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Política exterior del régimen 
por Aníbal Romero
miércoles, 30 noviembre 2005

 

La política exterior de Hugo Chávez tiene como rasgo principal la brecha que ha abierto entre el fortalecimiento del régimen, de un lado, y de otro los intereses de la nación como tales. Dicho de otra manera, se trata de una política exterior que tiene como objetivo prioritario garantizar la perdurabilidad del régimen, aunque ello signifique afectar negativamente, o sacrificar plenamente, los intereses fundamentales del país.   

       Durante las pasadas cinco décadas, la proyección exterior de Venezuela ha estado impulsada por la influencia decisiva del petróleo y del mesianismo bolivariano. Ambos factores se han combinado para producir en nuestros dirigentes una percepción exagerada del poderío del país, así como para hacerles creer que Venezuela tiene una misión especial, distinta y superior a la de otras naciones, y vinculada a un propósito liberador tan elocuente como indefinido. Esa conciencia de poderío, y ese sentido de misión, llevaron a los gobiernos de la época democrática a afanarse en la búsqueda de quimeras, que incluyeron desde le Justicia Social Internacional hasta la creación de un Nuevo Orden Económico global, sin olvidar toda suerte de proyectos y sueños integracionistas, y otros por el estilo, siempre caracterizados por su carencia de realismo y la perenne desconexión entre fines y medios.

         También durante el período democrático, se presentó un interesante caso de separación entre el interés del régimen de turno y los del país como un todo, mediante la formulación de la denominada Doctrina Betancourt, que nos forzaba a romper  relaciones con todo gobierno del área latinoamericana que surgiese de un golpe de Estado. Semejante doctrina empujó a Venezuela a un significativo aislamiento en la región, y aunque tenía cierta nobleza de intenciones —respaldar la incipiente democracia venezolana—, sus efectos concretos nunca se correspondieron con sus infladas ambiciones. Lo mejor que puede decirse al respecto es que la Doctrina Betancourt representó un preludio de los preceptos plasmados en la actual Carta Democrática Interamericana.     

El gobierno de Hugo Chávez ha conducido a un extremo las siempre presentes tendencias que mueven la fantasiosa diplomacia venezolana. Por una parte, el mesianismo bolivariano se ha agudizado con el mensaje revolucionario del Caudillo que hoy rige los destinos del país. Por otra parte, los elevados precios petroleros han acentuado la conciencia de poderío del gobierno, conciencia que lleva al régimen a multiplicar a diario sus compromisos a nivel regional y global. En tercer lugar, a los obstáculos sicológicos normales, que han recurrentemente impedido a los latinoamericanos adelantar una relación digna y mutuamente beneficiosa con Estados Unidos, se añade ahora un elemento ideológico adicional a la política exterior venezolana, que es el furibundo e insensato anti-yanquismo de la "Revolución Bolivariana".   

La mezcla de estos ingredientes ha conducido a la Venezuela de Chávez a desprenderse gradualmente de la crucial conexión de nuestro país con Estados Unidos, y a cambiarla por una asociación estratégica con una nación en ruinas en lo moral y material, y con un régimen agonizante, como lo es la Cuba castrista. De esta manera, y acicateados por un delirio izquierdista sin asidero en los deseos y esperanzas de la mayoría de los venezolanos, Venezuela se ha colocado sobre un rumbo de enfrentamientos crecientes con la más importante potencia del planeta, en medio de la esquizofrenia que genera el hecho de que Estados Unidos sigue siendo nuestro principal socio comercial. Además, el régimen persigue ficciones hacia el Sur del hemisferio, muy costosas en términos financieros y políticos, a pesar de que al Norte tenemos al más voraz consumidor de petróleo y gas natural de la tierra. Entretanto, los usualmente mediocres pero astutos líderes latinoamericanos se aprovechan, con frío cálculo y despiadado realismo, de las veleidades de Chávez, exprimiendo al máximo a una Venezuela postrada y ahogada en petrodólares.

          El régimen revolucionario cree que está liberando al país, pero en verdad lo que está logrando es aumentar de modo exponencial nuestras vulnerabilidades estratégicas, sin lograr una sola alianza sólida, excepto los pasajeros compromisos de díscolos clientes, agradecidos por el derroche petrolero, y la oportunista intromisión castrista, que eventualmente nos llevará a una grave y perniciosa confrontación con Washington, sin que de todo ello el país obtenga beneficio alguno, más allá de la satisfacción  de obsesiones ideológicas absolutamente fuera de lugar en el mundo en que vivimos.   

 
 
 
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