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¿Qué le ocurre a Europa? 
por Aníbal Romero
miércoles, 10 agosto 2005

 

    La Europa de nuestros días, en particular la denominada "vieja Europa" que incluye a Francia, Alemania, Italia, España, Holanda y Bélgica, está hoy consumida por tres problemas: la caída en su población, el bajo crecimiento económico, y la incapacidad para responder de manera clara y asertiva ante el desafío del fundamentalismo islámico. Los electorados europeos se muestran incapaces de comprender la naturaleza de sus problemas, y tienden a evadirlos, debatiéndose entre el miedo y la parálisis. Estos hechos son palpables y los números al respecto no mienten. La erosión demográfica de esos países se agrava con el tiempo, y muy  pronto las escasas nuevas generaciones llevarán sobre sus hombros el peso insostenible de sociedades compuestas esencialmente por personas de avanzada edad. En cuanto a la economía, Francia, Alemania e Italia van quedándose atrás con relación a sus competidores, y las estructuras de bienestar construídas después de la Segunda Guerra Mundial son asfixiadas por el desempleo y la inflación.

    El tema espiritual es más complejo y de más larga data, y debemos observarlo con perspectiva histórica. El punto de inflexión tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial. Hasta esa encrucijada decisiva Europa prácticamente dominaba el mundo. La guerra, cruenta, larga y traumática, devastó la flor y nata de la juventud de las naciones en pugna, y mermó para siempre su confianza en sí mismas. La guerra también abrió las puertas a la revolución bolchevique en Rusia, y sembró las semillas del fascismo italiano y el nazismo en Alemania. A la carnicería en las trincheras, y a la victoria marxista en el imperio de los zares, se sumó un malestar moral que dio origen a los totalitarismos nazi y comunista, y desató la furia de Hitler sobre el continente.

    Varios libros fundamentales que aparecieron entre 1918 y 1927, dan cuenta de manera dramática del clima espiritual que se posesionó de Europa luego del conflicto. Leer ahora esos libros equivale a penetrar en un universo de radical sacudimiento existencial, y me parece imposible asimilar lo que significó la crisis europea de los años veinte y treinta del siglo pasado, en la que se incubaron Hitler, Stalin, el Holocausto judío y el Gulag soviético, sin pasearse por las páginas de la Carta a los Romanos del teólogo Karl Barth, El Principio Esperanza de Ernst Bloch, La Decadencia de Occidente de Oswald Spengler, La Montaña Mágica de Thomas Mann, y la obra cumbre del filósofo Martin Heidegger, Ser y Tiempo. Todos estos libros cruciales y sombríos ponen de manifiesto, cada uno a su modo y desde el rango de su género, la debacle de un mundo y la inseguridad y deterioro de una civilización.

    Con el paso del tiempo se olvida que Hitler marchó a sus conquistas gracias a la cobardía del resto de Europa. La política de apaciguamiento de Francia y Gran Bretaña hizo posible para el líder nazi rearmarse y someter a Austria y Checoslovaquia. La declaración de guerra contra Alemania en 1939, ante la invasión a Polonia, fue tardía e ineficaz. Francia cayó fácilmente en 1940, y sólo la tenacidad de Churchill y los ingleses se interpuso entre los nazis y su victoria, hasta que el ataque alemán a Rusia en 1941, y la entrada de Estados Unidos en la guerra, cambiaron el panorama. Cabe recordar que Stalin era un aliado de Hitler, y sólo se le enfrentó cuando fue obligado a ello por la invasión alemana. Sobre la resistencia francesa y en otras partes, existen demasiados mitos en cuanto a su verdadera magnitud e impacto. La "vieja Europa" fue en realidad salvada por otros del nazismo.

    Después de 1945 Europa estuvo por décadas defendida por los Estados Unidos frente a la ex-Unión Soviética. Los europeos no tuvieron que pagar por su defensa, y se les facilitó una recuperación económica que a la postre les hizo olvidar las lecciones del pasado. Hoy, en medio del relativismo ético característico de una civilización herida, retornan en Europa el antisemitismo, la debilidad ante la amenaza terrorista, la empatía hacia enemigos implacables, la confusión "multicultural", el odio insensato hacia Estados Unidos, y la desconfianza en su identidad y valores históricos. Un Chirac, un Rodríguez-Zapatero, y un Gerhard Schroeder son ejemplos patéticos de la ceguera apaciguadora, el desatino político y la sumisión moral europeas. Sólo Estados Unidos, en especial los sectores conservadores del partido Republicano, se yerguen firmes en medio de la decadencia occidental, con mayor claridad teórica y voluntad política. Sin ellos en Washington la rendición de Occidente sería total.

 
 
 
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