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El Estado Docente 
por Alexis Márquez Rodríguez
sábado, 02 julio 2005

 
El debate sobre el proyecto de Ley de Educación no siempre ha estado bien orientado. Interfieren intereses grupales, del lado del Gobierno o de sectores de oposición. Además, mucha gente no conoce bien la materia, y se lanzan a defender, de manera justa, pero sólo intuitiva y emocional, la formación de sus hijos de lo que juzgan  un serio peligro.

Lo muestra la forma como muchos se refieren al Estado docente. Aparte de creer que este es un demonio aterrador, piensan que es un contrabando que nos quieren meter como una maligna novedad. Esto me hace recordar la anécdota de una anciana francesa que, ante el rumor de que iban a estatizar los bancos, corrió a retirar sus ahorros de donde los tenía. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, confesó que por temor a que ese banco fuese estatizado, y ella prefería uno privado. A lo que el empleado que la atendía le respondió: ³Señora, este banco, desde que se fundó, hace más de cien años, siempre ha sido y es del Estado².

El principio del Estado docente ha regido la educación venezolana, con rango constitucional, desde la primera república. En la  Constitución de 1811 se atribuía a las provincias, órganos del Estado, todo lo relativo a la educación, en especial la ³creación de escuelas, academias y colegios². Desde entonces en todas las constituciones ha sido explícita y esencial la función educadora del Estado. Y aunque se ha aceptado siempre la educación privada, ha sido bajo la suprema inspección y vigilancia estatal. De hecho, todas las generaciones hoy activas en Venezuela nos formamos bajo el principio del Estado docente.

El problema no es, pues, el Estado docente, sino el Estado, o mejor, el gobierno que sirve al Estado. En un gobierno democrático, respetuoso de los derechos humanos, de las leyes e instituciones, el Estado docente será idóneo para la formación de ciudadanos libres, demócratas y observantes de las leyes. Un gobierno dictatorial, antidemocrático, totalitario, con Estado docente o sin él intentará forjar a martillazos un ³hombre nuevo², sumiso, desdeñoso de la democracia y la libertad, moral e ideológicamente castrado. Y digo intentará, porque, como escribiera recientemente Elías Pino Iturrieta en un lúcido artículo de El Universal (25/6/05), será inútil, pues a la larga ese ³hombre nuevo² derribará, violenta o pacíficamente, el gobierno despótico. Y es que a martillazos sólo se forja el hierro, como lo hacía mi padre en la herrería donde me crié, pero no el espíritu de la gente.

El texto que se propone para sustituir el proyecto aprobado por unanimidad en primera discusión en la Asamblea Nacional, está lleno de trampas. La primera, insertar reiteradamente con valor normativo, ya no el concepto o principio, sino la mención expresa del Estado docente, con notorio propósito provocador, como desafiando a los sectores que se le oponen. Lo mismo cabe decir de la necia definición como bolivariano del sistema educativo, con evidente interés de teñir la ley de una pseudoideología que, además de acabar de prostituir el nombre y el pensamiento del Libertador, se erige asimismo con un carácter abiertamente desafiante.

Además, numerosas disposiciones del nuevo proyecto revelan la decisión de utilizar el Estado docente, no para garantizar una  educación democrática, sino como instrumento para implantar un sistema escolar de definida orientación totalitaria.
 
 
 
 
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