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Chirac,
Schroeder y Europa: derrotados
por Aníbal Romero
martes, 31 mayo
2005
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Resulta gratificante
contemplar la humillante derrota de dos reconocidos demagogos
como Jacques Chirac y Gerhard Schroeder, así como de la mayoría
de las élites políticas europeas, hoy sumidas en el desconcierto
luego del masivo "no" del electorado francés a la Constitución
comunitaria. Este ilegible esperpento de 448 artículos, un
verdadero monumento a la utopía burocrática de una tecnocracia
engreída, ha sido arrojado al basurero de la historia, del cual
con suerte no emergerá otra vez. La Constitución de los Estados
Unidos, que ha perdurado por más de doscientos años, contiene
sólo siete artículos llenos de sabiduría política y equilibrio
intelectual. El Frankenstein europeo se equipara, salvando las
distancias del caso, a la Constitución Bolivariana de Hugo
Chávez, con sus centenares de artículos plenos de verborrea
incomprensible y destinados al mismo fracaso.
Chirac y Schroeder, así como el resto de mandarines de una
Europa decadente y atemorizada ante el futuro, merecen cada
gramo de su derrota. Pero no hay que equivocarse: se trata de un
derrumbe que trasciende lo puramente personal. El "no" francés
ha oficiado los ritos fúnebres a un cadáver al que faltaba
simplemente sepultar. Me refiero al cadáver de una Unión Europea
concebida y adelantada por élites que nunca consultaron
realmente a los pueblos, que siempre procuraron avanzar en
nombre de la democracia pero sin admitir sus veredictos, y que
ahora tratarán de seguir igual rumbo pero en condiciones muy
distintas y adversas. El "no" francés, rotundo e inequívoco,
señala que los europeos, con el electorado galo a la cabeza,
rechazan a la vez a sus élites y al mundo moderno. En lo primero
están teniendo éxito, en lo segundo no lo tendrán, con graves
consecuencias.
La crisis europea es más profunda de lo que parece. Existe
en primer término una grave crisis demográfica, pues los
europeos no quieren tener hijos o tan sólo tienen muy pocos, de
modo que la población cae en picada y las perspectivas al
respecto son realmente preocupantes. Las economías europeas, con
excepción de la británica, sufren de una severa patología, de un
inmovilismo alentado por leyes anacrónicas, que impiden
flexibilizar el mercado laboral y asfixian la innovación y la
productividad. Como efecto de ello el desempleo en países como
Francia y Alemania no hace sino aumentar. Por encima de todo
Europa padece de una crisis moral, suscitada por la decisión de
la mayoría de asumir que pueden irse de vacaciones permanentes a
un mundo ideal, sin guerras, sin violencia, sin radicalismos,
sin fanatismos, que pueden aislarse en sus pequeños nichos de
precario bienestar, subsidiados por un Estado benefactor
crecientemente insolvente, y colocando sobre los hombros de las
escasas nuevas generaciones, de los pocos jóvenes que trabajan,
el peso de la holgura de los muchos que se retiran cada año.
La crisis moral invade a unas élites europeas que han hecho
del odio hacia Estados Unidos una herramienta demagógica, para
desviar la atención de sus propias fallas y limitaciones, y en
especial para esconder su miedo a hablar con claridad a sus
pueblos, a hacerles entender que el proceso de globalización es
indetenible, que Estados Unidos y China, entre otros, no van a
aguardar a que una Europa cansada se sume al tren de los cambios
que sacuden la economía mundial, y a los que se ajustarán los
que tengan la visión y el coraje para hacerlo. En tal sentido,
Chirac y Schroeder sólo postergaron las decisiones con sus
actitudes ambiguas, su descarado y patético anti-yanquismo y su
recelo frente a electorados a quienes no se atreven a dirigirse
con la verdad en la boca.
Europa hoy es un continente acobardado ante un presente que
no entiende y un futuro que no desea. La tendencia sicológica al
aislamiento, la incapacidad espiritual para renovarse y asumir
el imperativo de cambiar, la voluntad de aferrarse a un esquema
de vida basado en la comodidad a toda costa, que incluye la
infertilidad así como la tendencia al apaciguamiento ante el
fundamentalismo islámico, auguran aún más complejos desafíos. En
tal sentido, la actitud europea en general, y de demagogos como
Chirac y Schroeder en particular, hacia Saddam Hussein y la
guerra de Irak, ponen de manifiesto la erosión moral de una
Europa que ha pretendido definirse con base en el antagonismo
frente a Washington, dejando de lado por completo sus
responsabilidades internacionales como conjunto de naciones
democráticas, presuntamente amantes de la libertad.
El "no" francés constituye una herida mortal para el
proyecto europeo, tal y como ha sido concebido y ejecutado por
unas élites que no saben qué hacer con sus pueblos, con unos
pueblos que aspiran escapar de la realidad.
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