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Carta
a Lisandro
Otero
por Alexis Márquez Rodríguez
miércoles,
10 agosto
2005
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Sr.
Lisandro Otero
La Habana. Cuba
Querido Lisandro:
Con estupor, y te confieso que también con gran tristeza, he
leído una carta tuya fechada el 22 de julio pasado, publicada en
el diario El
País,
de Madrid. No sé si admirar en ti una gran capacidad para la
fantasía, nada extraña en quien es un excelente novelista, o
deplorar que hayas sido víctima de un vil engaño. Te diré por
qué.
Te refieres al Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos
en su edición de 1987. Dices que, por una llamada que te
hizo la noche anterior al otorgamiento del Premio nuestro común
amigo Caupolicán Ovalles, hoy lamentablemente fallecido, te
enteraste de que para ese momento ya se había fallado el Premio
a tu favor. Pero que ³al día siguiente se anunció que el
vencedor había sido Abel Posse, con su novela Los perros del
Paraíso². Tal hecho, como es obvio, aunque tú no lo dices
expresamente, supone que de un día para el otro el Jurado cambió
su veredicto, y tú atribuyes ese supuesto cambio ³a una llamada
del entonces embajador de Estados Unidos en Caracas, Otto Reich,
al presidente Carlos Andrés Pérez expresando su protesta por la
concesión del premio a un Œcastrista¹ ². Aquí es donde está, o
un ejercicio tuyo de fantasía, o el vil engaño de que pudiste
ser víctima. Tú atribuyes a ³algunos miembros del jurado y
otras personalidades vinculadas a la cultura venezolana² el
haber sabido por ellos sobre la imaginaria gestión del embajador
de Estados Unidos ante el presidente Carlos Andrés Pérez, quien
en ese momento, por cierto, era gran amigo de Fidel Castro y
mantenía con Cuba unas excelentes relaciones, incluso más allá
del ámbito propiamente diplomático.
Quiero suponer, en aras de nuestra vieja y fraterna amistad y
compañerismo, que has olvidado que yo estuve en el Jurado en
aquella ocasión, y que de haberlo recordado te hubieses
informado conmigo acerca de la veracidad o falsedad de aquellos
hechos, antes de hacer pública tu lamentable carta, dando por
cierta la injuriosa especie. Injuriosa, desde luego, porque
supones en el Jurado, y en mí por ser parte de él, una
venalidad de la cual tú me sabes incapaz, y que de serlo es
obvio que no me tendrías el afecto que creo siempre me has
tenido. Lo peor es que conociéndote tanto desde hace tanto
tiempo, sé que ningún otro de los miembros venezolanos del
Jurado de ese año tuvo contigo una amistad de tal grado como
para hacerte semejante confidencia, que suponía además la
confesión de una indignidad, de donde se deduce que ³los
miembros del Jurado² a que te refieres tuvo que ser uno solo: yo
mismo.
Nada más mentiroso. El Jurado de ese año estuvo integrado por mí
y por Pedro Díaz Seijas, José Antonio Castro, el también
lamentablemente fallecido Iraset Páez Urdaneta y Fernando del
Paso, este último ganador del premio anterior, quien no vino a
Caracas a participar en las deliberaciones del Jurado. Tú, que
posteriormente fuiste también Jurado del Rómulo Gallegos,
sabes cuál era entonces su procedimiento, que no sé si sigue
siendo igual o ha cambiado. En aquella ocasión deliberamos
durante varios días, con el propósito de dar el veredicto el
sábado siguiente. El viernes en la noche habíamos seleccionado
dos únicos finalistas, tú, con Temporada de Ángeles, y
Abel Posse con Los perros del Paraíso. Ambos tenían
tres votos seguros, porque Díaz Seijas, Páez Urdaneta y yo
considerábamos que el premio debía estar entre ustedes dos,
sin importarnos cuál fuese, pues nos parecía que los méritos de
ambas novelas eran parejos, hasta el punto de que barajamos la
posibilidad de dividir el premio entre las dos, pero las Bases
no lo permitían. El cuarto voto, de José Antonio Castro, era a
favor de Alfredo Bryce Echenique, no recuerdo por cuál de sus
novelas. Faltaba el voto a distancia de Fernando del Paso, quien
se hallaba en París, y se convino en que el día siguiente,
sábado como ya dije, yo hablara con él por teléfono, en
consideración de nuestra vieja amistad. Así fue, y conversé
telefónicamente con Fernando dos veces en la mañana de ese
sábado, hora de Caracas, en las cuales él insistió en que su
voto era para La tragedia del Generalísimo, de Denzil
Romero, y que no podría cambiarlo sin discutir con nosotros, lo
que no podía ser por no estar en Caracas. Así se llegó al
veredicto final, que fue casi por sorteo entre los dos
finalistas, tú y Posse. Recuerdo bien que fue una pequeña
observación de Iraset Paéz Urdaneta lo que inclinó la votación
final a favor de Posse, por mayoría de tres. El veredicto se
dictó cerca de las 12 de ese día.
Como ves, lo de que el premio se hubiese decidido a favor tuyo
el viernes en la noche, y que luego, por una supuesta gestión
que realizara esa misma noche el embajador de USA ante Carlos
Andrés Pérez, se te hubiese despojado de él, no pasa de ser,
como ya te dije, o un vano ejercicio de fantasía tuyo, o una
conseja que deliberadamente alguien te dio como cierta, con
intención evidente de dañar la moralidad del Jurado y, de paso,
de congraciarse contigo.
Debo insistir en que, si me conoces bien, como yo a ti, jamás
has debido suponer siquiera que lo que das por cierto,
supuestamente informado a ti por ³miembros del Jurado y otras
personalidades de la cultura², pudiese ser verdad. Mi vida
pública afortunadamente es bastante conocida en mi país, y por
mucha gente en otras partes, y si de algo puedo ufanarme es de
haber actuado siempre con rectitud y honestidad ampliamente
reconocidas, a prueba de infamantes suposiciones como la que
malignamente revelas en tu lamentable carta. Por eso insisto en
que hacer pública tu certeza sobre la supuesta maniobra para
despojarte de un premio, que sin duda merecías, pero no habías
ganado, se debe a que habías olvidado mi presencia como miembro
del Jurado.
Tengo una larga experiencia como jurado de premios literarios
nacionales e internacionales, y nunca me ha gustado revelar las
intimidades de aquellos en que he participado. Pero voy a romper
esa norma para agregar algunas cosas sobre el Premio Rómulo
Gallegos de ese año. Desde antes de constituirnos en Jurado
tuve la certeza de que tú serías uno de los finalistas, después
de haber conocido detalladamente la muestra que concurría ese
año, y sentí en mi fuero interno que me gustaría que fueses el
ganador. En la primera reunión del Jurado opté por la táctica
de no hablar de entrada, para poder calibrar las inclinaciones
del Jurado. Para mi grata sorpresa, el primero que dio su
opinión fue Díaz Seijas, inclinándose a favor de ti o de Posse.
Inmediatamente fue secundado por Páez Urdaneta, para aumentar mi
satisfacción. El tercero en hablar fue Castro, quien desde el
primer momento se pronunció a favor de Bryce Echenique,
decisión que mantuvo hasta el final. Me tocó, pues, hablar de
último, y me limité a respaldar las opiniones concurrentes de
Díaz Sejas y Páez Urdaneta. El mandado estaba hecho, como
decimos en buen venezolano. Cualquiera de los dos que ganase me
resultaba satisfactorio, aunque admito que mi preferencia era
por ti, más por razones personales que literarias, pues en ese
momento ya tú eras viejo amigo mío, mientras que a Abel Posse
apenas lo conocía, y con quien sólo después trabé una entrañable
amistad. Pero las dos novelas, a mi juicio, tenían el mismo
peso, por lo cual, aunque sintiéndolo en mi espíritu, en
aquella reunión final, del sábado, y después de haber conversado
telefónicamente, como ya dije, con Fernando del Paso, no me fue
difícil sumar mi voto a los otros dos que se inclinaban por la
novela de Posse.
Como ves, pues, no hubo nada de esa fantasiosa intervención del
embajador yanqui, o si la hubo, el entonces presidente del
Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, mi
querido amigo Eduardo Casanova, tuvo la prudencia de guardársela
para él, y nunca ni siquiera hizo insinuación alguna a los
miembros del Jurado, sin duda porque, de haber sido así, supo
respetar la majestad del mismo y la dignidad de sus integrantes.
Quiero que sepas que yo hubiese querido no escribirte nunca esta
carta, y si lo he hecho ha sido forzado por lo lacerante de la
acusación de deshonestidad y falencia ética que echas sobre mí,
quizás, como ya dije, sin saberlo, por no recordar que yo estuve
en el Jurado al que desconsideradamente le endilgas tan
deshonesta conducta.
Paso por alto tu sutil defensa del actual gobierno militar de mi
país. Conozco tu posición al respecto, y la respeto plenamente.
Sólo lamento que la misma sea producto de un total
desconocimiento de lo que realmente ocurre hoy en Venezuela, en
manos de un gobierno y de un gobernante que nos han conducido,
en siete años, al más grande desastre de nuestra historia, y que
amenaza literalmente con destruir nuestro desventurado país.
Recibe, querido Lisandro, un afectuoso abrazo de tu invariable
amigo y compañero de siempre,
Alexis Márquez Rodríguez
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