|
|
Revolución
por Alexis Márquez Rodríguez
viernes, 3
junio 2005
|
|
Es
obvio que Venezuela necesita una revolución. El fracaso de los
gobiernos posteriores a Pérez Jiménez nos llevó al borde de la
catástrofe. La pobreza alcanzó niveles insólitos, y hubo que
fijar estratos dentro de ella: pobreza pura y simple, y
pobreza extrema o crítica. La asistencia social se
convirtió en un monstruo de ineficacia y corrupción. Los
servicios de salud, que alguna mejora tuvieron en los primeros
años del período, cayeron en la postración. La educación, que en
esos años logró superar, al menos en lo cuantitativo, la incuria
en que la dejó la dictadura, volvió a la ineficacia y la
piratería. La producción agropecuaria vivió altibajos y
conflictos, sin una política coherente y audaz, que erradicase
la miseria de los campesinos y evitase que estos, motivados por
sus carencias, emigrasen a las ciudades y formasen barriadas
dantescas. La corrupción, que en la dictadura llegó a cotas
inauditas, no desapareció con la caída de esta, pero se atenuó
notablemente en los primeros tres gobiernos democráticos, y
luego repuntó escandalosamente, y se volvió una lacra purulenta,
alimentada por el sauditismo petrolero.
Pero no todo fue negativo en el período 58-99. Ya dije que en
sus primeros años hubo logros importantes. En educación se hizo
un enorme esfuerzo, sobre todo en la formación de docentes y en
la apertura de nuevos planteles, con el notable aumento de la
matrícula escolar. Sólo en el nivel superior se pasó, de tres
universidades nacionales y dos privadas en 1958, a más de cien
entre universidades y otros institutos. Y en el fomento de la
cultura se crearon instituciones fundamentales: el Instituto
Autónomo Biblioteca Nacional, el Teatro Teresa Carreño, el
CELARG, Monte Ávila Editores, la Biblioteca Ayacucho, la Galería
de Arte Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo, otros museos
en Caracas y en el interior, las orquestas infantiles y
juveniles, los Festivales de Teatro, etc. Algunas por esfuerzo
privado, pero con la ayuda del Estado.
Aun así, en 1999 el país se hallaba en postración casi total. Se
requería una verdadera revolución, no violenta, pues había
consenso sobre la necesidad de cambios radicales, que pusiesen
sobre sus pies lo que estaba de cabeza. En esa base insurgió
Chávez, como esperanza de cambio que convenció a muchos. Muy
pronto la esperanza se trocó en decepción: el país, no sólo no
logró avances, sino que vio cómo todo empeoraba
escandalosamente.
No se trata de que los propósitos de Chávez sean per se
condenables, sino de que incluso lo que en ellos pueda haber de
positivo se vuelve negativo y alarmante, por la falta de
políticas racionales y el predominio de la improvisación y el
desbarajuste.
En los últimos seis años se ha demostrado que Chávez y sus
colaboradores no son, ni mental, ni ideológica, ni técnica, ni
políticamente capaces para llevar adelante ni siquiera la
embustera revolución que dicen. Su aparatoso fracaso ha
pervertido el concepto de revolución, y hoy esa sola palabra
aterra a la mayoría de lo venezolanos.
La ³revolución² de Chávez, ahora ribeteada de un también
embustero ³socialismo², ni siquiera se puede llamar reformismo,
pues las pocas medidas orientadas a un cambio, por la
improvisación y torpeza con que se aplican están condenadas al
fracaso.
* |
Artículo publicado en
el vespertino
Tal Cual, edición del
viernes 3, junio 2005 |
|
|
|
|
|
|
© Copyright 2005 - WebArticulista.net -
Todos los Derechos Reservados. |
|
|
|
|
|
|