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Libertad de expresión
por Alexis Márquez Rodríguez
viernes, 26 agosto 2005

 
El principal alegato para negar que el gobierno  venezolano sea una dictadura es la existencia de libertad de expresión. Los afectos al  régimen lo aducen con absoluta convicción y con ánimo de autojustificarse, y mucha gente de oposición lo menciona como la única frontera entre la democracia, con sus defectos y fallas, y la dictadura. Se admite, incluso, que el gobierno viene aplicando progresivamente métodos dictatoriales, pero que, mientras subsista la libertad de expresión no podrá hablarse de dictadura.

Al hacer tales consideraciones se tiende la mirada hacia las dictaduras del pasado, sobre todo las más cercanas, de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Los que, por razones de edad, sabemos de estas por experiencia propia, tendemos  a señalar que la subsistencia de un determinado grado de libertad de expresión, más otros factores, dan la diferencia entre un gobierno autoritario, a veces despótico, y una dictadura. Aunque, si bien lo de autoritario es evidente, cada vez es más palpable que en Venezuela tenemos la paradoja de un gobierno autoritario sin autoridad.  

Quizás juzgamos el actual  gobierno con criterios y paradigmas tradicionales, y no dentro de un esquema novedoso, que nos permitiría  decir que lo que tenemos es una dictadura,  pero de nuevo estilo, original. Tal vez pudiera decirse mejor que lo que tenemos no es una verdadera democracia, pero tampoco una verdadera dictadura. En tal situación es obvio que, no pudiendo ser permanente, los hechos frecuentes indican la tendencia a inclinase hacia lo segundo.

En el caso específico de la libertad de expresión, es innegable  que aún se mantiene, puesto que cualquiera puede decir del gobierno y de los gobernantes lo que se le antoje, desde críticas serias, razonadas, en un lenguaje decente, hasta las expresiones más guarangas y soeces. Esto último, por supuesto, aupado por el lenguaje oficial, por boca del propio Chávez, que no sabe de contenciones ni sutilezas a la hora, harto frecuente, de arremeter con insultos y vulgaridades contra la oposición en conjunto, o contra individualidades que irriten su delicada piel.

Pero el grado y la calidad de la libertad de expresión de que todavía gozamos tampoco son los que ortodoxamente se conocen. Es  una libertad permanentemente amenazada, ni siquiera por la represión brutal de otras épocas, sino por leyes  amañadas y por unos poderes públicos que son simples instrumentos descaradamente progubernamentales.

A lo cual se agrega la total inoperancia de esa libertad. La libertad de expresión no es sólo la posibilidad de que cada quien diga lo que quiera. Esa capacidad debe ir acompañada de la efectividad que supone una opinión pública a la que el gobierno y los gobernantes están obligados a atender, no sólo a oír, en el sentido de que rectifiquen aquellas políticas que la opinión pública demuestre  que están equivocadas o son funestas. Y esto no existe hoy en Venezuela. Hay, ciertamente, la posibilidad de denunciar a través de los medios lo que es inequívocamente  execrable, como la corrupción, por ejemplo. Pero el gobierno y los gobernantes reciben las denuncias como quien oye llover. Y así no puede hablarse de libertad de expresión. Mas bien sería la libertad de  perder el tiempo.

No deje de oír, de lunes a viernes, a las 11,30 a.m., el micro  CON LA LENGUA EN ONDA, por la emisora RADIO ONDA 107.9 FM, en el programa de Mari Montes.

*

 Artículo publicado en el vespertino Tal Cual, edición del vienres 26, agosto 2005

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