente la adquisición de
armas garantice el apoyo de Moscú a Caracas en el escenario de
una crisis grave. En segundo lugar, estas armas sofisticadas
fortalecen simbólicamente un aparato militar que Chávez desea
mantener de su lado, y a la vez cambiar gradualmente hasta
convertirle en una fuerza ideologizada al estilo de las FAR
cubanas. En tercer lugar, y en función de lo anterior, las armas
rusas vienen acompañadas de una mayor participación cubana en el
entrenamiento de los militares venezolanos, y ello hasta por
motivos lingüísticos, en razón de las complejidades del idioma
ruso. Por último, es posible que Chávez quiera amenazar a la
Colombia de Uribe, y enviar un mensaje de respaldo implícito a
las FARC y el ELN.
No pocos piensan
que estas compras de armas tienen también un fin económico, pues
es bien sabido que en este ámbito se realizan enormes negocios y
se pagan millonarias comisiones, que presuntamente engrosarían
los bolsillos de diversas individualidades del régimen. No
obstante, creo que esta consideración no es esencial, en vista
de que Chávez y sus asociados manejan el tesoro nacional a su
antojo y sin control alguno. No requieren comprar armas para
cobrar comisiones, pues tienen el poder para apropiarse sin
intermediaciones de los dineros públicos, como en efecto todo
indica que lo hacen.
A fin de
cuentas, lo que Hugo Chávez está intentando hacer es transformar
a Venezuela en una sociedad militarizada, enfocada en la
preservación de un orden interno que con seguridad se hará más
colectivista y autocrático con el paso del tiempo, y a la vez
movilizar sicológicamente a la población de manera permanente,
para rechazar una hipotética invasión imperial. Y en este punto
se pone de manifiesto la segunda paradoja del proceso, pues de
un lado Chávez aspira duplicar la experiencia cubana, y
vislumbra su poderío personal perdurando durante varias décadas,
pero por otro lado la sociedad venezolana —maleada por el
rentismo petrolero, ajena a los fanatismos, y deseosa
simplemente de mejorar su condición material de vida—, repudia
casi de manera instintiva la pretensión de arrojarla al abismo
de una guerra, asimétrica o convencional, por la defensa de un
mito político que sólo Chávez y la extrema izquierda tropical
parecen tomar en serio.
En otras
palabras, ni Venezuela es Irak ni los venezolanos tenemos la
menor intención de emular a los radicales islámicos, con sus
compromisos religiosos y su vocación de sacrificio. El pueblo
venezolano —y no es mi intención causar ofensa con estos
comentarios— es superficial, materialista, y frívolo en sus
veleidades políticas. Esta realidad por supuesto podría cambiar
en el largo plazo, a través de la represión y el
adoctrinamiento, pero el costo de lograrlo será muy elevado. Al
final, se me ocurre, las armas de Chávez sólo servirán para
oprimir a los venezolanos.