|
|
El
hombre
nuevo
por Alexis Márquez Rodríguez
viernes,
15 julio
2005
|
|
La
formación de lo que se ha dado en llamar ³el hombre nuevo² es
parte esencial de la utopía que la humanidad ha anhelado desde
siempre. Es consustancial con el espíritu humano no
conformarse con lo que tiene, y siempre, aunque lo que tenga
sea bastante bueno, querrá algo mejor. Ya lo decía Alejo
Carpentier al final de su novela El reino de este mundo:
³Šel hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la
porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está
precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas².
Como es natural, ese empeño en construir ³el hombre nuevo² es
la esencia de la educación en todas las sociedades que ha
conocido la historia. Los padres mandan a sus hijos a la
escuela para que aprendan a ser mejores. Nada define más
exactamente el sentido del cambio y el progreso, individual y
socialmente considerados, que el sistema educativo.
Esta idea, sin embargo, tropieza con una paradoja insalvable:
¿cómo pueden construir ³el hombre nuevo² los hombres viejos,
la vieja sociedad? ¿Cómo pueden unos hombres y mujeres y una
sociedad llenos de vicios, de carencias, de defectos de todo
tipo, formar un ³hombre nuevo² para una nueva sociedad? Quizás
en esto esté la clave para explicarnos por qué todos,
absolutamente todos los propósitos y planes para conseguir ese
³hombre nuevo² han fracasado, en la Antigüedad, en la Edad
Media, en la Época Moderna y en la Contemporánea. Fracasado,
entiéndase bien, en cuanto que no han podido crear el tan
ansiado ³hombre nuevo², sin menoscabo de que la educación haya
avanzado enormemente, y hoy se forme en los planteles
educativos gente más sabia, más preparada científica y
tecnológicamente, hasta niveles de asombro, pero con los
mismos vicios y defectos de siempre, caracterizadores de lo
que suele llamarse la ³condición humana². Basta un ejemplo: la
corrupción que hoy campea en todas las sociedades en unas más
que en otras, desde luego es la misma desde la Antigüedad
hasta ahora, con sus rasgos específicos según los tiempos y
lugares, por supuesto.
La mejor descripción que yo conozca de un programa de
formación del ³hombre nuevo² la dio, desde su ideología
positivista, el argentino José Ingenieros (1877-1925): ³La
sociedad entrega al maestro los niños, como al jardinero las
semillas, para que en aquellos germinen sentimientos como de
estas brotan flores. Hay que saber formar los almácigos
humanos, regarlos, protegerlos, apuntalarlos, clasificarlos,
separar las malezas, para que de la escuela salga bella y
lozana la más admirable flor del universo, el hombre².
Al margen de las nobles intenciones del autor, de las cuales
no hay por qué dudar, y del carácter metafórico de estas
expresiones, no deja de inquietar el sentido de algunas de
ellas, como ³formar los almácigos humanos², ³clasificarlos² y,
sobre todo, ³separar las malezas². Aunque el carácter utópico
de una escuela como esa aleja la posibilidad de que sea
realidad alguna vez, de llegar a serlo hiela la sangre el sólo
imaginar en manos de qué "jardineros" pudieran caer nuestros
niños.
He recordado estas palabras deI ilustre y admirable pensador
argentino leyendo el proyecto de nueva Ley de Educación.
* |
Artículo publicado en
el vespertino
Tal Cual, edición del
viernes 15, julio 2005 |
|
|
|
|
|
|
© Copyright 2005 - WebArticulista.net -
Todos los Derechos Reservados. |
|
|
|
|
|
|