Venezuela
se encamina de modo casi inexorable al establecimiento de una
dictadura militarista de izquierda. Se trata de un proceso
gradual, cuya celeridad futura será definida por la tensión
entre dos factores: De un lado, el delirio revolucionario de
Hugo Chávez, y su imperativo de responder a las expectativas que
ha creado entre la izquierda anti-capitalista y anti-estadounidense
a nivel internacional. Por otro lado, jugará un papel
inhibitorio el miedo a los costos crecientes del rumbo
revolucionario, costos que apenas han empezado a vislumbrarse
con la reciente descertificación a medias tintas por parte de
Washington en materia anti-drogas. Esto último comienza a
definir, aunque de manera muy lenta y ambigua, al régimen
"bolivariano" como miembro de pleno derecho del grupo de
"Estados forajidos" en la lista negra de Washington. Hasta ahora
Chávez y sus seguidores han visto con desdén las acciones de
Washington, pues la política estadounidense hacia su régimen ha
sido tolerante y blandengue. Pero las cosas podrían cambiar poco
a poco.
En todo caso, estoy convencido de que el resultado final del
proceso político que ahora vive Venezuela será el
establecimiento de una dictadura militarista de izquierda, cuyos
síntomas ya son claramente visibles para ojos entrenados y
desprejuiciados. No obstante, repito, la velocidad que se le
imprima al logro de ese propósito, los costos que ello implique
—a nivel doméstico e internacional— y la posible duración de un
régimen abiertamente dictatorial, dependerán como ya dije de la
interacción entre los dos factores indicados: el delirio
revolucionario y el miedo de sus protagonistas a las
consecuencias de sus actos.
Conviene aclarar que actualmente Venezuela vive bajo una
autocracia, que no es lo mismo que una dictadura. Una autocracia
significa el gobierno de un individuo que tiene el poder y lo
ejerce de manera arbitraria, pero dentro de un marco de
constituciones y leyes que parecen limitar o guiar ese poder,
mas en realidad son puro papel y ficción, y capaces de ser
revocadas o desobedecidas a voluntad por el autócrata. Una
dictadura, en cambio, implica despotismo abierto y descarnado,
sin pretensiones legales que maquillen la voluntad del jefe.
Enfatizo entonces que a mi modo de ver, el régimen venezolano es
hoy una autocracia en vías de transformarse en dictadura.
Las revoluciones tienen lugar en dos planos: en la imaginación
de los revolucionarios y en la realidad práctica de los eventos.
En la mayoría de los casos el delirio revolucionario —que
consiste en creer que la vida puede recomenzar desde cero, y que
los cambios radicales conservarán lo bueno del pasado y
eliminarán sólo lo malo—, este delirio, insisto, es usualmente
la fuerza motora primordial de tales procesos, pues la
mentalidad revolucionaria se nutre de una imaginación
desbordada, y subordina toda ética a los fines de la utopía. En
otras palabras, la moral revolucionaria consiste en definir qué
conviene a la revolución, y lo que le conviene siempre estará
permitido.
Pero en
todo revolucionario hay miedo, explícito o implícito, o —para
ponerlo en términos menos duros—, en todo revolucionario existe
también una medida de cálculo político, propio o de otros que le
manipulan. Por ejemplo, durante la crisis de los cohetes en Cuba
en 1962, Fidel Castro puso de manifiesto que para ese entonces
el delirio reinaba sin controles en su espíritu. Castro prefería
una confrontación nuclear con Estados Unidos antes que el retiro
humillante de los misiles soviéticos de la isla. Posteriormente
a ese episodio, Castro fue controlado por los soviéticos, y el
cálculo político lo suministraba Moscú. El delirio de Castro
estuvo pues por mucho tiempo sujeto a los límites que imponía su
amo soviético. No obstante, el delirio nunca se apagó, y hoy
renace ante la perspectiva de un sucesor tan desmedido,
irresponsable e imprudente como él siempre lo fue. Castro
aconseja a veces a Chávez cierta cautela, producto de tantos
años de fracasos, pero es una cautela débil y pasajera.
El sucesor de Castro pretende serlo Hugo Chávez, a quien el
poder, y la ausencia de respuestas claras y contundentes de
parte de sus adversarios domésticos e internacionales, le han
llevado a menospreciarles —muy en particular a Washington. En
cuanto a la oposición oficial venezolana, es decir, la que se
refugia en los cascarones vacíos de los partidos políticos, y es
alentada por el régimen, el desdén del caudillo hacia la misma
es absoluto y sin restricciones.
Pero Chávez se preocupa. Es demasiado fácil y grato hacer una
revolución sin pagar costos, dejar que la imaginación se desate
a diario ante la adulación de una izquierda internacional que le
ha ungido como el nuevo paladín en el combate contra los Estados
Unidos, el capitalismo y la globalización. No obstante, la
inquietud existe, porque el delirio no es total. Ello se pone de
manifiesto en las reacciones destempladas y desconcertantes del
régimen cuando Washington apenas asoma la posibilidad de
posturas más firmes, que vayan más allá de regaños verbales tan
intrascendentes como inútiles, formulados semanalmente por los
desabridos voceros del Departamento de Estado.
Es demasiado poco lo que han hecho Washington y la oposición
oficial venezolana, para disuadir a Chávez de que prosiga el
rumbo que le llevará de la autocracia a la dictadura. A menos
que se produzca un cambio de actitud fundamental en los próximos
tiempos, que Washington decida superar su complejo de Imperio y
actúe como si realmente lo fuese, y que la blandengue y
lamentable oposición oficial venezolana opte por afincarse en
deslegitimar al régimen y su aparataje electoral-autocrático,
Chávez superará cualquier inhibición que aún le reste y pisará
el acelerador hacia la dictadura socialista-militarista.
Tiene que hacerlo, pues el delirio revolucionario exige que la
imaginación triunfe sobre los límites que indica la realidad. Y
Chávez no podrá alargar eternamente la posición de ambigüedad,
de claroscuro, en la que se ha mantenido hasta el presente una
revolución con muchísimo dinero. Los costos del desastre
administrativo empezarán a golpear los bolsillos de la gente, la
tardía toma de conciencia acerca de las implicaciones de la
alianza con Cuba comenzarán a permear el espíritu de los
venezolanos, la popularidad del caudillo menguará, y las
protestas sociales callejeras se multiplicarán. A ello se sumará
la creciente exigencia del auditorio radical que Chávez tanto ha
cultivado en el extranjero, y que irá pidiéndole crecientes
demostraciones de su coraje para enfrentar al "Gran Satán", Los
Estados Unidos.
En un escenario definido por las complicaciones esbozadas, el
delirio de Chávez se impondrá decisivamente, el autoritarismo se
intensificará, las expropiaciones de multiplicarán, las
agresiones se extenderán, las provocaciones y conflictos se
harán más frecuentes y agudos, y Chávez dejará atrás
ambigüedades e inhibiciones. Hasta allí llegará la autocracia y
entonces se iniciará la dictadura militarista-socialista. Quizás
la división de aguas no ocurra de una sóla vez, como un corte
tajante con cuchillo afilado, pero el resultado final se verá
con claridad. A partir de allí será otra la historia, y también
los pronósticos.
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