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Régimen forajido y
aprendizaje político

por Aníbal Romero
miércoles, 2i septiembre 2005

 

    La descertificación del régimen venezolano por parte de Washington, tardía y a medias, constituye sin embargo un paso en la senda correcta. Por demasiado tiempo Washington ha errado con relación al caso venezolano, y ha sido incapaz de articular una política coherente frente al desafío de la revolución "bolivariana". El desatino ha consistido en presumir que una línea de apaciguamiento, tolerancia y paciencia conduciría eventualmente a la moderación del régimen o a su desgaste. Nada de esto ha ocurrido ni ocurrirá como producto de una política de ese tipo. Los regímenes como el de Hugo Chávez tienen que combatirse sin actitudes equívocas que puedan ser interpretadas como síntomas de debilidad.

    Las consecuencias de la línea de Washington han sido nefastas para sus intereses y la democracia en Venezuela. Lo más grave es que Chávez le ha ido perdiendo el respeto a Estados Unidos, porque sus desafíos, imposturas, insultos y destemplanzas han quedado siempre impunes y no han tenido costo alguno. Como resultado de ello Chávez ha  continuado subiendo la apuesta sobre una mesa sin contrincantes, dispuestos a enseñarle qué está en juego.

    El problema del apaciguamiento es que impide un proceso de aprendizaje. El caso de Hitler y Alemania —que menciono a manera de analogía— es emblemático. Entre 1933 y 1939 Hitler avanzó sin tropiezos, rompiendo tratados, invadiendo países, burlándose de enemigos a los que empezó a despreciar. Cuando luego de la invasión a Polonia en 1939 los ingleses y franceses al fin decidieron que había llegado demasiado lejos, y le declararon la guerra, Hitler no lo podía creer. Su desdén por sus adversarios era tal que pensó que jamás se le opondrían.

    Algo semejante ha pasado con Chávez. Pero no es solo él quien ha dejado de experimentar un proceso de aprendizaje; tampoco el pueblo ha asimilado enseñanza alguna, pues la revolución aparentemente no ha tenido costos, o éstos no han sido lo suficientemente contundentes para  que se entienda que los actos tienen consecuencias, y que la altanería de Chávez, su decisión de aliarse a Fidel Castro, su empeño en agredir a Estados Unidos, su respaldo a los radicales del mundo, su apoyo a la subversión en América Latina, su corrupción y autoritarismo, tienen un precio.

    El dinero petrolero ha permitido a Chávez enmascarar su avance hacia la dictadura militarista-socialista. A ello se ha sumado la actitud apaciguadora de Washington, así como la postura complaciente de la oposición oficial venezolana, que con su pretensión de que en Venezuela impera la normalidad democrática, con su enfermedad electoralista y su intento de convivencia con los desmanes del régimen, contribuye a impedir que el país despierte. Con las excepciones de Washington y Bogotá, la hipócrita comunidad interamericana contempla a Venezuela hundirse, en tanto recibe dádivas de Chávez o disfruta de sus contratos. Sólo si Washington y la oposición real en Venezuela asumen una línea de claro cuestionamiento a Chávez, se producirá el aprendizaje que el pueblo requiere: los actos tienen costos, y Chávez y su régimen forajido deben pagarlos.

    Washington debe endurecer su política hacia el gobierno venezolano, y no admitir el falaz argumento de que con ello le harán un favor al caudillo transformándole en mártir, y atornillándole como a Castro. Es crucial tomar en cuenta las nuevas circunstancias mundiales, y la ausencia de una Unión Soviética que apuntale a Chávez. Por otra parte es indispensable admitir que Chávez no es persuadible; él ya no puede ni quiere cambiar, ni está en sus manos moderarse pues forma parte de un movimiento internacional de la izquierda radical anti-estadounidense. Venezuela es un eslabón insustituible de esa estrategia. Pero si bien Chávez no va a cambiar, una línea política distinta de parte de Washington sí cambiará a muchos de los que le rodean y le siguen, incluyendo parte de los sectores populares. Sumo además al sector oportunista de la FAN que ha aceptado la tragedia de la alianza con Cuba, así como a no pocos revolucionarios de pacotilla en el ámbito civil que aún no han entendido la seriedad del drama venezolano, porque los costos no les han tocado.

    La disuasión no funciona con Chávez, pero sí tendrá éxito con muchos de sus seguidores. Washington debe entender que lo esencial es el aprendizaje político que producirá el endurecimiento de su postura ante Chávez y sus aliados. No creo que esto lo capte la oposición oficial venezolana, pero el pueblo sí comenzará a comprender que Chávez nos conduce al abismo.

 

 
 
 
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