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¿Qué va a pasar en Venezuela? 
por Aníbal Romero
viernes, 23 septiembre  2005

 

Venezuela se encamina de modo casi inexorable al establecimiento de una dictadura militarista de izquierda. Se trata de un proceso gradual, cuya celeridad futura será definida por la tensión entre dos factores: De un lado, el delirio revolucionario de Hugo Chávez, y su imperativo de responder a las expectativas que ha creado entre la izquierda anti-capitalista y anti-estadounidense a nivel internacional. Por otro lado, jugará un papel inhibitorio el miedo a los costos crecientes del rumbo revolucionario, costos que apenas han empezado a vislumbrarse con la reciente descertificación a medias tintas por parte de Washington en materia anti-drogas. Esto último comienza a definir, aunque de manera muy lenta y ambigua, al régimen "bolivariano" como miembro de pleno derecho del grupo de "Estados forajidos" en la lista negra de Washington. Hasta ahora Chávez y sus seguidores han visto con desdén las acciones de Washington, pues la política estadounidense hacia su régimen ha sido tolerante y blandengue. Pero las cosas podrían cambiar poco a poco.

En todo caso, estoy convencido de que el resultado final del proceso político que ahora vive Venezuela será el establecimiento de una dictadura militarista de izquierda, cuyos síntomas ya son claramente visibles para ojos entrenados y desprejuiciados. No obstante, repito, la velocidad que se le imprima al logro de ese propósito, los costos que ello implique —a nivel doméstico e internacional— y la posible duración de un régimen abiertamente dictatorial, dependerán como ya dije de la interacción entre los dos factores indicados: el delirio revolucionario y el miedo de sus protagonistas a las consecuencias de sus actos.

Conviene aclarar que actualmente Venezuela vive bajo una autocracia, que no es lo mismo que una dictadura. Una autocracia significa el gobierno de un individuo que tiene el poder y lo ejerce de manera arbitraria, pero dentro de un marco de constituciones y leyes que parecen limitar o guiar ese poder, mas en realidad son puro papel y ficción, y capaces de ser revocadas o desobedecidas a voluntad por el autócrata. Una dictadura, en cambio, implica despotismo abierto y descarnado, sin pretensiones legales que maquillen la voluntad del jefe. Enfatizo entonces que a mi modo de ver, el régimen venezolano es hoy una autocracia en vías de transformarse en dictadura.

Las revoluciones tienen lugar en dos planos: en la imaginación de los revolucionarios y en la realidad práctica de los eventos. En la mayoría de los casos el delirio revolucionario —que consiste en creer que la vida puede recomenzar desde cero, y que los cambios radicales conservarán lo bueno del pasado y eliminarán sólo lo malo—, este delirio, insisto, es usualmente la fuerza motora primordial de tales procesos, pues la mentalidad revolucionaria se nutre de una imaginación desbordada, y subordina toda ética a los fines de la utopía. En otras palabras, la moral revolucionaria consiste en definir qué conviene a la revolución, y lo que le conviene siempre estará permitido.

Pero en todo revolucionario hay miedo, explícito o implícito, o —para ponerlo en términos menos duros—, en todo revolucionario existe también una medida de cálculo político, propio o de otros que le manipulan. Por ejemplo, durante la crisis de los cohetes en Cuba en 1962, Fidel Castro puso de manifiesto que para ese entonces el delirio reinaba sin controles en su espíritu. Castro prefería una confrontación nuclear con Estados Unidos antes que el retiro humillante de los misiles soviéticos de la isla. Posteriormente a ese episodio, Castro fue controlado por los soviéticos, y el cálculo político lo suministraba Moscú. El delirio de Castro estuvo pues por mucho tiempo sujeto a los límites que imponía su amo soviético. No obstante, el delirio nunca se apagó, y hoy renace ante la perspectiva de un sucesor tan desmedido, irresponsable e imprudente como él siempre lo fue. Castro aconseja a veces a Chávez cierta cautela, producto de tantos años de fracasos, pero es una cautela débil y pasajera.

El sucesor de Castro pretende serlo Hugo Chávez, a quien el poder, y la ausencia de respuestas claras y contundentes de parte de sus adversarios domésticos e internacionales, le han llevado a menospreciarles —muy en particular a Washington. En cuanto a la oposición oficial venezolana, es decir, la que se refugia en los cascarones vacíos de los partidos políticos, y es alentada por el régimen, el desdén del caudillo hacia la misma es absoluto y sin restricciones.

Pero Chávez se preocupa. Es demasiado fácil y grato hacer una revolución sin pagar costos, dejar que la imaginación se desate a diario ante la adulación de una izquierda internacional que le ha ungido como el nuevo paladín en el combate contra los Estados Unidos, el capitalismo y la globalización. No obstante, la inquietud existe, porque el delirio no es total. Ello se pone de manifiesto en las reacciones destempladas y desconcertantes del régimen cuando Washington apenas asoma la posibilidad de posturas más firmes, que vayan más allá de regaños verbales tan intrascendentes como inútiles, formulados semanalmente por los desabridos voceros del Departamento de Estado.

Es demasiado poco lo que han hecho Washington y la oposición oficial venezolana, para disuadir a Chávez de que prosiga el rumbo que le llevará de la autocracia a la dictadura. A menos que se produzca un cambio de actitud fundamental en los próximos tiempos, que Washington decida superar su complejo de Imperio y actúe como si realmente lo fuese, y que la blandengue y lamentable oposición oficial venezolana opte por afincarse en deslegitimar al régimen y su aparataje electoral-autocrático, Chávez superará cualquier inhibición que aún le reste y pisará el acelerador hacia la dictadura socialista-militarista.

Tiene que hacerlo, pues el delirio revolucionario exige que la imaginación triunfe sobre los límites que indica la realidad. Y Chávez no podrá alargar eternamente la posición de ambigüedad, de claroscuro, en la que se ha mantenido hasta el presente una revolución con muchísimo dinero. Los costos del desastre administrativo empezarán a golpear los bolsillos de la gente, la tardía toma de conciencia acerca de las implicaciones de la alianza con Cuba comenzarán a permear el espíritu de los venezolanos, la popularidad del caudillo menguará, y las protestas sociales callejeras se multiplicarán. A ello se sumará la creciente exigencia del auditorio radical que Chávez tanto ha cultivado en el extranjero, y que irá pidiéndole crecientes demostraciones de su coraje para enfrentar al "Gran Satán", Los Estados  Unidos.

En un escenario definido por las complicaciones esbozadas, el delirio de Chávez se impondrá decisivamente, el autoritarismo se intensificará, las expropiaciones de multiplicarán, las agresiones se extenderán, las provocaciones y conflictos se harán más frecuentes y agudos, y Chávez dejará atrás ambigüedades e inhibiciones. Hasta allí llegará la autocracia y entonces se iniciará la dictadura militarista-socialista. Quizás la división de aguas no ocurra de una sóla vez, como un corte tajante con cuchillo afilado, pero el resultado final se verá con claridad. A partir de allí será otra la historia, y también los pronósticos.

 
 
 
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