Es
muy plausible que importantes grupos e individuos opositores al
gobierno militar y autocrático de Chávez hayan llegado a un
acuerdo unitario, para lanzar la candidatura presidencial de
Manuel Rosales, exitoso gobernador del Estado Zulia e igualmente
exitoso ex alcalde de Maracaibo. Y es también natural, y muy
auspicioso, que ese acuerdo y esa candidatura hayan provocado
gran entusiasmo en densos sectores de la población, que ven en
ello un motivo para que renazcan las esperanzas que prendieron
con gran fuerza en los meses previos al referendo revocatorio,
en agosto de 2004, frustradas por el más descarado fraude
electoral de la historia venezolana, más grotesco y espectacular
incluso que el de 1952.
Se repite el hecho condición básica para el éxito, aunque no
suficiente, como se demostró entonces de que un objetivo común
logre sellar un pacto que, como aquella vez, tiene como
característica principal la promiscuidad dicho sin ánimo
peyorativo, sino meramente descriptivo, en el sentido de
reunir grupos y personas que van de la extrema derecha a la
extrema izquierda, de la opulencia de algunos a la pobreza
crítica de muchos otros. Lo cual garantiza una gran fuerza, por
el enorme caudal de votos que aporta, aunque no logre subsistir
mucho más allá del 3 de diciembre, sea cual fuere el resultado
de las elecciones.
No conozco salvo por la televisión a Manuel Rosales. Pero sé
lo excelente que ha sido su gestión de gobierno, como alcalde de
Maracaibo y como gobernador del Estado Zulia. Y no se trata de
un conocimiento basado en la opinión ajena que la ha habido,
desde luego, sino también de la observación directa de los
resultados de esa gestión de gobierno, al menos en su aspecto
material y tangible. Basta recordar lo que era la capital
zuliana antes de ser Rosales su alcalde, y lo que fue, y sigue
siendo, a partir de su elección para ese cargo.
Hay, pues, motivos para confiar en Manuel Rosales como un
eventual gobernante de todo el país. Los pocos días que van de
su campaña electoral confirman y fortalecen esa confianza. Su
discurso sereno, inteligente, sencillo, equilibrado, incisivo
sin ser estridente, agresivo sin ser procaz ni chabacano, ha
traído al ambiente político de hoy, tan saturado de violencia
verbal y física, un aire refrescante, compensatorio de las
asperezas, la vulgaridad, las mentiras, la demagogia y el
cinismo del discurso oficial, tanto del presidente como de sus
más cercanos servidores.
Pero quizás más importante que la unidad en torno de un
candidato, sea lo que pareciera vislumbrarse como un nuevo
liderazgo, por el que el pueblo venezolano viene clamando desde
hace tiempo. Un nuevo liderazgo sin arranques caudillescos ni
mesiánicos, sin pretensiones autocráticas ni totalitarias, con
evidentes signos democráticos y con genuina sensibilidad social.
No pretendo fungir de arúspice político. Me limito a reflexionar
sobre la base de algunos de los signos que se perciben en el
ambiente. ¿Estaremos, realmente, en el umbral de una nueva
etapa en la evolución histórica de nuestro país? ¿Se cumplirá,
una vez más, el principio sociopolítico de que las grandes
crisis hallan su solución cuando y donde menos se las espera?