La
descertificación del régimen venezolano por parte de Washington,
tardía y a medias, constituye sin embargo un paso en la senda
correcta. Por demasiado tiempo Washington ha errado con relación
al caso venezolano, y ha sido incapaz de articular una política
coherente frente al desafío de la revolución "bolivariana". El
desatino ha consistido en presumir que una línea de
apaciguamiento, tolerancia y paciencia conduciría eventualmente
a la moderación del régimen o a su desgaste. Nada de esto ha
ocurrido ni ocurrirá como producto de una política de ese tipo.
Los regímenes como el de Hugo Chávez tienen que combatirse sin
actitudes equívocas que puedan ser interpretadas como síntomas
de debilidad.
Las consecuencias de la línea de Washington han sido
nefastas para sus intereses y la democracia en Venezuela. Lo más
grave es que Chávez le ha ido perdiendo el respeto a Estados
Unidos, porque sus desafíos, imposturas, insultos y
destemplanzas han quedado siempre impunes y no han tenido costo
alguno. Como resultado de ello Chávez ha continuado subiendo la
apuesta sobre una mesa sin contrincantes, dispuestos a enseñarle
qué está en juego.
El problema del apaciguamiento es que impide un proceso de
aprendizaje. El caso de Hitler y Alemania —que menciono a manera
de analogía— es emblemático. Entre 1933 y 1939 Hitler avanzó sin
tropiezos, rompiendo tratados, invadiendo países, burlándose de
enemigos a los que empezó a despreciar. Cuando luego de la
invasión a Polonia en 1939 los ingleses y franceses al fin
decidieron que había llegado demasiado lejos, y le declararon la
guerra, Hitler no lo podía creer. Su desdén por sus adversarios
era tal que pensó que jamás se le opondrían.
Algo semejante ha pasado con Chávez. Pero no es solo él
quien ha dejado de experimentar un proceso de aprendizaje;
tampoco el pueblo ha asimilado enseñanza alguna, pues la
revolución aparentemente no ha tenido costos, o éstos no han
sido lo suficientemente contundentes para que se entienda que
los actos tienen consecuencias, y que la altanería de Chávez, su
decisión de aliarse a Fidel Castro, su empeño en agredir a
Estados Unidos, su respaldo a los radicales del mundo, su apoyo
a la subversión en América Latina, su corrupción y
autoritarismo, tienen un precio.
El dinero petrolero ha permitido a Chávez enmascarar su
avance hacia la dictadura militarista-socialista. A ello se ha
sumado la actitud apaciguadora de Washington, así como la
postura complaciente de la oposición oficial venezolana, que con
su pretensión de que en Venezuela impera la normalidad
democrática, con su enfermedad electoralista y su intento de
convivencia con los desmanes del régimen, contribuye a impedir
que el país despierte. Con las excepciones de Washington y
Bogotá, la hipócrita comunidad interamericana contempla a
Venezuela hundirse, en tanto recibe dádivas de Chávez o disfruta
de sus contratos. Sólo si Washington y la oposición real en
Venezuela asumen una línea de claro cuestionamiento a Chávez, se
producirá el aprendizaje que el pueblo requiere: los actos
tienen costos, y Chávez y su régimen forajido deben pagarlos.
Washington debe endurecer su política hacia el gobierno
venezolano, y no admitir el falaz argumento de que con ello le
harán un favor al caudillo transformándole en mártir, y
atornillándole como a Castro. Es crucial tomar en cuenta las
nuevas circunstancias mundiales, y la ausencia de una Unión
Soviética que apuntale a Chávez. Por otra parte es indispensable
admitir que Chávez no es persuadible; él ya no puede ni quiere
cambiar, ni está en sus manos moderarse pues forma parte de un
movimiento internacional de la izquierda radical anti-estadounidense.
Venezuela es un eslabón insustituible de esa estrategia. Pero si
bien Chávez no va a cambiar, una línea política distinta de
parte de Washington sí cambiará a muchos de los que le rodean y
le siguen, incluyendo parte de los sectores populares. Sumo
además al sector oportunista de la FAN que ha aceptado la
tragedia de la alianza con Cuba, así como a no pocos
revolucionarios de pacotilla en el ámbito civil que aún no han
entendido la seriedad del drama venezolano, porque los costos no
les han tocado.
La disuasión no funciona con Chávez, pero sí tendrá éxito
con muchos de sus seguidores. Washington debe entender que lo
esencial es el aprendizaje político que producirá el
endurecimiento de su postura ante Chávez y sus aliados. No creo
que esto lo capte la oposición oficial venezolana, pero el
pueblo sí comenzará a comprender que Chávez nos conduce al
abismo.
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