Varias
veces me ha llegado por correo electrónico un texto en el cual
alguien se propone explicar el origen de ciertas expresiones
populares en Venezuela. Una de ellas es la palabra coroto,
propia de nuestro lenguaje coloquial, muy rica en significados,
hasta el punto de ser un verdadero comodín lingüístico, con el
cual designamos prácticamente todo. Un coroto es un
trasto, un perete, un perol, un cachivache,
un cacharro, un bicho o una bicha, una
guarandinga, un recipiente cualquiera, y en plural, los
macundalesŠ En las casas suele haber un cuarto de los
corotos. A los muchachos desordenados se acostumbra
reprenderlos: ³Ordenen esa corotera, que aquí ya ni se
puede entrar². Fue muy famosa la corototeca de Caremis
(Carlos Eduardo Misle). Y a veces se le dice coroto a la
silla de Miraflores, donde se sienta el presidente, y en general
al poder político, en relación con las apetencias que despierta:
³A ese como que va a costar bajarlo del coroto², o,
contrariamente, ³Fulano está chingo por ponerle la mano al
coroto².
De mi lejana infancia recuerdo que le decían coroto al
recipiente que, en las viejas pulperías, tenían para cada
cliente, en el cual el pulpero, por cada compra que se hacía
depositaba uno o más granos de caraota o de café, según el
monto de la compra, que posteriormente, al llenarse el coroto
o a petición del interesado, se cambiaban por dinero. A ese
coroto también solían llamarlo taturo.
También recuerdo que en el lenguaje carcelario se conocía mucho
la frase ³¡Fulano, con sus corotos!², con que llamaban a los
presos a la prevención, y era señal de libertad, o también de
traslado de una cárcel a otra. Si sólo gritaban el nombre del
preso, cundía el terror: era indicio de que lo llevaban para
interrogarlo, y con frecuencia para torturarlo, a lo cual, por
supuesto, iba sin sus corotos.
Sobre el origen de coroto, en el texto recibido se repite
la hipótesis de que el general Antonio Guzmán Blanco, tres veces
presidente de la República, había adquirido algunos cuadros del
famoso pintor francés Camille Corot, y siempre alertaba a la
servidumbre cuando hacían la limpieza de su casa: ³¡Cuidado con
los Corot!². De ahí que se hablase, no sin un dejo de burla, de
³los corotos del general². Otra versión atribuye la
propiedad de las pinturas al también presidente, general José
Tadeo Monagas. Se dice que este tenía en su residencia dos
cuadros de Corot, y al ser derribado su gobierno su casa fue
saqueada, y las pinturas arrastradas por las calles, ante lo
cual alguien exclamó: ³¡Adiós, corotos².
El profesor Ángel Rosenblat ha demostrado que estas hipótesis,
que por su belleza merecerían ser ciertas, no lo son. Coroto,
alega, ³era ya [de uso] general antes de la época de Guzmán
Blanco, antes de la caída de Monagas, (Š) y seguramente antes
de la existencia misma de Corot² (Buenas y malas palabras.
Biblioteca Ángel Rosenblat. Tomo I. Monte Ávila Editores. p.
125). De modo que la palabra no puede tener su origen en esa
supuesta anécdota, aunque de hecho, Guzmán Blanco sí pudo haber
adquirido en París, donde tanto vivió muchos años, algún cuadro
de Corot.
Según Rosenblat, nuestro coroto es de origen indígena,
hipótesis muy bien fundada en diversos argumentos, que él
desarolla ampliamente en el artículo que a la palabra le dedica
en Buenas y malas
palabras.