Las
famosas quincallas chinas surtidas de todo, sus restaurantes
y, anteriormente, sus lavanderías han sido y son parte de la
vida de los venezolanos. Allí se compra bueno y barato.
Ahora comenzamos febrilmente a negociar con ellos otras
cosas como barcos petroleros, satélites, cables de fibra
óptica, casas, carros, motos, educación, computadoras,
ropas, alimentos y bebidas, es decir, los chinos viene con
todo.
Desde que se acabó la revolución
cultural y, aún mas importante, desde que
Den Xiaoping dijo “no importa el color del gato si no que
cace ratones” China ha crecido económicamente a una alta
rata constante por varias décadas. Crecer y industrializarse
para exportar ha sido la clave, no sólo por la riqueza que
se ha generado sino porque ella como siempre logra alcanzar
a todas las clases. En este sentido China que había vivido
una revolución socialista o comunista, como se prefiera
llamar, y cuya población estaba en una condiciones de
extrema indigencia logró sacar a millones de chinos de esa
situación liberando la producción, desarrollando el
capitalismo y creando una clase capitalista basada en la
privatización de la producción.
Si como declaró
Chávez, quiere aprender de China cómo sacar a millones de
personas de la pobreza, deberá olvidarse de la China de
Mao Tse-tung, de la revolución cultural y el
socialismo chino.
Pero no nos
engañemos, si miramos más de cerca el milagro “socialista”,
notamos que si bien la economía es pujante, en lo social y
lo político todavía existen muchas limitaciones. Para
empezar esa pobreza la mide el gobierno chino con base a una
línea de pobreza de ¥ 680, oo anuales per capita es decir
US$ 85, oo o en criollo unos Bs 170.000, oo al año. Con esta
línea sólo existen 29 millones de pobres en China. Con el
estándar internacional de US$ 1 diario, los pobres suben a
130 millones. Intuimos que si aplicamos la línea de pobreza
crítica que en Venezuela está alrededor de US$ 2 per capita
diarios, el número de pobres probablemente al menos se
duplicaría. Y aunque la pobreza ha bajado y la clase media
se ha expandido, la distribución del ingreso, según el Banco
Mundial, es regresiva pues “mientras
que el 20% de la población más rica es responsable del 50%
del consumo, el 20% más pobre apenas alcanza el 5%”.
En materia de derechos humanos el
panorama no es muy halagador, pues se han incrementado las
limitaciones a la libertad de expresión, por ejemplo la
censura en Internet. Las denuncias de torturas y falta al
debido proceso también han aumentado, así como las referidas
a la libertad de conciencia, pensamiento y religión. Por
otra parte, que este es un país prácticamente
monopartidista, totalitario y autoritario donde las
elecciones son indirectas. Por lo que, las decisiones en
materia económica son potestad del gobierno/partido y pueden
ser vistas como una concesión graciosa, pues la Sociedad
Civil en su acepción más amplia no tiene, por ahora, canales
independientes de participación y presión. Sin embargo,
muchos analistas esperan que los cambios económicos
arrastren cambios políticos y sociales que transformen a
China en la más grande sociedad libre y democrática del
mundo de comienzos del siglo.
La lección que Chávez debería aprender
y copiar de China es que, la producción y la
industrialización basada en la propiedad privada, dentro de
una economía de mercado capitalista orientada a un comercio
internacional competitivo es la clave para el desarrollo y
el combate a la pobreza. Lamentablemente lo que se ha visto
es que, en su delirio llamado Socialismo del Siglo XXI, a él
no le importa cazar ratones sino el color del gato. En este
mismo sentido lo que tristemente la Venezuela bolivariana
parece ya haber copiado de China es el privilegiar los
derechos económicos y sociales sobre los civiles y
políticos, lo que se asoma como un paso justificativo que
presagia un aumento de la represión interna.
Chávez fue a casa
de los chinos de compras y no a aprender de su modelo
económico. Porque como ya dijo muy claramente sólo hará
negocios con quienes él considera como sus amigos o aliados,
es decir, con países como China, Rusia, Irán o Vietnam y no
con EE.UU., Reino Unido, Alemania o en general la Unión
Europea. No quiere países que puedan reclamarle por el
manejo interno de su gobierno, en temas como derechos
humanos y libertades fundamentales, y menos que comiencen a
condicionar sus intercambios con base a estándares
democráticos; y prefiere a aquellos que considera se
quedarán a su lado en caso de alguna situación política
extrema. Quiere países estables políticamente, con
autoridades fuertes, por decir lo menos, que controlen la
sociedad civil para evitar que otros actores internos puedan
hacer cambiar las posiciones de los gobiernos que ven en los
negocios con el venezolano una fuente de dinero fácil. Claro
que también está la afinidad ideológica con su Socialismo
del Siglo XXI, entendiendo éste como el control totalitario
de un Estado autoritario sobre la Sociedad Civil y sobre una
economía que se perfila abierta hacia fuera pero cerrada
hacia adentro.